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Hallazgos

El mal de Parkinson y los "huesitos" del batallón

El Batallón 14 no fue un centro de torturas; los datos últimos hablan de un cementerio clandestino encontrado en base a investigaciones y no por aporte de militares.

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En el centro de la plaza de armas de las instalaciones militares hay una granada como escultura. Se trata del Batallón 13 de Infantería Blindado. Hasta allí, llegó Armando Gutiérrez Bentancourt, un riverense que se vino a Montevideo y con 18 años se hizo soldado.

Con el paso del tiempo a fuerza de obediencia y “verdugueadas”, aquel joven riverense se volvió sargento, máximo cargo en la escala subalterna.

En los años de plomo, torturas y muerte, Gutiérrez cumplió diversas funciones, algunas de las cuales especula su familia estaban directamente ligadas con las acciones contra la “subversión”.

Entre los años 1976 y 1979, Gutiérrez convivió con los enterramientos clandestinos. Nada dijo; nada contó a su familia. Sus hijas sí recuerdan cuando les dijo, un día de fiesta en el batallón, señalando la plaza de armas con la granada: “Ahí abajo están los huesitos”.

Según publica sitiosdememoria.uy, en los galpones ubicados en el ex Batallón n.° 13 de Infantería funcionó un centro de detención desde 1972 y posiblemente hasta el final de la dictadura. Según diversas investigaciones y testimonios, ese batallón integraba un complejo militar que conectaba diferentes servicios del Ejército, entre ellos el Servicio de Material y Armamento (SMA) del Ejército donde, en su galpón n.° 4 funcionó el centro de detención “300 Carlos”. En 2005 fueron hallados y recuperados en ese predio, en la zona cercana al arroyo Miguelete, los restos de Fernando Miranda, detenido desaparecido el 30 de noviembre de 1975. El 7 de octubre de 2019 fueron identificados los restos de Eduardo Bleier Horovitz, militante del Partido Comunista, detenido desaparecido en 1975.

En 1978, Gutiérrez tenía 24 años. Tres años más tarde, con 27 años, se le despertó el mal de Parkinson. Su cabeza había explotado.

Los hallazgos

El Batallón 14 no fue un centro de torturas; los datos últimos hablan de un cementerio clandestino encontrado en base a investigaciones y no por aporte de militares.

En ese batallón se instruyó y perdió un dedo tras manejar una granada Guido Manini Ríos, que había ingresado como alférez en 1979 para hacer la carrera de paracaidista.

Allí fueron encontrados los cuerpos de Ricardo Blanco Valiente, Julio Castro y Amelia Sanjurjo. Además, se halló un cuarto cuerpo sobre el cual se trabaja para averiguar a quién pertenece. Los huesos bien cuidados por la cal que, según los enterradores, iba a borrar toda huella, hablarán en breve. Blanco Valiente fue secuestrado el 15 de enero de 1978 y, según testimonios, murió un mes más tarde. Fue torturado en la Casona de Millán y en La Tablada. Su cuerpo fue llevado desde La Tablada hasta el Batallón 14, donde fue enterrado. ¿Cuántos soldados participaron de esa operación?

Julio Castro fue secuestrado el 3 de agosto de 1977 y fue torturado hasta su muerte el mismo día en la Casona de Millán. Su cuerpo fue trasladado hasta el Batallón 14. Nuevamente, varios soldados participaron de toda la operación.

Amelia Sanjurjo fue secuestrada el 2 de noviembre de 1977 y no se sabe cuándo murió. Fue vista en La Tablada. Parece haber un patrón de secuestro, tortura, muerte y enterramiento clandestino: los torturados y asesinados de La Tablada fueron enterrados en el Batallón 14.

Hay una línea de decisión y mando que determinó esas acciones. Según los datos oficiales, el Batallón 14 estuvo al mando del coronel Regino Burgueño (fue jefe de la unidad entre abril de 1976 y febrero de 1979). El militar fue autor de varios libros junto al también coronel Juan Pomoli. Uno de ellos se llama “La experiencia uruguaya”, editado por el Centro Militar en 1984. Burgueño falleció en setiembre del año 2023.

Buena parte de los que se formaron en ese batallón paracaidista n.° 14, integraron la logia ultranacionalista Tenientes de Artigas, cuyos fundadores, anticomunistas y antimasones, tuvieron un fuerte protagonismo en el golpe de Estado de 1973.

Hace pocos días, el general Manini Ríos que pertenece a esa logia fue entrevistado en VTV sobre el último hallazgo. Y allí dijo que no se trataba del Batallón 14 sino de un “predio militar extenso”. “Dicen que es el Batallón 14 para desprestigiarlo”, explicó el militar que sigue en la retórica de casta. Opinó que no hay que asociar al predio del Ejército con el batallón, que “se ha destacado por su profesionalidad”.

Memoria oculta

El sargento está en una casa de salud. El mal de Parkinson lo azota, lo deteriora, lo conmueve, lo mata. Su memoria, la memoria, está alojada en algún lugar de su cerebro y aflora en los más imprevistos momentos. El párkinson un trastorno neurodegenerativo le destruye la memoria en veinte mil pedazos. En el párkinson “no hay tiempo, no hay hora, no hay reloj”. Todo está alojado en un cerebro deteriorado y casi como una maldición, no quiere o no puede recordar.

Algunos expertos dicen que el mal de Parkinson a edades tempranas surge por factores ambientales. Los primeros indicios de rigidez en sus miembros y episodios de fractura en la memoria aparecen en 1982. Los años duros en un cuartel de las características del Batallón 13 o del Servicio de Material y Armamento, ¿dejaron esas secuelas? Nadie lo sabe.

Cuando era posible conversar, Gutiérrez justificaba cada acción militar. Hablaba de la “sedición” y los “comunistas”, de que había que derrotarlos porque querían instalar otra Cuba en Uruguay. En una oportunidad, el sargento le dijo a una de sus hijas: “Tenés que agradecerme que estás viva”. La enigmática frase abrió otros flancos en la cabeza de su hija. Enseguida se preguntó si era hija de Gutiérrez y Margot o de alguna secuestrada. Los años no coincidían con secuestro de niños y por tal motivo descartó esa hipótesis. Hoy sigue siendo un enigma aquella frase.

Las peleas y las discusiones eran habituales entre Gutiérrez que era apoyado por su esposa y las hijas. “Tenés que hablar, decir lo que sabés. Imaginate que yo estuviera desaparecida, ¿vos qué harías?”, le dijo un día Ana Laura Gutiérrez.

Gutiérrez contestaba con evasivas. Todo lo justificaba. Cada información nueva que recogían sus hijas sobre el “300 Carlos”, las torturas y vejaciones, pretendían ser cotejadas con la versión de su padre. Nada. Silencio y distancia. La enfermedad seguía haciendo su trabajo de zapa en el cerebro del sargento Gutiérrez.

En el 2003 lo pasan a retiro. Sus hijas cuentan que era una forma de sacarlo de la actividad para protegerlo frente a lo que se venía. “Ellos sabían que las cosas iban a cambiar. Estaban unidos y eran frecuentes las reuniones con excamaradas de armas. Hasta último momento estuvieron unidos”, cuenta Ana Laura.

El pacto de silencio se cumplía a cabalidad. Los oficiales de alto rango sabían que los que obedecieron órdenes para torturar, verduguear, cavar fosas, mover máquinas excavadoras, podían ser el eslabón más débil de la cadena represora. Por eso lo tenían a cubierto, protegido, con buena jubilación y adecuada atención médica. Un día el sargento pudo decir: “Los tapamos con cal y luego los tiramos al mar”.

En la última etapa de Gutiérrez, en sus desvaríos, afloraban relatos inconexos. El desvarío producto de la alteración mental provocaba intervenciones incoherentes o, como en este caso, palabras y oraciones que surgían de la fractura mental del párkinson o de su padecimiento íntimo.

Quizás, como dijo un psiquiatra que ha estudiado ese mal, los “lastres angustiosos” parecen haber dominado a Gutiérrez hasta su muerte.

NOTA. Parte de esta columna ya fue contada en una entrevista a las hijas de Gutiérrez, publicada por este medio bajo el título “Hijas de represor rompen el silencio”.

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