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Es, vaya a saber por qué, el símbolo al que aspiran lucir desde Carrasco a Paso de los Toros, desde el barrio Marconi a Minas de Corrales. “Las bases”, dice el “plancha”. Yojan tiene 17 años y viene con el barro, el abandono y el hambre en su ADN. De Cerro Norte o Casavalle. “Soy de acá, como toda mi familia”. Su padre -o el que cree que es- purga una condena por homicidio en el Penal de Libertad. Tiene 5 hermanos diversos, rubios y morochos. Siente orgullo por su padre y también por su novia -a Platinuda, como le llama, por su pelo corto de teñido barato- que lo admira a él. Le gusta la buena vida. Es habitual “meter un caño”, zafar y “tirarse” hasta el Montevideo Shopping, entrar a un local Nike con 10 lucas en el bolsillo y “quemarlos” en un par de “compritas”. La Platinuda recibe lo suyo. Yojan vive su ilusión en una ciudad fragmentada. Cree que “es” de la generación Nike -desde la tele y la publicidad lo invitan a la fiesta-, pero no tiene plata. Saca el caño y logra la ilusión. Ya pertenece a la generación Nike.
Las ciudades antiguas expresaban el corte de las sociedades de entonces. Por un lado, el rancherío -los pobres que servían a los nobles- y en las zonas del comercio y la transacción, los pudientes, la influyente casta religiosa, los representantes de los poderes fácticos y adyacencias. La ciudad fragmentada, cortada a cuchillo.
Montevideo es lo mismo. La erosión social, la fragmentación social, valores desgastados y sustituidos por otros valores, el crecimiento -sin contención social- de los sectores pobres que se multiplican más su natalidad que los segmentos medios y altos, arrojan sus propias lógicas culturales. Integran un verbo y una rutina de sobrevivencia y autodefensa. (Viene un visitante extranjero. Le mostrás Montevideo, la rambla, la Ciudad Vieja, el Cerro, Carrasco y se te ocurre mostrarle los cantegriles. Apenas acercás el auto y te detenés, una lluvia de piedras pega en el auto. Es la gente que se defiende. No son motivo de exhibición).
Ese segmento social -que provoca reyertas políticas por una puta olla popular- tiene su propia jerga dialectal, su cultura clandestina y sus rutinas sociales que les dan pertenencia a un tiempo y a una geografía. Son una tribu. Son y se reconocen como diferentes. No tienen mucho para perder. “Y… si caigo, veo.”, dice Yojan. Sus ídolos son otros Ni Ni. Hay quizás ídolas: las abuelas. Son las mujeres de los cantegriles formadas en otro Montevideo, que sirven de contención. Pero esas abuelas se están muriendo. La sociedad -con los centros CAIF, las escuelas de tiempo completo- no alcanza a dar soluciones vigorosas para un fenómeno que se instala dos por tres en los televisores. Los hijos (privilegiados) de empleadas domésticas o que reciben algún pesito del Mides andan a la deriva. Solos. Las que no trabajan formalmente hacen el peso como sea. Esos hijos van a la escuela cuando pinte. Y cuando hay paros en las escuelas, la madre no va a trabajar, porque no tiene con quién dejar a los niños. Más miseria, menos rutina educativa, menos monedas, más soledad.
(En Medellín -Colombia- desarrollaron una estrategia de fuerte inversión social en zonas violentas. Invirtieron en cultura. La estrategia funcionó. Con sus parques-biblioteca y otras acciones de un proyecto que multiplicó por cinco la inversión pública en cultura, Medellín logró reducir la tasa de muerte por homicidio en un 96,3 % en dos décadas. Jorge Melguizo, un consultor colombiano vinculado a esa transformación, sostiene que “lo contrario de la inseguridad no es la seguridad, sino la convivencia”. Hasta bajaron los embarazos adolescentes. En Montevideo se lleva a cabo el proyecto Sacude con la misma filosofía. Pero claramente insuficiente).
El proyecto de vida
Yojan no se imagina el futuro, ¿o sí? “No tienen un proyecto de vida”, dice un psicólogo social. Yojan lo niega. “Sí que tengo. Quiero comprarle una casa a mi madre”. Pero, ¿cómo? “Yo trabajo”, dice. “Como mi primo que vive en Buenos Aires”. ¿De qué trabaja tu primo? “Trabaja”, responde.
La ciudad fragmentada al palo. Montevideo (y Uruguay) fue socialmente una ciudad integrada. Hasta hace unas décadas la ciudad se veía como una unidad territorial integrada y consolidada. Pero ya no lo es. El Instituto de Teoría del Urbanismo de la Facultad de Arquitectura viene escribiendo sobre esto hace mucho tiempo: Montevideo ahuecada, con barrios con todos los servicios -Cordón, La Comercial, Goes-, pero vacíos de gente. La gente, algunos a la costa -adonde hubo que llevar servicios- y otros a la periferia, hacia donde hubo que llevar servicios. Hay esfuerzos por reconquistar las zonas ahuecadas y Goes es un ejemplo de ello. Pero tarde e insuficiente.
El educador brasileño Paulo Freire escribió en 1992: “La ciudad se convierte en educadora a partir de la necesidad de educar, de aprender, de imaginar […] está ligada a nuestro posicionamiento político, y obviamente, a cómo ejercemos el poder en la ciudad, a cómo la utopía y el sueño que impregnan nuestra política en el servicio a aquello y aquellos a quienes servimos. La política de gasto público, la política cultural y educativa, la política de salud, transporte y ocio”.
Yojan no leyó a Freire. Pero es el resultado de políticas. Él tiene la educación que recibió y la muerte y el nacimiento es un hecho de su cotidianidad. Sin dramas. ¿Miedo? “No, no tengo. Otros tienen miedo. Yo no”.