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Columnas de opinión | murga | Carnaval | Montevideo

Imán fraterno que al pueblo hechiza

"Murga es la eterna sonrisa..."

El exilio hubiera sido más difícil de llevar sin la compañía de la murga. “A Redoblar” aterrizó en el mismo como una necesidad esperada.

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El Carnaval ganó las calles de Montevideo. Como buen “ecuménico” que soy, creo en Momo desde muy chico. ¡Y vaya si ha sido milagroso conmigo este año! Pero la deidad propia del Carnaval me atropelló de sorpresa y con afecto en una de mis primeras visitas a un tablado. No es de los que más frecuento, porque no es de los más cercanos a casa, pero esa noche había festival de murga y reconozco mi debilidad por el género.

Yo tendría apenas unos siete años, cuando desde el pequeño televisor de tubo blanco y negro de casa se emitió un programa donde actuaron Asaltantes con Patente y los Patos Cabreros… Hace más de seis décadas… Hicieron sus clásicas despedidas del 32 y del 53 respectivamente. A los Patos aún los dirigía Pepino.

Quedé hipnotizado hasta el día de hoy… Debo reconocer que siempre fui medio pata dura para el baile, pero suena la marcha camión, siento el redoblante los platillos y el bombo y el cuerpo lleva el ritmo solo, sin ayuda mía, por suerte.

Mi abuela materna empezó a esa edad a llevarme a los tablados. Solíamos ir a la Mutual y, sobre todo, al Jardín de la Comparsas. Quedaba en Propios y Avenida Italia (donde hoy edificaron un moderno edificio). Quedaba frente a Ibarrrrra que barrrrre los precios altos. Barría, porque tampoco existe más.

En aquella época, cuando llegaba el camión (no se usaban las bañaderas) había que comprar “a voluntad” el repertorio completo de la murga para entender la letra. No eran esos coros maravillosos de hoy. Sin embargo, ahí está la magia de Momo, no puedo decir que me gusta más un estilo que otro…

El exilio hubiera sido más difícil de llevar sin la compañía de la murga. “A Redoblar” aterrizó en el mismo como una necesidad esperada. Las historias del Flaco Castro sobre los vericuetos en que incurría para burlar la censura. En el año 84 llegó la hora de verlo en un escenario en Buenos Aires con la Falta.

Ya, después del regreso, en Uruguay, no falto nunca. Una noche en el Velódromo, durante la bajada, un murguista me abrazó y me dio un beso en el cachete que quedó pintado como un perfecto maquillaje murguero. Una picardía de Momo. E iban…

Los días sin memoria, de la Trasnochada, llegó a ser una idea de cómo quería despedirme el día que llegue la Parca, “como dijo el sabalero”… Estuve a metros del Rusito haciendo de Cuquito… ¡Cuántos recuerdos! Cuanto más recuerdo, más responsable me siento por las omisiones. No da el tiempo ni el espacio, pero créanme, todas viven en mí.

Fueron muchos los encuentros con Momo, cara a cara, tras el retorno de la democracia.

Este año, en tiempo de preparativos, llegué al Club las Acacias a ver el último ensayo de los Curtidores. Todavía el espíritu de Carnaval no había salido a tocar el corazón montevideano (hoy, por suerte, también han conquistado el alma de todo el interior profundo). Pero Momo ya había dicho presente. Mezclado con los vecinos, sentí que la murga entonaba, para afinar las voces, el nombre de mi viejo. Muy emocionante.

Hace un par de noches llegué a un tablado que no suelo visitar. No es de los que me quedan más cerca, pero había un festival de murgas: Queso Magro, La Margarita… La centenaria Nos Obligan a Salir (recordé de niño cuando a Salus le prohibieron usar el nombre Pomelo y la murga cantaba “Y pom pom me lo tomo yo”.

Terminaba un espectáculo maravilloso, con la actuación de Doña Bastarda. Para mi sorpresa, con desbordante afecto me abordó uno de los directores de la murga, padre de murguistas, y me contó que su hijo sería portador del busto de mi viejo en el escenario. Todo me tomó muy de sorpresa.

Hasta que ocurrió: un joven murguista con Wilson a sus hombres le citó en el cuplé. Un chucho me corrió por todo el cuerpo. Allí estaba junto a mi, como en los momentos más duros y los más felices y esperanzadores, mi viejo, que me había introducido aquella noche, hace unos 65 años, al mundo del Carnaval; estaba allí conmigo. De la mano de Doña Bastarda, estaba a mi lado.

La mano de un vecino de la fila de atrás apretó mi hombro. Había intercambiado opiniones sobre las actuaciones pensando que ignoraba quién era: “Qué emocionado debés estar”. Y ello aumentó aquello que sentía.

Cuando llega el momento de la bajada, llega también el del abrazo al joven murguista que me dice el honor que era para él llevar a Wilson sobre sus hombros. Foto, nudo en la garganta y desde entonces no puedo olvidarlo.

Cerré los ojos y desfilaron ante mí Pepino dirigiendo la murga joven, los Pasteles, la Cayetana y la Catalina, Cayó la Cabra, Araca, los Diablos, la Nueva Milonga, Un Título Viejo… y tantas otras…

¡Y hay quienes creen que Momo no es un dios!

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