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Columnas de opinión | Ejército | FFAA | soldados

Dilema no resuelto

¿Para qué sirve el Ejército?

En el mundo hay otras alternativas para atender los conflictos internos sin que haya que mantener una estructura vetusta, con armamento de los años 40 y con un alto impacto en las finanzas públicas.

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Voy a citar cuatro hechos incontrastables: 1) Durante la guerra de 1904, Batlle y Ordóñez pidió ayuda a Estados Unidos para vencer a los blancos de Aparicio Saravia. Barcos estadounidenses estuvieron anclados frente a las costas brasileñas. La información está registrada en un museo histórico de Rio Grande do Sul. 2) El presidente Tabaré Vázquez solicitó en el año 2006 apoyo al presidente estadounidense George W. Bush cuando las relaciones entre Uruguay y Argentina por la pastera Botnia llegó a un punto de enorme tirantez. 3) El teniente general Hugo Medina declaró al semanario Búsqueda, en 1989, que las FFAA del país tenían como hipótesis de conflicto soportar 48 horas ante la invasión de algún país vecino. En ese plazo, explicó, Uruguay buscaría apoyos internacionales para enfrentar la crisis. En ese marco, el Ejército pasaría a defender el país en un esquema de guerra de guerrillas. 4) Las FFAA y el Ejército en particular se adjudican la victoria sobre los movimientos guerrilleros uruguayos, legitimados, dicen, por el pronunciamiento del Parlamento en 1972. Esa victoria militar fue posible por el despliegue logístico, volumen de efectivos, armamento y, fundamentalmente, la práctica de la tortura.

Los datos

Recientemente, el exsenador de izquierda Marcos Carámbula propuso discutir plebiscitar la propia existencia de las Fuerzas Armadas. Asumamos ese tema.

Según los últimos números conocidos sobre las FFAA uruguayas -registrados por el grupo que estudia todo el sistema de seguridad social de Uruguay, la Comisión de Expertos en Seguridad Social (CESS)-, “el personal [de las FFAA] en actividad amparado por el servicio de retiros y pensiones de las Fuerzas Armadas totalizó 27.133 al cierre de 2019, nivel similar al correspondiente a los últimos diez años. Al retorno a la democracia el nivel de personal amparado superaba los 40.000 efectivos, nivel que fue descendiendo hasta el entorno de los 27.000 actuales”.

Es enorme el peso que tiene en el gasto del Estado. Solamente en materia previsional, según el CESS, “se financia mayoritariamente mediante recursos fiscales y tiene una participación relevante en el gasto público previsional, tomando en cuenta la población cubierta. En 2019, las erogaciones del Srpffaa representaron 1,16% del PIB. Esto es 10,5% del gasto público en pasividades […] la pérdida de casi un tercio de cotizantes supuso un importante ahorro salarial en las finanzas públicas, pero colaboró al desequilibrio financiero del subsistema previsional militar”. Quiere decir que hubo una disminución del personal y eso provocó la brutal ayuda que el Estado debe dar al servicio de retiros militares, conocido como caja militar.

Este escenario es una trampa que los jefes militares usan con astucia, en especial el general Guido Manini, para alentar a sus seguidores. El militar sostiene que una forma de encarar el déficit es alentar el ingreso de personal militar. La pregunta es ¿para qué? Pero vayamos al Ejército: el Ejército Nacional uruguayo se compone de unos 27.159 (cargos asignados), organizados en cuatro divisiones y cinco armas (dato del Ministerio de Defensa). Lo interesante es la estructura de esa cifra: subalternos (soldados), hay cerca de 24.000 efectivos. Otro elemento sugestivo es lo que pasa arriba, “los viejos” según la jerga cuartelera. Hay 26 generales (asignados) y 318 coroneles (asignados). ¿A qué se deben esas cifras? La atrofia de la pirámide jerárquica viene de la época de Luis Batlle, cuando designó un buen número de coroneles para que fuesen afines al Partido Colorado. Luego, nadie la tocó. (Ahora, el ministro de Defensa, Javier García, propuso crear el grado de coronel mayor).

Los subalternos -“carne con ojos”, según la misma jerga cuartelera- es un personal no calificado y que proviene, en general, de los estratos más bajos de la sociedad y del interior del país. Es una salida laboral. En lugar de ser peones o hacer changas, van al cuartel. Es interesante observar que desde hace mucho tiempo se utiliza este argumento, entre otros, para la existencia del propio Ejército. Dicen: es una “salida laboral” para la persona sin formación, especialmente del interior del país. El Ejército es como un mecanismo que regula la tasa de desocupación en el interior del país junto a las intendencias.

Otro argumento en favor del Ejército es su colaboración organizada y eficaz frente a inundaciones, incendios o para levantar basura. (Un poco caro para el país tener ese personal y esos recursos previsionales solamente para eso).

También sostienen que las FFAA uruguayas hacen un gran aporte a la paz mundial integrando las misiones de paz de la ONU. (De nuevo: ¿para eso existen?)

Cantegriles y casino de oficiales

La mayoría de los soldados del Ejército, los “carne con ojos”, viven en cantegriles cerca de los cuarteles de la periferia de Montevideo y complementan sus ingresos con tareas informales en la construcción. Esta situación siempre fue así. Los mandos militares han prometido soluciones habitacionales para ese personal, pero la realidad es que los recursos para vivienda se deslizan hacia los estratos más altos de la estructura jerárquica. (En bulevar Artigas, junto a las instalaciones del Comando del Ejército, hay pequeños edificios de apartamentos para los oficiales. En Durazno, los oficiales de la Fuerza Aérea tienen sus viviendas junto al aeropuerto. Obviamente: las FFAA atienden con todos los recursos las vacaciones de la oficialidad (sea en Santa Teresa, en el Parador Tajes o en La Paloma). ¿Y los soldados? Cuando pueden, pasan sus vacaciones en el pueblo del interior de donde surgieron.

Las asimetrías son evidentes e hirientes y eso los subalternos lo saben con nitidez. Dos ejemplos: 1) es frecuente que los oficiales lleven personal subalterno para realizar sus construcciones de verano; 2) en los casinos de oficiales -que existen en todas las unidades- el whisky y el vino, además de buenos platos elaborados por los subalternos que viven en los cantegriles, son cosa corriente. Y, además, es casi imposible controlar esos gastos. Cuando Azucena Berrutti fue ministra de Defensa, detectó opacidades y ocultamientos en las compras. Tuvo que organizar una contabilidad paralela para acercarse un poco a la realidad.

Aproximación a una conclusión

¿Para qué sirve el Ejército?

Las hipótesis de conflicto que poseen no explican nada. La Armada y la Fuerza Aérea tienen objetivos nítidos en favor de la nación. ¿Y el Ejército? El fundamento más extendido es que colabora eficazmente en situaciones de catástrofes. La respuesta frente a eso: organizar brigadas en el Sistema Nacional de Emergencias (Sinae), perfectamente distribuidas en cuatro zonas del país, vinculadas estrechamente a las intendencias. Listo. Que colaboran en misiones de paz. ¿Esa es una misión vinculada íntimamente con la defensa de la patria? Nada de eso. En todo caso es algo parecido a un “mercenario institucional” que hace unos pesos para que los galones se los lleve un general que no tiene olor a pólvora.

¿Hay un fundamento oculto, como el de ser una reserva de la patria ante movimientos guerrilleros o conflictos internos severos? Que se diga, pero no lo dicen. En el mundo hay otras alternativas para atender los conflictos internos sin que haya que mantener una estructura vetusta, con armamento de los años 40 (siglo pasado) y con un alto impacto en las finanzas públicas. (Este año se destinan 500 millones de dólares a la caja militar deficitaria).

Lo último: ¿qué hacemos con los cuarteles? Crear campus universitarios en el interior del país, expandir la educación y la investigación tecnológica en esas zonas. ¿Y con el enorme predio del Comando del Ejército en bulevar Artigas? Un campus tecnológico avanzado, un Silicon Valley.

En algún momento habrá que elegir entre los soldados y el conocimiento científico y la innovación. Guita para todo no hay.

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