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Columnas de opinión |

Influencia europea

Parece que perdimos a Europa para el multilateralismo

Del mundo bipolar de la mitad del siglo XX, pasando por el mundo unipolar, a la necesidad de un mundo multipolar.

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Remarcar la gravitación de Europa en los últimos cinco siglos debería llevarnos a reconocer por un lado los crímenes cometidos durante la colonización llevada adelante tanto en África, Asia, como en América Latina. Los crímenes serían innumerables. La esclavitud, el sometimiento de pueblos originarios, el saqueo de la riqueza, la imposición de regímenes políticos. Los asesinatos de líderes locales y podríamos seguir, pero no es el punto.

Una cosa es clara: la acumulación de riqueza saqueada de las colonias ambientó el desarrollo del capitalismo europeo y la hegemonía impuesta a nivel global durante siglos.

Pero más allá de los males citados, no se puede soslayar el aporte que se ha hecho desde Europa a la cultura, a las artes, a las ciencias, a la política y a las distintas áreas del conocimiento humano. Se podrían nombrar cientos de hombres y mujeres que aportaron a la humanidad legados trascendentes para la evolución de las ciencias y las artes y en los más diversos campos del conocimiento humano.

En esta parte del mundo la influencia europea ha sido mayoritariamente hegemónica, a veces a través del convencimiento y la razón, y muchas otras veces lamentablemente con la espada. Uno mismo y seguramente quienes esto lean somos parte de la visión del mundo desde esa perspectiva llamada occidental.

Pero lo central de las presentes reflexiones van dirigidas a establecer el punto en el que hoy se encuentra Europa con relación a aportar a un mundo que enfrenta una enorme transformación en lo relativo a las transformaciones geopolíticas que se encuentran en curso.

Lo primero a destacar es que la cultura occidental si bien se ha presentado como hegemónica a nivel global, está lejos de serlo. Diríamos que es minoritaria. Al hablar de cultura occidental nos referimos a la cultura desarrollada en el oeste de Europa y que se extendió por el mundo con las conquistas y colonizaciones llevada adelante por los países europeos.

Samuel Huntington en 1993, en la revista Foreign Affairs, planteó que después de la Guerra Fría los países se irían a relacionar por sus criterios civilizatorios. En ese esquema Huntington establecía nueve tipos de civilizaciones. E incluso identificaba Estados donde convivían más de una cultura civilizatoria.

No es mi interés introducirme en las consideraciones de Huntington sobre las civilizaciones y los eventuales conflictos esperables entre las mismas. Pero debo admitir que se debe tener presente que cada país asumirá, según su cultura civilizatoria, estrategias para defender sus intereses.

Los países tienen intereses estratégicos que defender. Y definir cuál de esos intereses pone en riesgo de supervivencia su existencia es parte de las definiciones que cada país asume. También debemos asumir que los intereses estratégicos que un país puede identificar como indispensable para su existencia muchas veces se relacionan con las definiciones de otros países.

Tan es así que, en un contexto de pérdida de su hegemonía global, EEUU ha definido a China como un peligro que pone en juego “sus valores, la seguridad y sus intereses”. Estas definiciones las ha asumido la OTAN en su nuevo concepto estratégico 2022, aprobado en la reunión de fines de junio en Madrid. Quiere decir que la Unión Europea ha asumido las definiciones que ha impuesto EEUU.

La verdad es que los “valores” de la OTAN tienen poco para ser defendidos. Se llevaron por delante el derecho internacional al atacar países enteros. Y sin remitirnos mucho a la historia, solo concentrándonos en los últimos tiempos, tenemos como ejemplo que a fines de la década del 90 destrozaron la antigua Yugoslavia; en 2003 atacaron y destrozaron Irak basados en las mentiras que tenía armas de destrucción masiva. En 2011 atacaron y derrocaron a Muamar Gadafi en Libia. Sin perder de vista que anteriormente, luego del 11 de setiembre de 2001, atacaron a Afganistán cuando anteriormente EEUU supo potenciar a los talibanes. O sea, de valores a reivindicar, ninguno.

Por tanto y más allá de cualquier discurso, lo central es concentrarnos en los intereses, lo demás es letra muerta. Y este es el tema central en la definición de la política exterior de cualquier país y particularmente de EEUU desde tiempos inmemoriales. En la región latinoamericana ejemplos sobran. Lamentablemente, lejos de apelar a la colaboración para el desarrollo de las sociedades latinoamericanas, EEUU ha apelado a la política del Big stick a lo largo de la historia para subordinar a los países de la región a sus intereses. Hoy por hoy, sin rubor ninguno, dirigentes estadounidenses terminan declarando públicamente que en defensa de sus intereses han llevado adelante golpes de Estado en muchas partes del planeta, como recientemente ha declarado a la CNN John Bolton, exasesor en materia de seguridad del expresidente Donald Trump. Y si bien “a declaración de parte relevo de pruebas”, no hacía falta que lo reconocieran porque ha estado más que probado, hasta documentalmente, que los gobiernos de EEUU, lejos de defender los valores que declaran defender, han arrasado con dichos valores en muchas partes del planeta en función de sus intereses.

Defender los intereses que considera estratégicos por parte de una potencia contra países de dimensiones muy inferiores no termina siendo muy problemático para dicha potencia, más allá de las vidas propias y particularmente ajenas que quedan implicadas. Ahora defender intereses estratégicos a través de la agresión contra grandes potencias por el camino militar ya es hablar en otro nivel. Y este es el tema que debería estar en la agenda de los principales referentes o líderes de la política a nivel internacional.

Un futuro de enfrentamiento entre grandes potencias es un escenario extremadamente peligroso a nivel global en tiempo de armamento nuclear. Ese nivel de enfrentamiento por suerte pudo evitarse entre las potencias que encabezaron la Guerra Fría (EEUU y la URSS).

Si aceptamos la existencia de distintas civilizaciones, debemos definir cuál debería ser el relacionamiento entre las mismas.

Por una parte, debería en primer lugar asumirse el respeto entre las distintas civilizaciones y definirse sobre quñe valores compartidos se construye ese relacionamiento entre las mismas.

¿Se construye al tratar de imponer un sistema político y valores concretos a través de la guerra en cada país? ¿O se construye sobre un acuerdo global respecto a las bases sobre las cuales edificar la convivencia futura de la humanidad?

Valores y principios que se deben definir en el marco de los organismos internacionales de los cuales los Estados son parte y expresarse en convenciones definidas igualitariamente. Convenciones muchas de las cuales ya existen. Y si algún país no la asume, será cada país el que deberá definir si mantiene o no relaciones con los Estados que no respeten y hagan respetar dichos valores.

Se construye sobre el respeto a la autodeterminación y a la no intervención en los asuntos internos. Lo que no quiere decir que se toleren al interior de las distintas sociedades violaciones a los derechos humanos reconocidos y consagrados colectivamente. Y deberán ser la comunidad internacional y sus organismos los que definan la conducta a seguir con relación a dichos países.

Por tanto, admitiendo la existencia de distintas civilizaciones, el tema central es cómo se encuentran las condiciones para un relacionamiento de beneficios comunes basada en valores y reglas asumidos colectivamente y no a valores y reglas a gusto de los poderosos.

Por ende, se impone construir los consensos necesarios para una nueva gobernanza global.

En el contexto actual las definiciones que EEUU impuso a los países europeos, y estos aceptaron, nos muestran que tenemos por delante un nuevo escenario de tensiones, cuando se venía avanzando en niveles de integración económico comercial que podía implicar beneficios mutuos.

La época de la globalización económica parece estar afectada por un retroceso hacia espacios de protección de intereses que tienen que ver con quien mantiene la hegemonía de las decisiones económico-comerciales y financieras a nivel global. Por tanto, las definiciones políticas. Y es en este sentido, en que, salidos del mundo bipolar y luego del esquema unipolar, el mundo avanza, sin terminar de consolidarse, a un mundo multipolar. Y para ese mundo multipolar qué importante hubiera sido contar con una Europa con definiciones propias. Una Europa que, reivindicando lo mejor de sus tradiciones pluralistas e integradoras, admitiera la diversidad como un desafío para que, en el intercambio se potenciara los mejor para el devenir futuro de la humanidad.

Lejos de ello ha tomado decisiones que van contra sus propios intereses y por ende los de sus ciudadanos. Estimula una guerra, sobre sus límites, que sabe que hubo posibilidades de evitar de haber dado a Rusia las garantías de que la OTAN no iba a extenderse hacia sus fronteras. Debió hacer cumplir los acuerdos de Minsk, particularmente el Minsk II, en el que Francia y Alemania fueron participantes.

Permítanme soñar. Después de todo, los sueños pueden ayudar a imaginar futuro. Admitir un mundo con reglas claras definidas colectivamente que todos respeten sería algo deseable. Sé que eso puede ir contra los intereses de los que siempre impusieron sus reglas en beneficio propio. Y sería a estos últimos a los que se deberíamos aislar, máxime que han cambiado las posibilidades de mantener dicha imposición.

Un mundo en que el mercado global funcionara libremente sin imposiciones y que el ganar quedara determinado por las condiciones que un país o región haya podido desarrollar para aumentar sus niveles de competitividad. Esto más allá del derecho de cualquier país de proteger áreas que considere estratégicas.

Un mundo en el que se alejara de manera definitiva la amenaza de conflicto nuclear y que se pudieran sentar las bases de una seguridad cooperativa y no una seguridad confrontativa. Un mundo que incrementara sus presupuestos para el avance científico en bien de la humanidad. O para atender las condiciones socioeconómicas actuales de centenas de millones de seres humano y no de la industria armamentista.

Un mundo en que la convivencia entre diferentes y los eventuales conflictos pudieran dirimirse sin violencia bélica.

Para alcanzar alguno de estos objetivos se necesita no solo voluntad política, también se necesita capacidad de liderazgo, o sea líderes o lideresas capaces de marcar el rumbo y la dirección hacia dónde caminar. Liderazgos que Europa supo tener en momentos críticos y que tuvieron que enfrentarse a los poderosos de turno, e incluso pagar con su vida por ello. Vale mencionar acá el asesinato, aún sin aclarar, del primer ministro sueco Olof Palme en febrero de 1986.

Lamentablemente no se visualiza, en este cambio de época, ese nivel de liderazgo que el mundo está necesitando.

Al momento de entregar el presente artículo aumenta la tensión en la península balcánica entre Serbia y Kosovo. Y en el estrecho de Taiwán, entre China y EEUU, ante la visita a Taiwán de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes y la respuesta china de ejercicios militares ante la que, con razón, consideran parte de su territorio soberano. Y Europa asiste en silencio, quedando como parte de una estrategia a la que ha adherido, definida por EEUU y que persigue recuperar la hegemonía global que supo detentar en el pasado a través de la solución militar.

Por más que me toque despertarme del sueño, espero que la Europa, no la de los males ocasionados, la otra Europa, la que tanto aportó al desarrollo de la humanidad, pueda tener mucho que aportar. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.

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