Lo interesante es que cuando los ánimos caldeados están expuestos públicamente, cada quien parece querer convencer que “la tiene más grande”. Un espectáculo erótico y dantesco. El problema tiene varias dimensiones. Me paro en una sola: los portales de noticias están sedientos de contenido (buscan clicks que enamoren a los anunciantes). Entonces, cualquier elemento o expresión delirante o conflictiva, esos portales lo transforman en un titular. Así, un comentario estúpido en Twitter puede ser el título de un portal. Es en ese preciso instante que la pedagogía del respeto pierde por destrozo.
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Cuando no nos ve nadie
Hay infinitas anécdotas y experiencias, de que cuando las luces se apagan y el tablado queda en silencio, los protagonistas del striptease pueden darse el tiempo de la conversación calma en donde ninguno convence al otro, pero prevalece el diálogo respetuoso. Claro: se habían apagado las luces del tablado. Recientemente, en ocasión del llamado a sala del ministro del Interior, Luis A. Heber, el jerarca se encontró en el baño del Palacio Legislativo con su contrincante, el senador Alejandro Sánchez. Se habían dicho de todo, de “mentiroso” para abajo. Sin embargo, allí, bragueta abierta de por medio, emergió el buen diálogo entre los dos. Eso pasa de forma abundante. Sin embargo, dos senadores, Sebastián Da Silva y Graciela Bianchi, están a toda hora metidos en sus personajes y no abren ni dejan espacio para conversar civilizadamente. Decididamente no lo quieren. Eso sí: en las redes son soldados de Sendero Luminoso y sus seguidores los llenan de corazoncitos.Daría la impresión de que en el Uruguay -en donde se castiga el histrionismo- hay todo un campo para trabajar y crecer desde el respeto o, si se quiere, desde el liberalismo político. Por momentos observo que hay un eje que insólitamente se corre en el debate político: la izquierda -que tradicionalmente no tuvo buena relación con el liberalismo político- pasa a ocupar ese lugar porque el bloque conservador, con algunas valiosas excepciones, se ha corrido demasiado hacia la derecha irredenta e irrespetuosa. Entonces, resulta que ese espacio -en donde se puede debatir sin agraviar- es ocupado por ejemplo por un comunista (Oscar Andrade) o dos emepepistas (Yamandú Orsi y Alejandro Sánchez). Lo interesante de esto, es que esa zona de las (moderadas) sensibilidades políticas estuvo ocupada en los últimos 30 años por Asamblea Uruguay. En términos de tono, vigor político y respeto por el otro, parece existir una “astorización” de la izquierda. No (solo) porque el astorismo trabajó fuertemente hacia eso, sino porque el bloque conservador se desplazó hacia la derecha.
La libertad responsable
El poderoso y controvertido concepto de “libertad responsable” que el presidente Luis A Lacalle lanzara en el inicio de la pandemia (año 2020) es un elemento de real importancia en todo esto. Veámoslo. En términos de calidad democrática, riqueza del debate, administración del conflicto y las tensiones, la “libertad responsable” tiene algo para decir. Esa definición geopolítica de Real de Azúa sobre Uruguay -un algodón entre dos cristales- tiene un fuerte alcance en lo relacional y político. Una aproximación a eso es que Uruguay -por tamaño- no se puede hacer el loco con sus vecinos porque tiene todo para perder. Más vale asumirse como algodón, sin estridencias ni exageraciones. Toda la política exterior está marcada por ello. Cuando Uruguay se pronuncia en favor de las soluciones diplomáticas de los conflictos y apoya a los países pequeños, no hace otra cosa que reconocerse. Hacia adentro, esa cuestión cuasi ideológica -metida en el ADN uruguayo- tiene su correlato. Un país de cercanía, en donde todos nos conocemos, ha permitido ir creciendo como comunidad democrática y las tensiones y conflictos parecen ser administrados en clave democrática. (Real de Azúa dejó sin explicar por qué este país pequeño, de suaves ondulaciones, entró en crisis y en el 73 se quebró formalmente la institucionalidad). Desde la cotidianeidad del debate, siempre ha prevalecido un cierto tono democrático, aunque en el campo de la estupidez -que no tiene partido- siempre hay alguien o algunos/as que torpedean el clima. La cuestión es que antes de las redes sociales, los “excesos” quedaban encorsetados en un pequeño espacio geográfico del debate. Pero con las redes sociales, aquello que uno podía decir en un living o en un café, se instaló en la plaza pública de las redes y allí todo cambió. El asunto de la “libertad responsable” aparece cuando actores relevantes del debate político optan por el chiquero. Si eso quedara ahí, vaya y pase, pero el asunto es que se extiende. La falta de respeto, la mentira, el discurso del odio, ya no solo está limitado a una anécdota. Contamina e intoxica. Lo interesante de ese discurso violentista e irrespetuoso -lo quiero destruir al otro, destruir su reputación- es que puede ser una patología social peligrosa en términos de convivencia democrática. (Agrego: el discurso violentista encubre la falta de propuestas para atender los enormes desafíos de esa época. Es fácil odiar y expresarlos; es difícil ensayar soluciones. Entonces, como no las tenés, uso el camino corto de la destrucción del otro). Pero hay otra cosa: hay mucha gente que vive en ese estado y -como quedó dicho en otra columna- es interesante verlo en términos de mercado: hay oferta de odio y hay demanda. En el mercado del voto, se juntan las dos expresiones. Cuando en distintos países, la izquierda critica el “discurso del odio”, desde los sectores emisores de ese mensaje dicen que la izquierda quiere limitar la libertad de expresión. Pamplinas huecas. La “libertad responsable” -instalada en este lado del debate político- debe ser un mandato para todos. Un actor político relevante, un representante político institucional -edil, legislador nacional, ministro o autoridad partidaria- tiene responsabilidades en ese plano. Use responsabilidad de no alimentar hogueras perniciosas e inconducentes. Yo sé que la demagogia es una tentación, una salida facilonga. Pero no construye. Use su libertad, pero hágalo responsablemente.