Pero la no postura en temas de cambio climático no se trata de un tema menor. El cambio climático es una realidad científica, no una opinión política. Sus efectos ya se sienten en nuestras costas, en nuestros campos, en nuestra economía. Abstenerse en una votación como esta no solo debilita la posición uruguaya en foros internacionales, sino que nos alinea con un negacionismo climático que el propio expresidente Trump ha defendido con frases como “el mayor engaño jamás perpetrado”. ¿Es ese el lugar que queremos ocupar?
Pero este no es el único caso en el que Uruguay parece inclinarse por el silencio estratégico. Mientras escribo estas líneas, en Gaza continúa lo que numerosos organismos internacionales, incluyendo expertos en derecho internacional, han calificado como un genocidio. La destrucción sistemática, el desplazamiento forzado y la muerte de miles de civiles exigen una condena clara y sin ambigüedades. Sin embargo, nuevamente prima la cautela, el cálculo diplomático, el miedo a las consecuencias de posicionarse con firmeza.
La pregunta que debemos hacernos como sociedad es clara: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar principios y convicciones por mantener una relación de aliado con quien, en los hechos, nos presiona para adoptar posturas que nos perjudican?
La soberanía no es solo una palabra que se esgrime en los programas de izquierda. Se ejerce en las votaciones internacionales, en las condenas a las violaciones de derechos humanos, en la defensa irrestricta de la verdad científica. Si hoy cedemos en la lucha contra el cambio climático por presión externa, y si callamos ante crímenes de lesa humanidad por el mismo motivo, ¿en qué otras posturas esenciales vamos a claudicar mañana? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por una alianza que, en los hechos, nos quita más de lo que nos da?