Hay una pregunta que debemos hacernos como país, como nación, como sociedad, y sobre todo, como comunidad. Porque lo comunitario suele ser un término escasamente acuñado en el lenguaje político del poder por temor a las enormes implicancias que tiene con el bien común, eso tan difícil de esquivar, incluso solo con palabras.
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La pregunta es: ¿Por qué nuestros gobernoantes no pueden pronunciar oficialmente la palabra genocidio respecto de las acciones de Israel contra Palestina? Toda la ciudadanía, más allá de lo que crea sobre los hechos, tiene derecho a saber qué razones hay para semejante acto de negacionismo y las disociaciones que produce.


Si acaso fuera por ser estrictos en el uso del lenguaje, por las exigencias que la definición de genocidio reclama en el mundo de las negociaciones diplomáticas, el conjunto de acciones militares, políticas e ideológicas de Israel sobre el pueblo palestino, desde hace mucho han rebasado el límite y configuran tal caracter. A tal punto que la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre los territorios palestinos ocupados de la ONU lo dijo sin vueltas el martes pasado. “Es evidente que existe la intención de destruir a los palestinos de Gaza mediante actos que cumplen los criterios establecidos en la Convención sobre el Genocidio”, declaró la presidenta de la Comisión, Navi Pillay.
Por si pareciera demasiado lejano tal posicionamiento, también lo han definido como genocidio los gobiernos de Brasil, Chile, Colombia y México, entre otros, a cuyos líderes (Lula, Boric, Petro, Sheinbaum) se les reconoce con la misma sintonía de izquierda en la cual se encuadra el gobierno del Frente Amplio, sin que nadie se haya tomado el trabajo de desmontar esa posición, al menos públicamente y dando la cara en defensa de una postura contraria.
Sobre los compromisos
Pretender que no existan compromisos respecto de las decisiones de gobierno, de un Estado, o a nivel de un partido político, no deja de ser un infantilismo. Siempre existen. El punto es cómo se superan o no. Usualmente, desde posturas de derecha, se presentan los compromisos divorciados de su contexto. Frente a esto, desde algunas posturas de izquierda que se autoperciben siempre más radicales (sin jamás hacer revolución alguna) se postula el rechazo a todo compromiso, sin comprender que no existe lucha revolucionaria en línea recta sin tener que hacer zig zag. Lenin se encargó de confrontar ese tipo de poses recalcando que no se trata de aceptar ni rechazar todo compromiso sino ser capaces, a través de todos los compromisos cuando son inevitables, de permanecer fiel a los principios y a los objetivos.
Presiones comerciales
Una posibilidad es que entren en riesgo, o caigan, operaciones comerciales y que los mercaderes que Jesús echó del templo sigan teniendo tanta fuerza como para presionar tan alto en defensa de sus intereses constantes y sonantes. Nadie duda de que es una situación típica en un sistema social como el capitalismo en el que el dinero vale más que las personas y hay quienes acatan sin chistar. Se sabe que los mercaderes de la guerra, los de las armas, vaya si han tenido injerencia en la defensa de su libertad de producción y comercio, pero también los vendedores de cereales y oleaginosos, o de ganado en pie, por decir algo, parece que imponen sus pesos.
Otra posibilidad es que Israel amenace con algo tan fuerte que nuestros más altos representantes queden obligados a torcer el brazo. De ser así, deberíamos saberlo. Hasta ahora, las famosas cooperaciones muestran que era Uruguay el que ponía incluso hasta la plata para una infame oficina vacía en Israel, que solo beneficiaba al blindaje internacional de la política sionista por parte de presidentes obsecuentes, como fue Luis Lacalle Pou, entre otros. Lamentablemente, hasta que no se cierre definitivamente y se cancele un convenio falsamente académico, rechazado formalmente por la Universidad de la República, el sayo caerá inevitable sobre nuestro más alto mandatario, guste o no.
Otra posibilidad es que se impongan cálculos electorales que impidan aquello que pedía Seregni: pensar lo que se dice, decir lo que se piensa y hacer lo que se dice. Y entonces, se vacile en función de pescar algún voto en una colectividad cuyas organizaciones más reaccionarias justifican las masacres y la ocupación ilegal y aún se niegan a reconocer que el Estado de Israel comete acciones equiparables a las que los nazis perpetraron contra los juidios de Europa. Tal vez alguien crea que negarse a reconocer lo que se ve todos los días en vivo y en directo, más allá del filtro mediático, pueda rendir en un final electoral cabeza a cabeza. Quién te dice que alguien esté jugando con esos fuegos. De ser así, ya no solo sería oportunismo político electoral sino un renunciamiento ético disfrazado bajo el deseo ingenuo de no espantar.
Las posibilidades de recibir presiones son de todo tipo y nadie puede negar que están en el orden del día, pero lo mismo sucede con la posibilidad de explicitarlas y que se sepa con exactitud qué se enfrenta y quién está de un lado y del otro. Se ponen las cartas sobre la mesa y se decide sin ocultar la dificultad, y cada quien a poner la cara por sus decisiones, que para eso fueron electos como representantes de cientos de miles de votantes, de un partido, de su programa de gobierno, de una historia y unos principios que no deberían ser tan fáciles de desviar en virtud de vaya a saber qué miedos o cuáles compromisos y de quiénes.
Disociaciones
Hace algunos días asistimos a una declaración de Alejandro "Pacha" Sánchez, secretario de Presidencia de la Repúeblica, quien definió como genocidio lo que ejecuta Israel en Gaza. Pero resulta que lo dijo en un comité de base del Frente Amplio y, por tal, sería expresado no como alto funcionario de gobierno sino como simple militante político. ¿Cómo es posible tal disociación? ¿Qué lleva a explicitarla? Porque es evidente que ya se hace muy difícil negar el genocidio siquiera ante un puñado de ilitantes de base. Sin embargo, esa disociación parece evidenciar que el cargo de secretario de Presidencia no es full time y caduca con un horario de marcar tarjeta.
Pido al lector que lea los siguientes párrafos no desde la psicología sino desde la política. Repasando las definiciones más usuales en los manuales de psicoanálisis, la disociación es un mecanismo de defensa que consiste en escindir elementos disruptivos para el yo del resto de la psique. Esto se traduce en que el sujeto convive con fuertes incongruencias, sin lograr conciencia de esto. Sigmund Freud consideraba la disociación como un mecanismo normal mediante el cual el ego se defendía de pensamientos inconscientes inaceptables. Así, los trastornos disociativos son afecciones que implican una pérdida de conexión entre pensamientos, recuerdos, sentimientos, entorno, comportamiento e identidad. Entre otros conceptos aportados por Freud y el psicoanálisis está lo que se denomina fuga emocional, que ocurre cuando el autocontrol de una persona falla y sus sentimientos internos se revelan y expresan con más intensidad de la deseada. La fuga emocional no es un problema en sí misma, excepto cuando va acompañada de autocrítica, remarcaba Freud. Insisto, léanse como conceptos políticos y no psicoanalíticos.
Definición de genocidio
El genocidio es el exterminio intencional, sistemático y deliberado de un pueblo, grupo étnico, racial o nacional, total o parcialmente, por una o varias razones ideológicas. Calificado como el mayor crimen contra la humanidad, el genocidio está ampliamente considerado como el epítome de la maldad humana. Según la ONU, fue Raphael Lemki quien acuñó el término "genocidio", una palabra que creó a partir del sustantivo griego "genos" (raza, pueblo) y del sufijo latino "cide" (matar). Lo postuló en 1943, no solo en función del Holocausto judio bajo el régimen nazi, también tomó muy en cuenta el genocidio del pueblo armenio perpetrado por el Imperio Otomano, continuado por el gobiernos de los "jóvenes turcos" e incluso por los primeros años de Mustafá Kemal Ataturk, el padre de la Turquía moderna.
Honrar nuestra historia
Para comprender mejor estas negaciones y disociaciones actuales en nuestro gobierno, viene bien recordar que Uruguay fue el primer país del mundo, en 1965, en reconocer el Genocidio Armenio mediante una Ley nacional propuesta al parlamento por Zelmar Michelini (aun en el Partido Colorado) y votada por la unanimidad de los partidos políticos con representación parlamentaria.
Por si faltara algo, también vale recordar que Uruguay ya reconoció al Estado palestino el 14 de marzo de 2011 mediante un acto del gobierno presidido por José Mujica, a quien se acaba de rendir homenaje póstumo en Nueva York, tomando sus consignas más tibias y ocultando acciones como esta. En ambos casos, la posición de gobierno y del Estado uruguayo fue proclamada con antelación a la llamada comunidad internacional demostrando una saludable posición vanguardista y de principios. En el caso del genocidio armenio, adelantándose décadas.
En el caso del reconocimiento de Uruguay al Estado palestino, también fue con antelación a que la misma ONU lo oficializara en diciembre de 2012, como así también antes de que otros países lo hicieran por su cuenta, y como lo han venido haciendo otros cada vez más ante tanta barbarie. Por eso se vuelve una necesidad de Estado, de país, de nación, de sociedad y de comunidad, que ante una realidad dura y vergonzosa para toda la humanidad honremos nuestra historia por sobre cualquier compromiso, y terminemos con el negacionismo y las disociaciones.