Por Marcelo Abdala (*)
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Como en la Batalla de Leuctra, atacar por la izquierda
Para el presidente del Pit-Cnt la batalla contra el capital debe ser por izquierda, creando una nueva forma de economía y recomienda un ejemplo de Grecia.
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Por Marcelo Abdala (*)
La historia de la Grecia clásica –tan importante desde el punto de vista de la configuración de la cultura occidental– cuenta de un jefe político-militar tebano, que en la batalla de Leuctra presentó una innovación importante en el campo de batalla, enfrentado nada más ni nada menos que al poderoso ejército espartano.
La eficacia mortal del ejército espartano residía en su organización y disciplina. La infantería pesada –que implicaba la falange espartana constituida por ciudadanos adultos entrenados desde la niñez (los hoblitas), grupo de hombres armados con armaduras, lanzas, espadas cortas y escudos– avanzaba como cuerpo orgánico. Las falanges llegaban a tener 12 filas de profundidad. Con su escudo cada soldado cuidaba a su camarada de la derecha y, en virtud de esto, en su avance sincronizado, la falange tenía el sesgo de inclinarse a la derecha. A su vez concentraba a sus soldados más poderosos en ese flanco de su formación; por lo tanto, en la lucha cuerpo a cuerpo, el mayor poderío del cuerpo militar espartano se concentraba a la derecha.
El principio militar que había dado fama a la falange espartana era establecer formaciones rectas de las infanterías pesadas. De esta forma, Esparta presentaba el ejército regular más eficiente de la antigua Grecia.
Epaminondas desarrolló una innovación militar radical: en vez de atacar de forma recta, concentró a sus mejores hombres a la izquierda; frente a la profundidad de la falange espartana de 12 filas, desplegó a la izquierda una falange de 50 filas de profundidad y promovió la confrontación con la élite del ejército espartano. Tebas, en la batalla de Leuctra, atacó en forma oblicua y por la izquierda. Concentró su ataque en el punto de mayor poderío del enemigo. Cuando el ejército tebano logró romper las filas espartanas, giró hacia el centro, diezmando al ejército enemigo.
Obviamente que Esparta no era una ciudad-Estado inexpugnable. Probablemente, como muchas veces nos muestra la historia, en su fortaleza principal radique su propia debilidad. Su poderío militar estuvo organizado en una división del trabajo en la cual los ciudadanos espartanos adultos eran militares, y el trabajo agrícola lo desarrollaban los “ilotas”, esclavos propiedad del Estado. Esto supuso restricciones a los espartanos para misiones militares lejanas a Esparta, en función de las necesidades de “seguridad” interna. Y también supuso que los ilotas –muchas veces obligados a participar como apoyo en la guerra– no lucharían con la misma energía que los espartanos. La sabiduría de Epaminondas le permitió también usar esto para dividir y diezmar al ejército espartano. La victoria de Tebas y el posterior declive de Esparta fueron tan contundentes como la genialidad político-militar de Epaminondas. Esparta era la ciudad-Estado hegemónica en ese momento, Tebas la subalterna.
Hoy Esparta es el capital. Es básicamente un tipo de relación social que predomina ampliamente en el planeta. Este régimen funciona con un metabolismo que, de forma sistemática, va transformando el funcionamiento social (justamente en estos momentos vivimos cambios de tipo disruptivo, al punto de que muchos hablan de un cambio de época, más que una época de cambios) y, simultáneamente, dichos cambios tienden a fortalecer su aspecto sustancial: la acumulación desorbitada de capital.
Obviamente que la sociedad del capital es un régimen absurdo en tanto y en cuanto la forma actual de desarrollo destructivo de las fuerzas productivas humanas depreda de forma radical tanto a la naturaleza (el cambio climático sostiene esta afirmación) y al ser humano: el 1 % más rico acaparó el 41 % de toda la nueva riqueza generada desde el año 2000, mientras que el 50 % más pobre de la población global solo ha visto aumentar su riqueza en un 1 %, según las conclusiones del último informe encabezado por Joseph Stiglitz, presentado al G20. Los ilotas de la nueva “Esparta del capital” se acercan al 99% de la humanidad. Es absurdo que una minoría ínfima del planeta logre enriquecerse de forma exorbitante a costa de la mala vida de la inmensa mayoría de humanidad. Sin embargo, este régimen tiene una gran fortaleza y hay que analizar de forma descarnada dónde radica dicha fortaleza.
Se puede decir que el capital aún domina porque ha logrado el consenso de los dominados. Más aún cuando la forma mercancía logra colonizar prácticamente todo: se hace de los elementos simbólicos de la comunicación, las redes sociales, la industria del entretenimiento, el “tiempo libre” de la gente, los algoritmos, etc. Se trata de un régimen social que logra reproducirse a escala cada vez más ampliada, porque está internalizado en la subjetividad de la propia vida de la gente. Para seguir vigente, el capital es tan eficaz en transformarse, que inclusive captura algunos de los contenidos de la crítica al sistema, para redirigirlos contra la clase trabajadora, como ha sugerido Boltanski en su obra “El nuevo espíritu del capitalismo”.1
En el plano estrictamente político estamos en problemas. En efecto, toda vez que –en forma paradójica– los progresismos quedan como defensores del statu quo vigente, por ejemplo, adoptando como propio el paradigma neoclásico en economía–, aparecen –de una forma que no es casual– ofertas de extrema derecha, aberrantes, promotoras del odio, que –bajo la apariencia disruptiva de cambio radical, enfrentando a sectores subalternos con otros sectores subalternos–, cuando logran instalarse operan para acelerar el ajuste necesario al totalitarismo del capital. Frente a esto, muchas veces los progresismos quedan paralizados, como “en las nubes”, impotentes a la hora de proponer una sociedad alternativa a la que resulta del dominio de unos pocos.
En el plano económico, el capital –como régimen social– es cada vez más desigual. De hecho, viene generando un gran retroceso a escala planetaria en la participación de la masa salarial en la riqueza global; por esa razón el 1% más rico es cada vez más rico, y el 50 % más pobre es relativamente cada vez más pobre. Así, el régimen vigente logró procesar una transformación de esta naturaleza en pocas décadas sin mayores sobresaltos, porque ha mutado radicalmente todas las formas de organización de la producción. En efecto, relocalizaciones globales, fusiones y adquisiciones, externalización de sectores productivos enteros, tercerizaciones, diferentes formas de precarización del trabajo (pasaje de trabajadores a unipersonales, monotributistas, trabajadores temporales, trabajadores de aplicaciones, que ni siquiera son considerados como lo que son: trabajadores dependientes).2 Estos mecanismos operan para reducir el poder de organización y lucha de los trabajadores, reduciendo sus posibilidades de incrementar la parte de la riqueza generada que va para solventar su vida. En este marco, por ejemplo, el sindicalismo puede sucumbir si queda arrinconado solamente en la justa defensa de los derechos de los trabajadores formales y con contrato por tiempo indeterminado, y –ante las formas de disolución de la lógica de clase– renuncia a la defensa de los trabajadores precarizados.
Es claro que enfrentamos a un régimen sumamente poderoso. En primer lugar, porque dirige los procesos sociales que determinan la producción material de la vida. En segundo lugar, porque requiere e instala regímenes políticos de extrema derecha, y –finalmente– porque su narrativa y sus valores han sido internalizados por la gente. En este sentido, no debemos subestimarlo. Ante esto, es imprescindible: a) Promover formas globales, continentales y nacionales radicalmente nuevas, de organización de la producción, la economía y la distribución de la riqueza. b) Desarrollar una forma de poder político que radicalice la democracia y movilice la participación popular para desmontar progresivamente la sociedad del capital, y construir el “hacer en común”3 creador de realidad nueva; c) Construir otra ética, otros valores, ideas y cultura que no estén asfixiadas en lo meramente mercantil, sino en la producción de la buena vida.
Al modo de Epaminondas, al capital hay que atacarlo por la izquierda, sin timidez ni “medias tintas”, concentrando fuerzas en su flanco de mayor poderío. La justicia tributaria parece ser hoy punta de lanza de esta perspectiva. También en Uruguay.
1 Boltanski, L. y Chiapello, E.: El nuevo espíritu del capitalismo. Akal (2019).
2 Inclusive, muchas veces, estos mecanismos son incorporados por los propios Estados –demostrando el contenido de su verdadera naturaleza de clase–, en sus formas de funcionamiento y contratación, convirtiéndose así en un actor central de la precarización del trabajo.
3 Laval, C. y Dardot, P.: Común, ensayo sobre la revolución en el siglo XXI. Gedisa (2015).
(*) Presidente del Pit-Cnt
(Tomado de El Popular)