La polarización ideológica, en términos generales, puede ser definida como el ensanchamiento de la distancia entre las distintas posiciones ideológicas de quienes se identifican con determinados partidos políticos, provocada por creencias, valores o principios. Los especialistas señalan, no obstante, que se está produciendo una nueva variante, la polarización afectiva, que comparte elementos con la polarización ideológica pero que supone la imposibilidad del diálogo entre distintos grupos partidistas al nutrirse de sentimientos, que cristalizan en megaidentidades partidistas, frecuentemente basadas en amores, odios, prejuicios y percepciones sesgadas del adversario político.
Así, estudios como el de Mariano Torcal, De votantes a hooligans. La polarización política en España, muestran preocupación por las consecuencias políticas de esta polarización afectiva: la disminución de la confianza social individual necesaria para la legitimación del sistema económico y político; la justificación de propuestas antiliberales que pueden acabar convirtiéndose en una amenaza para la propia democracia liberal y las consecuencias políticas que se desprenden para el sistema político español cuando hay una crisis de confianza en las instituciones.
En el caso del Estado español, se relaciona la irrupción de partidos de ultraderecha, como Vox, y, en menor medida, de izquierda, como Podemos, con el acrecentamiento de esta polarización. Sin embargo, el autor distingue las distintas posiciones democráticas de sus partidarios, así como las diferencias entre proyectos que plantean alternativas para mejorar la democracia existente y propuestas que pudieran llegar a socavar los principios e instituciones de la democracia liberal.
La polarización en el debate político y social
Fuera del debate en el ámbito académico, con sus complejidades y matices, se dan disputas mucho más descarnadas por llenar de contenido ideológico a las palabras y, sobre todo, por imponer cierta lectura de la realidad. Como le respondía Humpty Dumpty a Alicia, el poder está en quien tiene la capacidad de imponer a las palabras un determinado significado. Y, con ello, moldear la realidad. Aquí entra de lleno la difusión de la polarización como fenómeno problemático y su uso político.
En el caso del Estado español, esta campaña de denuncia de la polarización política coincide con la celebración del 50 aniversario de la muerte de Francisco Franco y el resurgimiento de las loas a la Transición. El régimen del 78 ha erigido su legitimidad en palabras como el consenso y la concordia que habrían caracterizado a los “padres de la Constitución” o a los dialogantes políticos de la época, a los que se pone como ejemplo al que deberían aspirar los políticos actuales para huir de una crispación que se nos presenta como inaudita o anormal. Una reconstrucción que omite interesadamente que la historia de España ha estado jalonada por golpes de Estado de unos crispados poderes fácticos que han abortado todo intento de democratización política y social.
De hecho, el relato mítico de la Transición borra el contexto de violencia política y de fuerzas asimétricas entre un franquismo que mantenía un potente núcleo duro impermeable a la reforma, y una oposición democrática que sólo tuvo la oportunidad de validar la reforma del sistema asumiendo sus líneas rojas. En realidad, más que un discurso romántico e idealizado, se trata de un mensaje dirigido a marcarle a las izquierdas cuáles son los márgenes en los que pueden operar, si quieren ser respetadas por los poderes fácticos del sistema y no acabar como sus antepasados de la Segunda República.
Esta exigencia de moderación es tan asimétrica como la polarización que se produce a escala mundial entre unas fuerzas políticas de ultraderecha, desatadas en la defensa, incluso a base de mentiras, de su agenda política del odio y la discriminación del otro; y una izquierda que, en términos generales, no se atreve a defender siquiera su programa de transformación social, mucho menos económica, cuando lo tiene. Cuando la ultraderecha puede campar a sus anchas y la extrema izquierda es inexistente o, cualquier discurso de reforma moderada del capitalismo, se tilda de ultraizquierda, estamos ante una polarización asimétrica que quiere eliminar a la izquierda radical y acallar la lucha de clases.
No, los extremos no se tocan, se repelen
El discurso de la polarización no sólo acalla, sino que niega la legitimidad de la lucha de clases. Pero, además, lo hace poniendo en el mismo plano ético a todas las posiciones políticas, partidistas o ideológicas, que se auto ubican en los extremos, o cerca de ellos, aunque defiendan principios y valores antagónicos. Pareciera que, para los enemigos del extremismo polarizador, no polarizar sería respetar ideas tan poco tolerantes como crear campos de exterminio para judíos, gitanos o comunistas.
¿En aras de congraciarnos como sociedad, la izquierda debería abrazar a quienes deciden deshumanizar y criminalizar a los inmigrantes, encerrarlos en CIE, negar la violencia de género, aplaudir genocidios en Gaza o los bombardeos de EE. UU. en el Caribe? Me temo que la respuesta más sana ante estas acciones es querer estar en el espectro ideológico opuesto a quienes las perpetran o defienden. En este sentido, la polarización política entendida como posiciones irreconciliables entre personas con ideologías antagónicas no sería un fracaso de la convivencia sino un antídoto para la supervivencia ante el odio y la intolerancia.
Por último, ver todo extremismo ideológico como igualmente negativo es no entender que, precisamente, lo que nos ha llevado a esta actual ola reaccionaria mundial es la falta de ideología, no su exceso. Pero no de cualquier ideología, sino de una ideología radicalmente opuesta a los principios y valores del capitalismo que lleva a su extremo la ultraderecha. Una ideología que opere como firme brújula ética y política conectada con las mejores tradiciones de emancipación humana de las clases subalternas. Y que lo haga de manera intransigente ante la barbarie. Por supuesto, se pueden cometer crímenes hablando en nombre de esta otra ideología, pero nunca siguiendo los principios éticos de igualdad radical, libertad y fraternidad que son sus pilares básicos, sino apartándose de ellos.
(Escribe Arantxa Tirado)