El 15 de marzo de 1890, con una sala llena en la que se encontraba su propio padre, Manuel Herrera y Obes, asumía la primera magistratura Julio Herrera y Obes (aunque su verdadero nombre era Julián Basilio Herrera Martínez).
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La contienda electoral distó de ser dura. Se presentaron varias candidaturas. Las votaciones en la Asamblea General dieron como resultado 47 votos para Herrera; 21 para Luis Eduardo Pérez; 1 para Juan Alberto Capurro y 1 para su padre del nuevo presidente, Manuel Herrera y Obes, anciano hombre de la Defensa de otrora.
El gobierno de Herrera, tras muchos años de gobiernos autoritarios, comienza con los mejores augurios de coparticipación y apertura. Augurios que quedaron prácticamente es eso. Pero cabe destacar que Herrera y Obes representa el punto de inflexión del Militarismo a los gobiernos de corte civil.
Herrera, principista de afamada carrera, periodista y romántico, fue uno de los hombres clave en la transición de los gobiernos de corte militar a los civiles. La historiografía clásica ha denominado Civilismo al período inmediato al Militarismo, por contraposición a este. Ha escrito Alberto Zum Felde, con su conocida claridad: “Latorre dominó al caudillaje y Julio Herrera y Obes al militarismo”.
De hecho, de todas las críticas que se pueden adosar a Herrera y Obes y su gobierno, la salida hacia los gobiernos civiles es uno de sus aciertos y no debe ser opacado por sus posteriores actitudes. Herrera y Obes logró controlar a los militares y quitarles su preponderancia, obrando desde adentro.
Entonces, Herrera y Obes marca una bisagra entre los militares y los civiles en el poder. Hacia 1886, el militarismo estaba desgastado, el papel fundamental para el que habían sido llamados se había cumplido: el orden y la defensa de la propiedad, la sublimación de la clase alta rural, la modernización técnica de determinados sectores y el monopolio de la coacción física por parte del Estado.
El gobierno de Herrera y Obes le dio al Uruguay la entrada al civilismo, pero dejó de lado, por su esencia, a un gran sector político, o mejor dicho, de políticos. El entusiasmo era general, por fin dejaban el poder los militares, y Herrera fue votado por una gran gama de legisladores de todos los partidos y tendencias. Las promesas de coparticipación fueron tan solo palabras, y el presidente, tras su victoria, demostró un exclusivismo feroz, e inclusive sectarismo, en tanto gobernaba apoyado en su sector del Partido Colorado. Ese sector, paradigmáticamente, fue denominado “la colectividad” y su política, “colectivismo”.
Herrera y Obes levantaba la bandera de una política selectiva. Selectiva en el sentido por el cual el pueblo no poseía las aptitudes del elector. De esta manera, el poder público quedaría en manos de un pequeño grupo que guiaría a los demás, incapaces de tomar decisiones. Para hacerlo, el presidente utilizó todo tipo de tácticas; entre ellas la influencia en la designación de su sucesor (influencia directriz), o los fraudes electorales. Los fraudes sistémicos tomaron ribetes cómicos en algunas circunstancias. Más allá de muertos que votaban, o vivos que no podían hacerlo por quién sabe qué razón, las historias llegan a ser patéticas.
Crisis económica y otras yerbas
Se suponía que todo iría bien durante el gobierno de Herrera, las expectativas económicas, tanto como las políticas, eran halagüeñas. Pero durante los 4 años, se encadenaron una serie de factores que, sumados a lo ya dicho, rodearon a la figura de Herrera y Obes de una especie de halo demoníaco. Mucho se había logrado, empero, en lo concerniente a libertades individuales, de prensa; lo que Pivel Devoto denomina como “régimen de garantías individuales”.
Se atan entonces causas comarcales y otras internacionales. Descenso del precio del cuero y pérdida de mercados; descenso del precio internacional de la lana, desde 1894; el mantenimiento de una balanza comercial desfavorable…entre otras causas. La especulación empeoró la situación, creando un ambiente artificial que culminó por estallar. La crisis, buscando inicios, comenzó en París, con la quiebra del “Comptoir d’Escompte” en 1889. Al año siguiente, se dio el desastre de la compañía francesa del Canal de Panamá. Tras la caída, se precipitó en octubre de 1890 la quiebra de una de las casas más importantes de Inglaterra, “The Baring Brothers Co.”. Este quiebre, tras préstamos dados por el Banco de Inglaterra, de Francia y Nacional de Rusia a la casa inglesa, fue generando rebotes de la crisis en Italia, Grecia, Rumania y Serbia. Más tarde, golpearía en EEUU.
En Uruguay eran los tiempos de los grandes emprendimientos, de las grandes construcciones, de los gigantescos negocios. Era la época de Emilio Reus, eran -los alguna vez bautizados- “tiempos de Reus”. Personaje al que la historiografía le debe un trabajo más somero, fue uno de los hombres fuertes de finales del siglo XIX, y culminó muriendo solo sin que las necrológicas lo recordaran. Pero más allá de su personalidad especulativa, no dejó una sola deuda, ni en España (de donde provenía), ni en Argentina, ni en el Uruguay. Desde su llegada al país, se puso en campaña en los negocios. El 24 de mayo de 1887, una ley autoriza la creación del Banco Nacional (un banco estatal). La idea y el proyecto pertenecían nada menos que a Emilio Reus. El Banco abrió sus puertas el 25 de agosto de 1887.
Así que las inversiones y los proyectos se multiplicaban. También la especulación. Tras su salida del Banco, Reus prosiguió los negocios. Fundó la Compañía Nacional de Créditos y Obras Públicas, luego proyectó un balneario en el muelle Guruyú, mandó edificar un enorme hotel. Construyó más tarde el conocido Barrio Reus, pensado como un barrio de obreros y clase media. Esta es la época de otros especuladores y negociantes inmobiliarios, como Francisco Piria.
En medio de este ambiente, comienzan las inestabilidades. El 5 de julio de 1890 el Banco Nacional, el cual abría créditos desmesuradamente, colapsó.
No pudo sostener la conversión de sus billetes en oro. Dos días después, el gobierno decretó el curso forzoso de los billetes por 6 meses. Comenzaron así las quiebras, los despidos, la inflación y el crecimiento de los usureros, que cambiaban los billetes por valores irrisorios a los desesperados funcionarios y pensionistas. Se fundieron el Banco de Monte Piedad, la Caja de Ahorros y la empresa minera; luego el Banco Inglés, más tarde cerró sus puertas la Bolsa. La crisis estaba servida.
En enero de 1891, el Banco Nacional logró obtener un préstamo del Banco de Río de Janeiro; pese a esto debió sufrir una corrida. Definitivamente el 20 de julio de 1891, cerraba totalmente el Banco Nacional. Finalmente, tras un feriado bancario, la sección hipotecaria del banco se transformó en el Banco Hipotecario.
La crisis prosiguió, y las consecuencias fueron los cierres, los despidos y el deterioro de la economía uruguaya, que sufría su etapa de declive en el ciclo económico. Se calcula que la crisis le costó al país 200.000.000 de pesos oro. Hasta 1894, se sufrió la depresión y la recesión. La crisis rozó todos los rincones del país, inclusive al campo.
Así culminó la presidencia de Julio Herrera y Obes, entre las crisis económicas, la sequía, las langostas, la isoca y los fraudes. El país ganó, empero, por primera vez un gobierno con poder suficiente, que no se debía sostener en ningún otro poder. ¿Quién sucedería a Herrera y Obes y su política selectiva? La colectividad había minado poco a poco el sistema político; ¿pretendería Herrera y Obes una presidencia puente, para volver en 1898? Muchas preguntas sin responder en aquellos años. Los colorados populares (batllistas), ¿soportarían los fraudes que sufrían una y otra vez? ¿Los blancos se quedarían de brazos cruzados alejados del poder, soportando un gobierno exclusivista?
Finalmente, el 1º de marzo de 1894, Herrera y Obes dejó el poder, como la Constitución dictaba, al presidente del Senado, el argentino Duncan Stewart. Restaban enormes sacudones en la política vernácula.