Es imposible distinguir a unos de otras. Decenas de personas paradas en una fila que se curva primero hacia la derecha, luego hacia la izquierda y se pierde al fondo del patio delantero del Centro Cultural de La Paloma. Lo único que las diferencia es que algunas (las más suertudas, debo decir) se pueden refugiar del sol, que ya a las 8:30 de la mañana pega fuerte.
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Me llegó el mensaje del Ministerio de Salud Pública para vacunarme contra el SARS-COVID 19 hace cuatro días. «Recordatorio tercera dosis. 12/01/2022 a las 8:45. Vacunatorio NX017 – La Paloma – Centro Cultural -PFZ. Dirección Dr. Javier Barrios Amorin S/N».
El largo de la fila indicaba una demora asegurada. Por la ventana de la biblioteca local, que hace las veces de vacunatorio, vi a dos mujeres con una bata azul, tapabocas celestes y guantes. Una preparaba una jeringa, la otra ayudaba a alguien a llenar un papel y luego pasarlo a la computadora.
—¿Acá es la fila para vacunarse? —me preguntó una mujer que apareció detrás de mí, al rayo del sol.
—Sí, está toda esta gente antes.
—Ah, yo tengo hora 8:30, me tengo que ir a trabajar a las 9.
—Si se hace muy tarde pedimos que te dejen pasar.
Tres personas salieron juntas del vacunatorio y casi toda la fila delante de nosotras las siguió con la mirada mientras caminaban hasta la calle y se subían a un auto con chapa argentina.
La fila avanzó dos pasos.
—Con razón la demora —espetó alguien.
—¿Se agendaron o vinieron nomás? —preguntó una voz.
Empezaron los cruces de miradas. ¿Quién se había agendado? ¿Quién había caído directamente al vacunatorio? ¿A qué hora tenía que estar cada persona allí? Es imposible distinguir a unos de otras.
El 26 de noviembre de 2021 el Gobierno anunció la adquisición de 200.000 dosis de Pfizer destinadas a turistas. La medida comenzó a regir en diciembre. Quienes vengan desde el exterior y no sean residentes pueden agendarse en el sitio web del Ministerio de Salud y concurrir en la fecha que les sea indicada.
Estamos en Rocha, uno de los puntos con mayor disponibilidad de dosis para extranjeros no residentes. Recuerdo, mientras observo esta escena, que el ministro de Turismo aseguró que esta medida iba a fortalecer la oferta turística.
***
La mujer que llegó después que yo y tenía agenda para quince minutos antes no quería pedir que la dejaran pasar primera. «Me van a matar», me dijo.
La fila avanzó cuatro pasos.
El clima estaba tenso. La gente miraba, se acercaba a la puerta para preguntarle quién sabe qué a las vacunadoras, volvía, clavaba los ojos en las personas que salían ya vacunadas, intentaba distinguir a través de las ventanas si quien entraba llenaba papeles o no.
Llegaron dos personas y se pararon detrás de la mujer que estaba detrás de mí. Eran 8:40.
—Tenemos hora 8:30 —anunció una de ellas.
—Yo también —dijo la mujer que estaba detrás de mí.
Giré la mirada hacia la puerta y vi cómo un hombre se acercaba y pedía realizar una consulta. A los pocos minutos salió, se paró detrás de las dos personas que se pararon detrás de la mujer que estaba detrás de mí y avisó que estaban vacunando por orden de llegada.
Es gracioso cómo manifestamos el enojo en Uruguay. La tensión queda estática en el aire. La gente comenta con el de al lado, charla, dice «no puede ser»; pero nadie grita. Nadie exige que se reorganice la fila. Nadie pregunta por qué, entonces, nos mandan mensajes con horas específicas. Todos, al final, esperamos.
Lo cierto es que no había nadie que se encargara de organizar la fila. Las dos vacunadoras cumplían todos los roles, y no tenían manera de dedicar tiempo y energía a que la gente se ordenara por grupos horarios. Así que las personas llegaban y se colocaban, cómo no, al final.
Dentro, la gente seguía recibiendo vacunas en un segundo y llenando papeles en cinco minutos. «Siguiente», gritaron, y pasó una mujer. La fila avanzó dos pasos.
Eran 8:50, hora límite para que la mujer detrás de mí se fuera a trabajar. La incité a acercarse a la puerta y pedir para pasar, pero se negó de nuevo. Así que fui yo.
Cuando llegué y quedé frente a la vacunadora dije «¿hay chances de?», pero ella me cortó para anunciar a viva voz: «No se vacuna sin agenda. Entre la gente agendada y los argentinos tenemos 400 personas hoy. Sin agenda no vacunamos, solo con agenda».
Detrás de ella pasó la mujer que acababa de entrar. Se alejó siguiendo la fila hacia el final, repitió lo que dijo la vacunadora y agregó, frustrada, «yo hice toda esta fila y no me vacunaron».
Tres personas se fueron. Un hombre, sin embargo, caminó en dirección a la vacunadora y comenzó a hacerle preguntas. Ella repetía «sin agenda no vacunamos, sin agenda no vacunamos». Él desistió y se fue.
Creímos que la fila iba a empezar a avanzar más rápido, pero se acercó otro hombre a preguntarle a la misma vacunadora si se podía vacunar ahí aunque le habían indicado que fuera al hospital de Rocha. Tras la negativa de la mujer vino la repregunta «¿solo en Rocha, entonces?» y la reafirmación «sí, solo en Rocha».
La vacunadora logró volver con su compañera y gritó «siguiente». La fila avanzó cuatro pasos. Por fin llegamos a la sombra.
***
Eran cuatro. Una mujer, un hombre, un niño y una niña. Si tuviera que ilustrarla con un término diría que era una «familia típica» (aunque ese tipo de familia sea la menos registrada en Uruguay). Estuvieron esperando siempre a la sombra, quince personas más adelante. Los niños, aburridos, pedían para escuchar una canción en el celular y para irse.
—¿Te imaginas si vacunan a los niños? —preguntó alguien, que yo no podía ver, muy bajito.
—¡Fah! Habrá que aguantar llanto —oí que le contestaron.
Desde hoy, 12 de enero de 2022, los niños de entre 5 y 11 años pueden recibir vacunas contra el coronavirus en Uruguay. No logro determinar las edades de estos niños, que se pelean por su turno para elegir la música.
Cuando llegó el turno de la familia la vacunadora les dijo algo que desde afuera no se llegó a escuchar, pero intuyo que fue alguna especie de disculpa porque la mujer contestó:
—Tranquila, ustedes están trabajando, nosotros estamos de vacaciones.
Pasaron los adultos mientras los niños gritaban sollozando desde la puerta «papá, papá, mamá, mamá» con preocupación. «No es nada, ¿ven?», los tranquilizó la madre. Los pequeños, finalmente, no pasaron al vacunatorio, pero se fueron gritando emocionados porque después de la vacuna sí o sí se toma helado.
***
Sobre una mesa, a la derecha de la puerta, hay folletos con las actividades del Centro Cultural. Al lado, la ficha básica de datos personales que hay que llenar cuando te vas a vacunar por primera vez. Y en otro montón de hojas, la declaración de vacunación voluntaria en el extranjero; ese documento lo tienen que leer y firmar los turistas que se den la tercera dosis en Uruguay.
Pasé antes que la mujer que estaba detrás de mí y que las personas que estaban detrás de ella. Me ofrecí a esperar, ya que mi hora era quince minutos después que la de ellos, pero insistieron en continuar con el orden establecido por la hora de llegada, aunque nadie estaba muy de acuerdo con eso.
Una de las vacunadoras preguntó mi nombre y a qué hora estaba agendada. Tenía un montón de papeles impresos con horas marcadas cada quince minutos, y una lista de aproximadamente diez nombres en cada tramo. Buscó mis datos bajo el subtítulo 8:45 y subrayó mi nombre con marcador fluorescente amarillo.
Me senté. Mientras ella golpeaba el tubito de la jeringa (que, según sé por las películas, es algo que hacen para sacarle el aire), su compañera agarraba algo de una conservadora blanca de espuma plast.
—¿No hay dos conservadoras? —le consultó la mujer que ya se acercaba a mi brazo con la aguja.
—No sé por qué me dan una sola si saben que preciso trabajar con dos o tres —contestó, algo fastidiada, la otra mujer.
Sentí el pinchazo sin aviso, estaba concentrada en la conversación y, debo admitir, esperaba confiada que me dijeran «deja el brazo flojito», o algo así. Fue menos de un segundo. Un instante.
—Pronto.
—Gracias.
Salí con el brazo dolorido, saludé a la mujer que estaba detrás de mí y a las personas que estaban detrás de la mujer que estaba detrás de mí. Ya estaban a pocos pasos de la entrada. Eran las 9:15. Caminé hacia la salida, bordeando la fila que ahora hacía otra curva hacia la izquierda. Menos mal que no estaba apurada. ¿Sabrá esta gente que no vacunan sin agenda?