Es verdad que la epidemia global por el coronavirus es un grandísimo problema para la inmensa mayoría de los países y las poblaciones del mundo. La pandemia es un problema sanitario y es también un problema económico y social.
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Nuestro país no será la excepción. Esto se sabe desde marzo y solo se discuten las acciones políticas y sanitarias que se deben adoptar para mitigar los daños, la magnitud de los mismos y el momento en que se producirán los perjuicios mayores.
La coalición de derecha y centroderecha que gobierna definió acciones confusas para enfrentar las consecuencias sanitarias, a las que denominó “liberalismo responsable”; cuestionó las medidas más enérgicas que propuso la oposición y la gran mayoría del ámbito académico, las atribuyó a un tenor autoritario y a un propósito político del Frente Amplio y optó por acciones ambiguas que fundamentalmente procuraban preservar los intereses de las empresas privadas, particularmente las más grandes, y sostener un fuerte ajuste económico para achicar el déficit fiscal, favorecer la inversión, la actividad económica, la rentabilidad de las empresas y el empleo a costa del salario, las pasividades, la inversión social y las empresas públicas.
Aunque se ha procurado presentar el lento crecimiento de los casos de covid-19 como un éxito fenomenal, casi milagroso, de un presidente que se ha revelado como un estadista, muy por encima de las expectativas de quienes lo votaron, las cosas no dan para cantar victoria ni se justifica endiosar a Lacalle Pou.
Hay muchas causas que pueden explicar el comportamiento de la pandemia en nuestro país sin tener la necesidad de creer que estamos ante un presidente genial. Sin embargo, si queremos creer que la madre de Dios se llamaba Julita, nadie tiene derecho a impedirlo.
Lo cierto es que durante seis meses, una mesa chica de periodistas, publicistas, amigos del presidente y un sociólogo a la medida que hace, manipula, difunde y analiza las encuestas, se reúne semanalmente para operar con el fin de embaucarte diciendo que la culpa de todos los males es del gobierno anterior y de lo que no es culpable, es culpable la pandemia.
Así estamos, rozando los 100 casos diarios de gente convencida que gracias a Pompita somos únicos en el planeta Tierra, bailando en fiestas clandestinas, juntándose en la Rural del Prado para ver vacas gordas y ajenas, preparando una quincena de verano en Punta, comprando cero kilómetros con lo que nos ahorramos del viaje a París y comiendo un asado al aire libre en una noche de primavera de cantarola y vino tinto -obviamente sin tapaboca-, como lo hicieron los muchachos de la selección celeste en un verdadero derroche de inconsciencia.
Mientras procuran engañarnos culpando a los jóvenes y a los que resisten el ajuste del aumento de los casos de covid, la vida sigue. Los precios de la comida se duplican, la luz sube más de 10%, cobramos en el seguro de paro la mitad del salario, nos despiden del laburo y ni salimos a buscar trabajo, tenemos que cerrar la micropyme y también la pyme, no nos alcanza la plata a fin de mes y empezamos a percibir que en ese gobierno que teníamos antes estábamos mucho mejor que con el de ahora; y el presidente que teníamos, era viejo, no hablaría mucho ni todos los días, pero era más sensible que este parlanchín de fatuidades que cayó sentado en el último corso de carnaval, arriba de los papelitos.
El ministro de Salud Pública ha demostrado ser un luchador. Hay que reconocerle que se ha puesto sobre sus hombros la lucha contra el covid y que ha escuchado las diferentes voces autorizadas, sin sectarismos, sin ascos ni rencores. Sin embargo, va a tener que conseguir mucho más que buena voluntad de la gente para usar el tapaboca y mantener la distancia social. Necesitará el apoyo de su gobierno, que tendrá que frenar las locuras que se planifican para mantener la actividad como el turismo, el carnaval y las fiestas.
No va a contribuir para nada el discurso fantasioso de que el mundo venía a invertir aquí porque el gobierno tenía una entonación proempresarial y le habíamos ganado a la pandemia.
Para nada.
No ayuda para nada tampoco que el gobierno y especialmente alguno de sus Ministros contribuyan todos los días a aumentar la zanja que lo separa de la oposición.
Para nada.
No ayuda tampoco nada que el gobierno continúe aplicando un programa de ajuste como si no pasara nada, aprobando una LUC regresiva, un presupuesto restaurador y una creciente represión que es resistida incluso por sectores de la Policía que prefieren reprimir la delincuencia y el crimen organizado y no a muchachos y muchachas que se reúnen los fines de semana a tocar los tamboriles
En fin, me temo que los casos de coronavirus pueden seguir creciendo y de pronto en un mes estamos con 200 casos diarios, 2.000 o 3.000 pacientes activos y con cuatro o cinco muertos por día. También estaremos con 100.000 pobres más que hace seis meses, 12% o 13% de desocupación y uno cuantos miles de microempresas cerradas.
Nadie puede esperar que la gente se quede en su casa. La gente saldrá a buscar el mango para parar la olla y más temprano que tarde saldrá a la calle a luchar.
Ayudaría que al frente de la economía no hubiera un pedante sin sueños, traidor a su país y, además, mentiroso. Pero eso será difícil porque ese tipo de gente se aferra al poder como garrapata al lomo del caballo.
Así que habrá que preparase para un tiempo difícil en que los recursos sen escasos y los riesgos sanitarios abunden.
Algo habrá que hacer. Por lo pronto, cuidarse, no correr riesgos inútiles, procurar cumplir las indicaciones, cuidar la distancia y disminuir la actividad social.
Hay que colaborar. Ya que no se puede colaborar con las autoridades porque aprovechan la oportunidad para jodernos, apoyémonos a nosotros mismos, a nuestras familias, a nuestros amigos y a los que no lo son. Vamos que podemos. ¡No te rindas!