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Elecciones en Holanda

Derecha y más derecha

Tras las elecciones holandesas las instituciones financieras internacionales respiran tranquilas: la derecha neoliberal globalizadora mantuvo su hegemonía en detrimento de su homóloga ultranacionalista y fascistoide. El statu quo se reforzó en un país en el que toda la izquierda junta apenas supera en tres puntos porcentuales al partido conservador más votado.

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Por Manuel González Ayestarán

El pasado miércoles tuvieron lugar las elecciones holandesas en las que Europa vivió una nueva toma de temperatura del continente. La ultraderecha liderada por el populista Geet Wilders fue derrotada y la derecha oficialista, liderada por Mark Rutte, ganó las elecciones con 21,4 por ciento de apoyos. Los holandeses pudieron elegir entre un amplio espectro de opciones neoliberales que se dividen en el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD por sus siglas en neerlandés, 21,4 por ciento), el Partido por la Libertad (PVV, 13,1 por ciento), la Llamada Demócrata Cristiana (CDA, 12,5 por ciento) y Demócratas 66 (12 por ciento). Los cuatro grupos resultaron ser las formaciones más votadas juntando en total 59 por ciento de los sufragios. No obstante, el antieuropeísmo del PVV lo divide diametralmente del resto de opciones favorables a la globalización neoliberal. Esto hace que, a pesar del miedo transmitido en la esfera pública por la amenaza ultraderechista, Wilders habría sido incapaz de formar gobierno aunque hubiese ganado las elecciones.

Por detrás de Demócratas 66 siguieron las opciones más vinculadas a la izquierda. El Partido del Trabajo (PVDA), representante de la socialdemocracia tradicional, continuó su trayectoria descendente pasando de segunda fuerza política a séptima con apenas 5,4 por ciento de sufragios y nueve escaños en el Parlamento. Por encima de él quedaron las otras dos opciones progresistas con 14 escaños cada una: el Partido Socialista (PS), contrario al euro y adepto al Socialismo del Siglo XXI, fue la opción de izquierda más votada, ostentando el quinto puesto con 9,7 por ciento de votos. Siguiéndole de cerca quedó la coalición Izquierda Verde (GL) con nueve por ciento del apoyo. Esta formación, con su carismático líder Jesse Klaver (calificado como el Justin Trudeau holandés), fue considerada inicialmente como la principal opción a la izquierda del PVDA, sin embargo, el grupo está conformado por una peculiar alianza entre el Partido Comunista de los Países Bajos, el Partido Popular Evangélico, el Partido Pacifista Socialista (de origen cristiano) y el Partido Político de los Radicales.

La historia reciente holandesa viene marcada por una suerte de coalición entre la derecha y la socialdemocracia tradicionales del VVD y el PVDA, algo que de una forma u otra ha vivido durante las últimas décadas una buena parte de países del viejo continente. Este matrimonio político ha resultado en la implementación del paquete de medidas neoliberales promocionadas por la UE, siguiendo los mandatos de Washington y de las instituciones financieras internacionales. En este sentido, el ajuste y los recortes sociales y del gasto público han marcado la política de este país durante los últimos años. Según señaló el economista holandés Servaas Storm, basándose en datos del propio Banco Central holandés, el porcentaje de empleos seguros experimentó un descenso entre 2008 y 2015, pasando de 56,8 por ciento a 30,5. Actualmente el empleo temporal supone una proporción mayor a 20 por ciento del total.

Por otro lado, Intermon Oxfam situó a Holanda en el tercer lugar de su ranking de paraísos fiscales corporativos, por detrás de Bermudas e Islas Caimán. Para la ONG, la flexibilidad de la legislación holandesa supera a la de Suiza (cuarto lugar), Irlanda (sexto) y Luxemburgo (séptimo). El medio español Ctxt recogió una cita del secretario de Estado y Finanzas neerlandés, Eric Wiebes, en la que el mismo jerarca admitió que “las empresas se sienten tentadas de usar el sistema fiscal holandés y su red de tratados para propósitos no deseados. Estructuras artificiales se utilizan para erosionar las bases tributarias de otros países y evitar así impuestos extranjeros”.

Sin embargo, desde la gran crisis capitalista de 2008, Holanda ha jugado un papel de aliado de Alemania a la hora de exigir a los países de la eurozona su cumplimiento con la deuda a costa del ajuste y los recortes sociales. La participación de la socialdemocracia tradicional del PVDA en la conformación de este panorama nacional en alianza con la derecha liderada por Mark Rutte es una de las principales causas del rechazo de los trabajadores holandeses a la izquierda neerlandesa. Esto ha hecho que las tres formaciones progresistas juntas apenas lleguen a 24,1 por ciento de apoyos, apenas 2,7 puntos porcentuales más que el VVD de Rutte.

El proceso electoral

Holanda es una monarquía constitucional en la que el rey ostenta la jefatura del Estado. Esto hace que, al igual que en países como España, el rey cumpla funciones de arbitraje en el devenir democrático. Por ello, pasadas las elecciones, el monarca deberá llamar al político más votado para que trate de formar gobierno buscando los apoyos necesarios para llegar a la mayoría parlamentaria y ser investido primer ministro de los Países Bajos. Esto hace que, a pesar del miedo gestado acerca de la amenaza populista y antieuropeísta de Geet Wilders, el bajo porcentaje de escaños que habría logrado el líder populista aun ganando las elecciones le habría sido insuficiente para formar gobierno. El rechazo de la mayoría de partidos parlamentarios proglobalización a la propuesta aislacionista del PVV era garantía en todo momento del mantenimiento del statu quo del país.

No obstante, la presencia de este elemento en el debate democrático hizo que la campaña política estuviese marcada por el debate en torno a la integración europea (bajo la alarma acerca del posible nexit propuesto por Wilders), la inmigración y la seguridad ciudadana. Esto ha hecho que cuestiones como la salud pública accesible, la seguridad social o la educación hayan sido temas secundarios del debate. El discurso explícitamente racista e islamófobo de Geet Wilders hizo que su principal rival endureciese su campaña en torno a postulados xenófobos y nacionalistas para no perder al sector de su electorado más conservador. Por otro lado, los comicios holandeses se han desarrollado bajo estados de conflicto latente –y no tan latente– con terceros países como Rusia y Turquía. La gestión del gobierno en estos altercados finalmente favoreció al candidato oficialista, aun cuando las encuestas daban como favorito a su rival ultraderechista. Finalmente, la participación llegó a 82 por ciento, ocho puntos más que en las pasadas elecciones.

En primer lugar, la psicosis debido a la posible injerencia rusa a través de hackers en los comicios hizo que el Ejecutivo neerlandés tomase la decisión de retomar las viejas formas de recuento de votos y renunciase a las nuevas tecnologías. Así, los votos fueron contados a mano y su comunicación oficial se hizo por teléfono. Por otro lado, el conflicto con el gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan finalmente benefició a Mark Rutte, ya que le permitió mostrar dureza contra el islamismo de cara al electorado. Su gobierno retiró los derechos de aterrizaje al ministro turco de Relaciones Exteriores, Mevlüt Çavuolu, para impedir que participase en un acto de campaña en favor de la reforma constitucional que Erdogan pretende implantar en Turquía. Por otro lado, el gobierno de Rutte también deportó a la ministra turca de Asuntos Familiares, Fatma Betül Sayan Kaya, junto a toda su delegación cuando esta trató de acceder al país. A la jerarca no se le permitió ni siquiera acceder a su consulado.

Estos actos generaron una crisis diplomática entre ambos países que se saldó con la suspensión de relaciones, declarada por el gobierno turco el pasado lunes. Esta crisis repercutió en todo Occidente, ya que Alemania también prohibió la participación de jerarcas turcos en mitines dentro de su propio territorio, y obligó a Estados Unidos a tratar de mediar entre los tres países miembros de la OTAN. Este episodio permitió finalmente al gobierno de Mark Rutte hacer campaña desde su propia gestión, mostrándose contundente contra la entrada del islamismo en Europa.

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