Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Editorial

Serrat emocionó a su pueblo

Deslumbrante actuación repleta de símbolos

Por Carlos Luppi.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Es un lugar común afirmar que Joan Manuel Serrat (1943) mantiene con ambas márgenes del Plata un largo romance, cuyos votos se renuevan en cada primavera. Pero nada más cierto que agregar que el mismo, como los vinos que suele paladear en los recitales, provenientes de sus propios viñedos (y que le ha servido más de una vez al Maestro Ricard Miralles, en un gesto de humildad incomparable) se torna más intenso y más profundo cuanto más añejo se vuelve.

No creo exagerar si afirmo que las vastas huestes que siguen al cantautor y  poeta catalán desde los años ´60 (y que abarcan principalmente una franja etaria que va de los 55 a los 85 años, aunque se suman cada vez más jóvenes) pagarían los mismos (altos) precios por verlo no ya cantar, sino simplemente sentarse en el escenario y hablar pausadamente en su inconfundible estilo que mezcla el humor con una melancolía que los años han vuelto más persistente.

Es que Joan Manuel, o “el Nano”, ha acompañado a la inmensa mayoría de sus seguidores –entre los que están el cronista y su esposa- en las etapas principales de sus vidas: desde los años llameantes de la década del ´60 a la noche y niebla de las dictaduras, en el jubiloso amanecer democrático de los ´80 (que creímos que iba a solucionar todo), en las nuevas luchas, ahora contra el neoliberalismo, y en los vaivenes de los movimientos progresistas del mundo, que ahora parecen enfrentar los años terribles de Trump y Bolsonaro, mientras quedaron por el camino muchas viejas ilusiones. Y todo eso salpicado por los grandes temas personales: el amor (con su pasión, sus ilusiones y sus desencuentros, pero también con su persistencia), los hijos (no habrá otra canción para ellos como “Esos locos bajitos”, que hace llorar a media audiencia, siempre), la amistad, las nostalgias de la infancia y la juventud (“Barquito de papel”) y “aquellas pequeñas cosas” que van signando nuestra peripecia por la vida.

Serrat es el amigo que estuvo, que estará y que estará siempre, pase lo que pase. Que nos acompaña siempre, y que tiene una canción para cada tema.

 

Serrat, por la vuelta

Tres años después de su última actuación en Montevideo, en la que con varios gestos pareció despedirse de las audiencias masivas que virtualmente lo adoran en este continente (en Argentina le brindan ovaciones de veinte minutos de pie, y da no menos de veinte conciertos por visita), y varios luego de superar un tumor, el poeta volvió por sus fueros.

El sábado 17 de noviembre, en un resplandeciente Antel Arena, Serrat y su orquesta arrebataron a sus fieles con un puñado de canciones tomadas básicamente de su larga duración “Mediterráneo” (1971), salpicadas de temas de sus poetas favoritos (Antonio Machado, León Felipe, Miguel Hernández, todos víctimas del franquismo), y dejó caer, entre bromas y canciones, varios sutiles mensajes sobre temas como el avance mundial de la derecha y el retroceso de los progresismos, la contaminación ambiental y las migraciones, así como el tema de la mujer, que fue objeto de una larga consideración sobre el final.

Fueron veinticuatro canciones cantadas de un tirón, con una voz que dista de ser la que fue, engarzadas en una perfomance repleta de guiños para sus “amigos de siempre”.

Comenzó con la emblemática “Mediterráneo” para continuar con “Qué va a ser de ti” (un golpe bajo a todos los padres de hijas presentes); “Vagabundear” (que remite a nuestras alegres juventudes, pero también a la lucha contra los autoritarismos de los ´60, franquismo allá, pachequismo acá); “Barquito de papel”; la tremenda “Pueblo blanco”, suavizada por la esperanzadora “Tío Alberto” y la incomparable “Lucía”. La audiencia notó que sus palabras en los breves intervalos de diálogo se volvían más densas y así, acaso aludiendo a lo que ocurre en el mundo, vino la tremenda “Vencidos” sobre la figura de Don Quijote vista por León Felipe. Más adelante, luego de la sentida “Ay, quién diría” (en la que aludió a las tragedias que sufre el Mediterráneo por la contaminación y el rechazo de las migraciones que lo han convertido “en un inmenso cementerio”), afirmó que: “el Mediterráneo también refleja un problema migratorio donde el sur camina huyendo de la muerte, de la guerra, tratando de encontrar un lugar donde meter la vida, donde crezcan sus hijos y se encuentra, en lugar de una mano tendida, una Europa miserable, avariciosa, vieja y sobre todo vil, extraordinariamente vil, que parece haber olvidado que Europa creció gracias a las migraciones, y que el mundo creció gracias a las migraciones europeas”. Imposible decirlo mejor.

Luego aludió a la nueva clase gobernante de megaempresarios al cantar “Entre esos tipos y yo” mostrando no ya militares, sino empinados señorones de galera.

Llegó el turno de recordar a Antonio Machado y lo hizo con su tema cumbre “Cantares”, para pasar a “Luna de día”. Muchos nos quedamos con ganas de “La saeta”, “Retrato” o “Llanto y coplas” entre tantas, pero el clima no estaba para pedidos de la barra.

Entre sus muchos paréntesis, Serrat se hizo unos minutos para elogiar el Antel Arena y recordar con nostalgia al viejo “Cilindro”, bromeando suavemente con la espantosa acústica que caracterizó aquella construcción, donde cantó varias veces.

También habló largamente de los derechos de la mujer y de sus avances, y de lo que falta conquistar aún.

Volvió a Miguel Hernández con “Menos tu vientre” y “Para la libertad”, para iniciar un amable tramo final con “De vez en cuando la vida”, la contagiosa “Hoy puede ser un gran día” (que ya remite inevitablemente a China Zorrilla cantándolo en “Elsa y Fred”), “Los piratas”, “No hago otra cosa que pensar en ti”, para arribar al cierre habitual con “Fiesta”, al  que siguió un bis, pedido por el público con “De cartón piedra”.

Como por suerte se ha ido volviendo habitual, la gente olvidó su pacatería y ovacionó de pie, largos minutos, al cantautor y su orquesta.

 

Arrivederci, Nano

Cuando Joan Manuel Serrat (al que homenajean nueve doctorados honoris causa e innumerables premios), “Ciudadano Ilustre” de Montevideo y del mundo termina su recital, muchos cruzamos los dedos para que vuelva, aunque ya no cante, aunque sólo venga a hablarnos y contarnos sus anécdotas.

El inolvidable Tomás de Mattos decía que “un hombre vive con su época y con aquellos que le tocó vivir, luchar y compartir”. ¿Quién puede dudarlo?

Este año anunciaron que se retiran de los escenarios nada menos que Paul Simon, Elton John y la maravillosa Joan Baez, que pasó por Uruguay hace dos años sin que se le brindaran los homenajes que merece.

En las últimas semanas fallecieron en nuestro país los relevantes y entrañables músicos Jorge Burgos, Eustaquio Sosa y Juan Peyrou.

A Serrat ya no lo esperan aquí, físicamente, sus amigos Alfredo Zitarrosa, Danirl Viglietti, Mario Benedetti o Eduardo Galeano.

Sin embargo, él insiste y ha dicho a quien quiera escucharlo que “el que tenga algo que festejar, que lo festeje ahora”, empujándonos a la vida y a la felicidad.

Que el Nano siga viniendo con sus mensajes es, pues, de alguna manera, un milagro que muchos esperamos con unción.

Esto nos dijimos en silencio muchas caras conmovidas, a la salida del resplandeciente Antel Arena, una fresca medianoche de noviembre.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO