La oscuridad, el castigo psíquico o corporal, la presencia de malvados seres sobrenaturales, la exposición a la burla o al ninguneo; algunas perlas de la construcción de ese sentimiento de miedo a flor de piel, una huella de identidad que se forja desde la niñez, ese “compañero” pertinaz que nos acompañará toda nuestra vida.
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La individualidad de cada uno le dará las armas necesarias o no para reaccionar ante el miedo; desde la parálisis hasta las conductas más irracionales como la ira, el armado de “corazas”, de personalidades fuertes y obsesivo control, hasta quienes logran reponerse y dominarlo.
Pero este no es un artículo de estudio de la conducta humana, es un artículo que se suma a la batalla contra ese miedo colectivo que desde siempre las clases dominantes infunden.
Me sumo a la campaña “Vivir sin miedo”, y como ciudadano que ha realizado labores de docencia entre los gurises, este artículo pretende recrear la dinámica de ir tirando en el fuego del fogón, en la hoguera, los miedos. Miedos que van desde el niño a dormir en su cuarto con una luz prendida, al jubilado mirando el mundo detrás de unas rejas, el chofer de los limpiaparabrisas en las esquinas, el miedo ante el distinto, el diferente, ante la posibilidad del despido, de la sanción, a no poder renovar, a no ser parte de la legión del consumo, del escarnio público.
El miedo institucionalizado
“Esta República que nació para la democracia ha vivido once años de gobierno de facto y ello no ocurrirá más no sólo porque el presidente respetará la Constitución, sino porque todos los uruguayos la vamos a defender y haremos de ello un haz de voluntad y energía, que hará de ello una gran causa nacional, la gran causa que nos convoca desde el día en que nació este país. Para el Uruguay la democracia no es simplemente una institucionalidad, no es simplemente un conjunto armonioso de instituciones jurídicas, no es simplemente una arquitectura política”. “Dentro de pocos minutos también asumiré el Comando Supremo de las Fuerzas Armadas, y ello importa un compromiso muy solemne, un compromiso que asumo con toda la cabalidad de la responsabilidad que ello supone, pero también con alegría de espíritu, sin enojos ni rencores para nadie. Puedo decir a este Parlamento que esas Fuerzas Armadas van a ser conducidas para la defensa constante de la Constitución…En el ejercicio de ese Comando Supremo vamos a actuar con toda la serenidad y con toda la firmeza que el mando republicano supone, sin estridencias innecesarias, pero con la firmeza suficiente como para que el país pase de una etapa de autoritarismo a una en la cual todos sintamos que podemos volver a vivir con tranquilidad, porque allí está -diría- la clave en la que se asentará todo. Tenemos que desterrar el temor, tenemos que desterrar el miedo, tenemos que desterrar ese sentimiento que es el que más corrompe el espíritu humano y que tanto hemos experimentado estos años”. (discurso ante la Asamblea General como presidente electo de la República de Julio María Sanguinetti, marzo de 1985).
Leído esto ameritaría la famosa corneta de la paradoja del Corto Buscaglia; poco le duró a Julio María la serenidad y firmeza del mando republicano; la serenidad y el mando ante un subordinado retobado, y con la complacencia de quien nombró como ministro de Defensa, suponía por lo menos actitudes como la de Raúl Alfonsín en la vecina orilla, salvo que la Pacificación Nacional fuera el producto de otros acuerdos. Y no creemos que Julio María sea cobarde, justamente.
Desandando su perifoneo sobre desterrar el temor, desterrar el miedo, se convirtió en el principal protagonista, el principal difusor, apoyado en el aparato de difusión del Estado, de sembrar el mismo; no solo temor, no solo miedo, sino también muchas operaciones de desinformación y ocultamiento. Tal vez sea bueno refrescar la confesión de un antiguo senador colorado del sanguinetismo, José Luis Guntín, periodista y exdirector del canal oficial, quien relata en su libro: “Lo que les voy a contar ahora sucedió durante la última jornada en que se podía realizar publicidad, es decir, dos días antes del referéndum. Subí al séptimo piso y en el despacho del presidente estaban, sentados alrededor de la mesa, Sanguinetti, Tarigo, Miguel Ángel Semino (2), secretario de la Presidencia, Jorge de Feo (3), el ingeniero Horacio Scheck de Canal 12 y Walter Nessi (4), prosecretario de la Presidencia.
Apenas terminé de saludarlos, el presidente me dijo que estaban deliberando acerca de un aviso, un tape, que el día anterior, a última hora, había llegado a los canales proveniente de la Comisión pro Referéndum.
Aparecía en la pantalla una señora que inmediatamente reconocí. Era Sara Méndez y en el tape hablaba de su tragedia y la de su hijo, Simón Riquelo, desaparecido años atrás.
Ahí me llevó a otro monitor y lo encendió. Comenzaron a aparecer las imágenes y el audio.
Se trataba de otro aviso, no muy acabado. Se refería a la muerte de Pascasio Báez, el peón rural que asesinaron los tupamaros, con total sangre fría, en una “tatucera” cercana a Pan de Azúcar, simplemente porque podía advertir a los uniformados lo que había visto por casualidad.
Sanguinetti me preguntó qué me habían parecido ambos videotapes. Contesté, más o menos, lo que le había dicho a Nessi. Que el de Sara Méndez me parecía muy efectivo, aunque se pasara durante un único día; y que el otro, el de Pascasio Báez, no servía de nada, resultaba muy confuso y que, aunque se mejorara, no tendría efecto alguno en una única jornada de proyección. Los rostros de todos los presentes se tensaron. ¡Qué problema se les había aparecido el día previo al receso publicitario!
Hubo un minuto de silencio en la sala. Por fin, alguien me preguntó si me parecía que con ese aviso podía triunfar el “voto verde”. Les pregunté qué decían las encuestas sobre la diferencia existente ahora.
“Ganamos por poco”, me contestó alguien. “¿Cuánto es ese poco?”, repliqué. “Unos puntos”, oí decir.
“Entonces, este aviso puede hacer que gane el voto verde”, les expresé.
El silencio y los rostros preocupados aumentaron. Lo rompió De Feo, quien le habló directamente al presidente.
Le dijo que si era así, bastaba una palabra suya para que esa publicidad no apareciese en ninguno de los canales. Lo miró a Scheck, quien asintió. “Hablamos ahora con Hugo Romay y ninguno de los avisos aparece. Podemos argumentar que llegaron tarde a los canales y que ya teníamos las tandas completas”, expresó De Feo entusiasmado.
Sanguinetti lo miró y nos miró a todos con cara preocupada. El silencio se hizo más denso en su despacho. Nadie hablaba. Era el momento que el presidente decidiera qué hacer.
Demoró en hablar y, cuando lo hizo, le manifestó a De Feo que sí, que se hiciera así, que no saliese el aviso de Sara Méndez. Lo dijo en tono muy bajo, apenas se oyó, pero sí de forma concluyente”.
Ya desde antes se venía instalando la teoría de los dos demonios, y Sanguinetti, alertado por los juicios en Argentina, esgrimía el concepto de no tener ojos en la nuca y el Cambio en Paz.
La estrategia de una sociedad precavida -a su decir- le dio el resultado electoral a su favor.
El Guapo
La campaña “Vivir sin miedo” parece un nombre adecuado para quien ostenta ese seudónimo, que suele caer bastante comúnmente en el discurso “espantaviejitas”; la estrategia fue sencilla, se apoyó en un porcentaje de la población que el siglo pasado se quiso asegurar que no salieran los militares a atentar contra la frágil democracia, al tiempo que en su imaginario colectivo fue el período de dominio sobre la delincuencia.
“No hay riesgo de los derechos humanos, esto no es la dictadura”, sostuvo Larrañaga, omitiendo las razzias contra los jóvenes de 1989, y denunciando desde el vamos una pésima gestión del Ministerio del Interior, donde ni siquiera el Chapulín Colorado podría defendernos.
Formas más sutiles de instalación del miedo, azuzando la agonía de la incertidumbre y la probabilidad constante de ser vos la próxima víctima.
El debate se cuela además en el medio de una campaña electoral; al coro bullanguero se suma Manini Ríos, quien recoge muchísimos adeptos del voto amarillo, reincidentes difusores del terror, al tiempo que otros ofrecen plomo.
Si pudiéramos tomar como cierta la afirmación de Sanguinetti de que en 1989 no triunfó el miedo sino la precaución, las firmas obtenidas y los votos que apoyaron la actual iniciativa no tienen nada de precavidos. Se apostó al temor duro y puro, y ya podemos ver lo que pasa en Brasil cuando se impone el miedo.
Así que vale recordar lo del título: “Doblegarse ante el miedo es abrir la puerta a otra dictadura”.