Tal vez asiste la razón al senador Guillermo Domenech cuando declara que el ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, se inmoló por defender el decreto de flexibilización de las normas de empaquetado de cigarrillos que el presidente Luis Lacalle Pou firmó a solicitud de la industria tabacalera y sin consultar al Ministerio de Salud Pública ni a sus organismos asesores.
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Lo cierto es que no sorprendió la magra votación que tuvo Salinas en la Asamblea de la Oficina Panamericana de la Salud para la elección de su director general.
El cuarto puesto que obtuvo con sus cuatro votos resultaba un resultado casi fatal, que refleja nuestro volumen como país, nuestro débil relacionamiento internacional, la política alineada con Estados Unidos que tuvo y tiene este gobierno con los lineamientos que tenía Donald Trump para los organismos internacionales, el peso relativo de otras regiones en el continente, los antecedentes profesionales del Dr. Salinas y, sin dudarlo, el mencionado decreto que ha sido criticado por todos los organismos promotores de las políticas antitabaco y en nuestro país, por la unanimidad de la comunidad científica y por la propia Facultad de Medicina.
Era bastante obvio que esta concesión injustificada a la industria tabacalera iba a tener consecuencias y por otra parte el propio Salinas habrá percibido que la firma del decreto a pocos días de la elección de la OPS, salteándolo a él y haciendo intervenir al ministro de Industria era una zancadilla bastante asquerosa de un presidente ensoberbecido, bañado en ego, que no podía hacer esperar a sus contribuyentes de la empresa Montepaz ni unas pocas semanas.
Haber expuesto a Salinas a una votación adversa resulta, incluso para los adversarios políticos del ministro, algo injusto porque si hay que hacer un balance de su gestión, la misma ha sido de lo mejor de este gobierno, habiendo mantenido un diálogo respetuoso con los prestadores, con los distintos operadores y fundamentalmente con la academia y las organizaciones gremiales de trabajadores y médicos.
Yo pienso que para Uruguay hubiera sido muy buena una elección de Daniel Salinas.
En sus tres años de gestión tuvo como invitado sorpresa la pandemia por covid-19 y gestionó los recursos y las diferencias de puntos de vista y lideró las políticas con prudencia, energía y equilibrio.
Tal vez el decreto reciente lo colocó entre la espada y la pared en vísperas de la votación en la OPS en la que su permanencia como ministro no podía interrumpirse sin esperar una reacción negativa para su interés de ser electo en un cargo internacional que culminaría una carrera exitosa y para la cual no hay segunda oportunidad.
Es probable que Salinas no compartiera los contenidos de ese decreto y por supuesto tampoco la oportunidad.
Sus declaraciones posteriores fueron prudentes y ambiguas. Pero donde manda capitán no manda marinero y Salinas decidió como buen capitán hundirse con su barco, sin percibir que el sacrificio sería inútil porque el barco estaba tocando fondo.
Ahora bien, como bien dijo Daniel Salinas, lo principal es competir y cuando se compite se gana y se pierde.
Pero de semejante derrota vale extraer algunas enseñanzas, sobre todo en el plano de la política.
La primera es recordar que no es la primera vez que el Presidente aparta a los testigos incómodos del área de las decisiones.
No me olvido que lo mismo sucedió cuando el presidente también desplazó a Daniel Salinas de las gestiones de adquisición de las vacunas y le encargó al secretario de la Presidencia, Álvaro Delgado, y al Dr. Nicolás Herrera, curiosamente muy vinculado al herrerismo y profesionalmente a la industria tabacalera, esta tarea de la que aún hoy se conoce muy poco, en la medida que se desconocen las cláusulas confidenciales de los contratos de compra y fundamentalmente el precio millonario en dólares que se pagó por ellas.
Lo segundo es comprender que con esta muy menguada votación del ministro de Salud Pública de este gobierno, se cayó otro mito, cuidadosamente elaborado por el laboratorio de marketing político de la Torre Ejecutiva y los medios hegemónicos fieles y alcahuetes del gobierno.
Ha quedado claro que no hemos asombrado al mundo con el manejo que el gobierno uruguayo y especialmente Luis Lacalle Pou han hecho de la pandemia.
Ni hemos sido fenomenales, ni hemos enseñado nada a nadie, ni la llamada “libertad responsable” va a opacar a Sócrates con el aporte de Pompita a la filosofía universal ni nada.
Hemos sido de media tabla y ocupamos el número 73 entre todos los países del mundo en cantidad de casos siendo de los que tenemos menos población, hemos estado peor en morbilidad y mortalidad por covid que nueva Nueva Zelanda y Finlandia, pero también hemos estado peor que Venezuela y que Cuba según datos proporcionados o reconocidos por la Organización Mundial de la Salud.
Hemos tenido más de 7.000 muertos por covid y han sido tantos que en e2021 por primera vez han sido más los muertos que los nacidos vivos
Desde la pandemia ha crecido la mortalidad, incluso la mortalidad infantil y ha disminuido la expectativa de vida.
Ha aumentado la pobreza y la desigualdad, la riqueza de los más ricos ha aumentado y también los depósitos bancarios de los más ricos y los depósitos en el exterior.
Más temprano que tarde conoceremos los contratos de las vacunas y los precios que se pagaron por ellas, de la misma manera que conocimos quién pidió el decreto que flexibilizó las normas antitabaco y quién despachaba pasaportes desde una oficina en la Torre Ejecutiva a pocos metros de la del presidente. A medida que se investigue, sabremos por qué se dio el pasaporte a Marset, quién es “el uno “al que se refería Alejandro Astesiano, qué negocios tenían con la Agencia Nacional de Vivienda y una cuántas cosas que justifican cuando decimos que Lacalle Pou y el herrerismo no tienen un plan de gobierno, sino un plan de negocios.
Tal vez dentro de unos meses haya unos cuantos que caigan en cuenta de que el que se inmola pierde porque el fuego arrasa y el incendio está instalado en la propia Torre Ejecutiva.