Acá es evidente que el ministro Paganini no ordenó la investigación administrativa sobre este punto, que no es, por cierto, el más grave ni el más comprometedor, porque no hay nada que pueda surgir de ella que no sea un escándalo, siempre, claro, en el caso peregrino de que surja algo y no se haya tapado todo. Y perdido por perdido, habrá pensado el canciller, es mejor que el escándalo lo asuma otro, porque la probabilidad de que el escándalo escale hasta las Torre Ejecutiva es peligrosamente cercana a la certeza. Pero insisto, la evidente irregularidad de que el sobre con los chats comprometedores, que debía ir a un juzgado, se haya teletransportado, como en un cuento de Asimov, desde el despacho del ministro a la ubicación del alter ego del presidente, aunque grave, no es significativa si se le compara con la trama para ocultar y destruir esa parte del expediente. Es como un delito adicional, secundario, pero a lo que sí contribuye es a la comprensión cabal de toda la urdimbre y de la talla de los involucrados: claramente, se organizó una orquesta para ocultar, para desaparecer evidencia y el líder de esa banda no pudo ser otro que el presidente. Luego, le querrán cargar los muertos a Lafluf, pero es obvio que Lafluf actuó con la aquiescencia de su jefe, cuando no bajo su orden directa, que es, por mucho, la más verosímil.
El año político arranca así. Cuando termine la feria se vienen los desfiles por los juzgados. Como advertimos hace mucho tiempo, los casos de Marset y Astesiano se los va a llevar puestos. No van a zafar ni en la Justicia ni en las urnas. Tiempo al tiempo.