La senadora Graciela Bianchi, tercera en la línea de sucesión y, circunstancialmente, a cargo de la vicepresidencia del país, insultó por Twitter en menos de 280 caracteres a cuatro países con los que Uruguay mantiene relaciones diplomáticas. A saber: España, Venezuela, Cuba y Nicaragua. Tres de ellos con embajadas en el país.
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La reacción de España era esperable: citó en consulta a nuestra embajadora para manifestar su repudio y pedir explicaciones. Tanto la embajadora uruguaya en España, como la vicepresidenta Beatriz Argimón, que se encontraba en Madrid, el canciller Bustillo y el presidente de la República de forma telefónica tuvieron que pedir disculpas y dejar claro que las declaraciones de Bianchi no representan ni al gobierno ni al sistema político uruguayo.
No es la primera vez que Bianchi incurre en estos exabruptos. De hecho, lo hace casi todos los días contra opositores, fiscales, periodistas, países de la región y del mundo, y hasta gente corriente y usuarios de Twitter. Agraviar es su modus operandi y lo hace con la impunidad que le dan los fueros, pero con la todavía mayor impunidad que le brinda la habilitación de su gobierno, que no desconoce su accionar, sino que lo avala, lo habilita y, a esta altura, lo promueve con un silencio atronador, que funge de “siga, siga”, porque Bianchi cumple la función para la que fue reclutada por su líder.
Bianchi no es una desviación ni una colada inmanejable, es la coordinadora de la bancada y manda. Todo lo que hace, lo hace habilitada. Su trabajo es ese, su rol encomendado es ese. Es la línea bestia, el ariete talibán que expresa con brutalidad lo que los otros deben callar, pero quieren que se diga.
Hace rato que es evidente que la senadora Bianchi no actúa por la libre. Como tampoco el senador Da Silva. Hacen un trabajo sucio que el presidente considera importante y ella lo tiene bien claro, por eso no necesita ni consultarlo: funciona de memoria, juega de taquito. Sabe perfectamente lo que puede y lo que no puede hacer, lo que puede y lo que no puede decir. Otros hacen lo mismo frecuentemente, como el titular de los medios públicos, Gerardo Sotelo, bastante menos inteligente y poderoso que Bianchi, aunque más pagado de sí mismo y proclive a la sofisticación.
Bianchi actúa como si estuviera fuera de sus cabales, pero no lo está, y, si lo está, lo está con arreglo a fines. No se les escapó, la conocían bien y por eso la pusieron ahí y la invistieron en el rango que ostenta. El resto de los legisladores blancos no hablan de ella, salvo en voz baja. Tienen claro que ella goza de protección y, por más vergüenza que les haga pasar, no se atreven ni a discutirle en el grupo de WhatsApp. Los tiene disciplinados y con las cabezas gachas. Ella es más que ellos, es la matriarca de un grupo de parlamentarios cuyo futuro puede depender de su aprobación.
Este gobierno tiene legisladores que han insultado países, legisladores y ministros que hablan de campaña antinacional y se pelean con los medios más importantes del mundo o con organismos internacionales. Y hasta un presidente que se pasea por los foros para atacar países. Son una máquina de aislarnos y exhiben una política exterior improvisada, plagada de fracasos e insultante.
La ONU, reporteros sin fronteras, la televisión inglesa, española, alemana, francesa, los gobiernos de Argentina, Colombia, Venezuela, Cuba, México, España, Brasil, entre otros. Han hecho escombros del prestigio internacional de Uruguay. Y todavía creen que en el mundo hay una campaña contra ellos, cuando son ellos los que se baten con el mundo, cuando nadie los registra, salvo por pendencieros y maledicentes.
No la van a llamar al orden ni van a iniciar un proceso disciplinario, ni le van a pedir la banca. Saldrán a aclarar ante terceros pero por abajo, quizá le pedirá el presidente que por unos días no lo meta en líos o se limite a atacar a sus dianas locales. Pero nada más. Porque la quieren ahí y la necesitan. Y la necesitan para esto, para esparcir lodo, denostar, amenazar, cubrir con insultos a cualquiera que se atreva a pensar distinto, y para desviar la atención de los temas reales. Bianchi no es un error en una lista sábana: Bianchi es el gobierno sin el sofreno de la corrección.