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Editorial crimen | Lola Chomnalez | ADN

¿Familias criminales?

Por Leandro Grille

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Caras y Caretas Diario

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La aclaración del crimen de la adolescente argentina Lola Chomnalez, asesinada en 2014 en Valizas, es sin lugar a dudas una muy buena noticia y cabe felicitar al personal técnico de la Policía Científica y especialmente a la genetista Natalia Sandberg, a cargo del Registro Nacional de Huellas Genéticas, por haber llevado a cabo la investigación que permitió ubicar al homicida.

Sin embargo, cabe llamar la atención sobre las implicancias éticas del procedimiento utilizado porque subyace a la estrategia elegida una consideración criminológica harto discutible que no debe soslayarse solamente porque en este caso permitió resolver el crimen.

Por lo que ha trascendido, la clave para dar con el homicida fue una muestra de ADN obtenida en la escena del asesinato de Chomnalez que mostraba una similitud parcial con la muestra de ADN de una persona detenida que resultó ser medio hermano del ahora imputado por el crimen de Lola.

Como es conocido, desde hace unos años se extraen muestras de ADN de todos los imputados por las distintas causas y semanalmente se comparan esas muestras con ADN obtenido en causas que todavía no han sido resueltas, de modo de determinar si cada nuevo imputado tuvo o no participación en algún crimen que aguarda por su aclaración. Hasta ahí, todo parece muy razonable, toda vez que existe una razonable probabilidad de que una persona detenida por un delito, sobre todo si es un delito grave o el delincuente no es primario, haya participado en otros con anterioridad de los que logró salir impune porque no pudieron resolverse completamente.

Ahora bien, lo que parece bastante menos razonable son los supuestos que orientan a considerar como más sospechosos que el resto de los ciudadanos a los parientes que comparten algún grado de consanguinidad con los imputados. Si bien puede haber evidencia criminológica de que esto sea así, cosa que, honestamente, ignoro, es bastante llamativo que al no obtenerse un match genético total entre ningún imputado y los rastros de ADN obtenidos en la escena del crimen, se haya optado por seguir primero la línea paterna y luego también la línea materna del ADN de los detenidos para determinar si algún hermano por parte de madre o padre de estas personas formalizadas habría participado en el mencionado crimen.

Por supuesto que a todos nos parece fantástico que el crimen finalmente se resuelva y se haga justicia, pero quizá es necesario alertar contra una lógica de investigación que, de algún modo, sugiere que existen familias o linajes genéticos más predispuestos al crimen, como si la comisión de delitos de estas características tuviera, después de todo, bases biológicas raestreables por medio de la genética. Un razonamiento de este tipo transforma a los parientes de cualquier delincuente en sospechosos más inmediatos de cometer delitos y ese razonamiento, además de completamente discutible, acarrea dilemas éticos que no pueden ser opacados porque en este caso hayan podido resolver exitosamente el crimen.

Hasta hoy, ser pariente de un criminal no era fuente de sospecha. Como tampoco lo es pertenecer a una clase social, ser pobre, indigente, profesar una religión o pertenecer a una cierta etnia. No importa si la criminología observa cierta correlación estadística entre alguna u otra variable social, demográfica o poblacional, nada de eso convierte a nadie en sospechoso. Por ese motivo, aunque a una parte de la sociedad seguro le gustaría, nadie puede ordenar indagar por criterios de ese tipo ni obtener compulsivamente muestras de personas por su condición de ser o por el lugar que ocupan en nuestra sociedad. Llevado al extremo, procedimientos indirectos que sesgan la sospecha a hacia un elenco de personas determinadas, por un principio de familiaridad biológica, podrían permitir que el Estado persiguiera por este y otros criterios a grupos de personas determinadas por prejuicios sociales o por consideraciones que de ninguna manera podríamos aceptar.

El avance de la ciencia permite formas de identificación cada vez más precisas y el uso de la tecnología, sumado a la intuición y la inteligencia de profesionales como la genetista que dirige el registro de huellas genéticas, logró un tremendo éxito en este caso, pero los avances de la ciencia y la capacidad técnica de la Policía, el Estado y grandes corporaciones deben ser siempre vigilados estrechamente por la ciudadanía y puestos bajo reflexión ética y con mirada de derechos. Resolver un crimen como este está muy bien, pero siempre hay que tener en cuenta que no vale todo y que la decisión última de lo que vale o no para obtener la verdad y la justicia es una decisión política que comprende consideraciones sobre cuáles son los medios que son justificados por los fines, porque aunque sean altos fines, no vale cualquier medio.

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