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El futuro virtual y disciplinado del fútbol

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Estamos presenciando una verdadera revolución en el fútbol. Es una revolución anclada, por un lado, en progresos tecnológicos varios, y por otro, en necesidades extradeportivas, tales como una pandemia, con sus comunes medidas de distanciamiento y aislamiento sociales. Las medidas sanitarias tomadas para el reinicio de actividades, en estadios y otras instalaciones, han suscitado dudas e ideas que pueden afectar el futuro de las prácticas y de la presencialidad actual o virtual en el deporte, que conviene anticipar y pensar para resolver sobre el grado y circunstancias que pueden hacer aconsejables o no algunas de ellas.

 

Uno. El VAR y el futuro de los arbitrajes presenciales

El arbitraje en los deportes, particularmente en el fútbol, nació por los mismos motivos de otras tantas actividades humanas en que algo estaba en disputa entre actores con intereses contrapuestos. Para decidir instancias conflictivas se instituyeron jueces o árbitros supuestamente más neutros, imparciales y especializados que los actores enfrentados, encargados de impedir y disminuir la beligerancia como modo de solución entre los actores y de administrar justicia de modo idealmente más equitativo que la decidible entre los enfrentados. La importancia de los arbitrajes crece en la medida en que el conflicto encarne mayores intereses simbólicos o materiales. Surgió, entonces, la necesidad de la especialización de árbitros en la ejecución de reglamentos y leyes, y en la mantención de un orden pacífico y reglado durante y con motivo de las disputas arbitradas.

Cuando aún no había estadios diseñados arquitectónicamente para admitir la disputa por actores-jugadores y su presencialidad por audiencias, un árbitro entremezclado con los jugadores en la cancha parecía el mejor modo de poder visualizar las incidencias a arbitrar y la mejor manera de parar o reiniciar las acciones en la cancha de fútbol. De inmediato, la difícil visibilidad inicial de las líneas hizo necesaria la institución de dos jueces auxiliares de línea, encargados de asesorar al árbitro principal sobre si en las incidencias se habían traspuesto o no límites relevantes señalados por líneas difícilmente visibles por su lejanía: intocabilidad de los arqueros, tiros de esquina y de meta, saques de banda, penales o fueras de juego, tantas veces sensorialmente discutibles, contaban con jueces auxiliares dedicados a aclarar lo sucedido alrededor de las líneas perimetrales.

El mejor trazado y visibilidad de las líneas rectas y curvas, y la inclinación y altura de las tribunas, favorece más a quienes presencian o transmiten los juegos que a los árbitros. En efecto, la transmisión oral y luego audiovisual del fútbol, con posterior amplificación de ángulos (ubicación en el estadio, multicámaras, zooms, primeros planos, grandes angulares, tomas aéreas, repeticiones, cámaras lentas y cuadro a cuadro, tomas congeladas), hace que los jueces a nivel de cancha pasen de ser los sensorialmente mejor ubicados para arbitrar, a ser los peor equipados para hacerlo. En cualquier cancha o estadio mínimamente moderno, cualquier espectador o periodista posee mejores insumos para poder apreciar y opinar, ante una situación importante disputable, que los árbitros a nivel de cancha (aun con cuartos árbitros y veedores posteriores); y están encargados de decidir justamente aquellos originalmente más aventajados sensorialmente, que progresivamente se vuelven los más desventajados para hacerlo.

La invención, implementación y empoderamiento del VAR viene a restituir, para la autoridad y argumentos de los árbitros de cancha, la superioridad sensorial original perdida con los progresos de los estadios y de los medios técnicos de registro y re-uso de los registros; la creciente velocidad de las jugadas, que recorren abruptamente más espacio en menor tiempo, más los obstáculos humanos en el campo visual de los árbitros, adicionan dificultades para los insumos sensoriales de decisión. Ahora, el VAR está más especializado en registros, manipulación y posobservación de las incidencias de juego que los espectadores, presenciales o no, y que los periodistas especializados. Los árbitros a nivel de cancha recuperan, a principios del siglo XXI, la superioridad de insumos sensoriales para decidir que tuvieron desde el siglo XIX y que fueron perdiendo desde mediados del XX.

Un segundo ítem relevante es la restitución por el VAR, no solo de la superioridad sensorial como insumo decisorio, sino la recuperación del prestigio -sustento de autoridad- de los árbitros frente a los jugadores. Se repite la historia del perjuicio que los árbitros sufrieren en los insumos sensoriales para sus decisiones. Los primitivos árbitros disfrutaban de la autoridad natural que la edad y la posición social les daban frente a los jugadores, y de su superioridad sensorial y reglamentaria. También fueron perdiendo, no solo en insumos sensoriales, sino que la edad se vuelve menos intrínsecamente respetable socioculturalmente. Los jugadores, nuevos ricos hiperprestigiosos, y más jóvenes, discuten fallos con superioridad discursiva progresiva ante los ojos de prensa y público; la conducción concreta de un partido con sus detenciones y reinicios adquiere un déficit de autoridad, que se extiende a fallos cuestionables por jugadores socioculturalmente más apreciados que los árbitros, y por prensa y espectadores con mejores insumos sensoriales para evaluarlos.

Lector, sea ello considerable como utópico o distópico, no estamos lejos de una época en que el ridículo cuestionamiento y hasta grosero de los jugadores, prensa y espectadores hacia los jueces sea sustituido por un VAR empoderado, que no solo aporte mejores insumos para la decisión arbitral de cancha, sino diseñado para decidir en lugar de los árbitros de cancha, que perderían así su lugar de insumo sensorial privilegiado y hasta su papel disciplinador en la cancha a manos del VAR y de sus árbitros exteriores a la cancha, algo así como una Mesa de Control de básquetbol con mayores funciones. Se eliminaría así buena parte de la grotesca gesticulación y soeces calificaciones de los fallos arbitrales, despersonalizándolos y sustituyéndolos por instancias técnicas a cargo de dispositivos tecnológicos con su propia autoridad cultural y de autoría plural, innominada y desiconizada: el VAR.

 

Jugadores, partidos y públicos virtuales

Necesitaríamos más espacio para desarrollar este apasionante asunto, que quizás podamos retomar en otras columnas, pero déjeme decirle que en el futuro próximo, otra utopía o distopía consideraría la sustitución de partidos con actores reales por otros con actores virtuales (en realidad también reales a su modo), con árbitros de VAR virtuales, prensa (virtual o real), y público compuesto de imágenes anónimas (masa, carteles, hasta publicidad), o personalizadas (gente que pagaría por su cara iconizada como espectador identificable), y con sonido ambiente simulado (gritos, aplausos, silbidos, etc.), a partir del tipo de incidencia -foul, gol, tiro desviado, atajada, etc.- que lo estimularía.

El enorme progreso de los juegos deportivos de Playstation (ya se va por la quinta versión) hace posible pensar que partidos de fútbol virtuales digitalizados, con jugadores que hacen maniobras de su especificidad, puedan ser organizados de modo de originar encuentros que pueden ser artificialmente construidos para tener más emociones que los reales (goles, incidencias emotivas física o técnicamente) y con públicos más coloridos y vociferantes que los ‘reales’; hasta podrían concitar más publicidad que ellos. En un juego perfeccionado de Playstation se puede convocar a los jugadores que se quiera, hacerlos jugar con jugadas propias tomadas y mezcladas de la memoria del dispositivo, y contar con la manipulación de jugadores virtuales que pueden hasta canalizar mejor la hiperactividad tan frecuente hoy. Estos partidos, publicitados y esponsorizables, pueden sustituir con ventajas a los reales, desde el ángulo de la sociedad de consumo y del espectáculo, en un futuro no lejano.

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