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Mundo

UN REGALO DE REYES: COMENZARÍA EL 6 DE ENERO

El juicio político a Trump

Los demócratas apuran el trámite para que el juicio político al presidente de Estados Unidos, comience el 6 de enero. Presentaron un informe de 658 páginas donde se lo acusa de conducta criminal, abuso de poder y obstrucción la justicia. Trump tiene a su favor el formidable desempeño de la economía y la cerrada defensa del Partido Republicano, que controla el Senado. Aunque no sea destituido, el presidente saldrá severamente dañado, y habrá que ver cómo afecta al electorado en 2020.

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Por Martín Narbondo

En las inolvidables elecciones estadounidenses del 8 de noviembre de 2016, Hillary Rodham Clinton obtuvo el 48,18% de los votos, casi tres millones de sufragios más que Donald Trump que rescató el 46,09% de sufragios, pero obtuvo 304 votos electorales contra 227 de la exsecretaria de Estado de Barack Obama.

Las reglas electorales son implacables, y ahí salieron a relucir numerosos errores de los demócratas, como haberse alejado de sus bases populares, haber despreciado una eventual vicepresidencia de Bernie Sanders (que acaso le hubiera acercado millones de votos), el encierro glamoroso de la candidata y la excesiva personalización de la candidatura presidencial.

La sucesión de hechos posteriores ha hecho correr ríos de tinta: Donald Trump rompió la perdurable alianza de la Unión con China Popular sobre la cual todavía reposa la estabilidad política, económica y militar del mundo, le declaró una insólita «guerra comercial» que amenaza con precipitar al mundo en una nueva Gran Recesión, separó a Estados Unidos de sus aliados históricos del G6 y la OTAN, lo retiró de los grandes tratados comerciales globales, dejando el campo libre a China, ha rendido pleitesía a la Federación Rusa de Vladimir Putin, enloquece al mundo con sus mensajes de twitter, realizó un gigantesco ajuste fiscal en beneficio del 1% más rico de la población, trató sin éxito de anular el Seguro de Salud (Obamacare), y ha protagonizado episodios tragicómicos nunca antes vistos en, por decir lo menos, la historia reciente de la Unión.

Durante dos años fue investigado por la llamada «Trama Rusa», la investigación de la injerencia rusa en las elecciones de 2016, pero el fiscal especial Robert Mueller no pudo encontrar evidencias que demostraran que Donald Trump estuvo vinculado a la misma, aunque «no lo exculpó».

En julio pasado, un agente de inteligencia, que manifestó estar actuando «en acto de servicio», denunció que Trump presionó al presidente de Ucrania para perjudicar la candidatura electoral del demócrata Joe Biden, exvicepresidente de Obama y favorito en su partido para las elecciones de 2020, a quien todas las encuestas, incluso las de la cadena Fox, dan venciendo al republicano en dichos comicios.

Esta vez, a diferencia de la «trama rusa», hay pruebas (empezando por la grabación de la conversación entre el presidente Trump y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, donde el primero condiciona un crédito de 400 millones de dólares a que el segundo investigue las actividades de la familia Biden en dicho país) y testimonios contundentes de prominentes figuras, casi todas de filiación republicana. También hay señales de que la alta dirigencia republicana (cuya figura de referencia es Henry Kissinger), harta de los errores geoestratégicos y de las ridiculeces de Trump, podría habilitar el juicio o contribuir a mellar su figura para que no sea reelecto en noviembre de 2020.

Todas estas circunstancias (que el lector de Caras y Caretas ha seguido en notas como la del 15 de noviembre pasado, que detalla los nombres de todos los altos funcionarios diplomáticos y militares que testificaron contra Trump, así como el escándalo que envuelve también a su abogado personal, Rudolph Giuliani) condujeron a que la hasta ahora más que prudente presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi (79 años), iniciara formalmente el 24 de setiembre el proceso que podría concluir en la destitución del presidente Donald Trump, que se convertiría así en el tercer presidente estadounidense en ser sometido al instituto del impeachment, junto con Andrew Johnson en 1868 y William Bill Clinton en 1998 que resultaron absueltos en el Senado de la Unión.

Debe recordarse que Richard Nixon debió renunciar en 1974, antes de que se sustanciara el juicio, ante la certidumbre de que sería destituído por el llamado «escándalo de Watergate» bajo acusaciones infinitamente menos trascendentes que las que hoy afectan al actual titular de la Casa Blanca.

 

La reacción de Trump

Desde el primer momento, y contrariando la actitud de temple que han tenido sus antecesores que enfrentaron la misma desdicha, la reacción de Donald Trump ha sido previsible, destemplada y furiosa.

Su primer gesto fue anunciar que no comparecería ante las actuaciones, a las que tachó de «ilegítimas», y luego lanzó una tormenta diaria de tuits atacando al proceso y particularmente a la presidenta de la Cámara de Representantes, la veterana y experimentada Nancy Pelosi.

El martes 16 de diciembre, un día antes de que comenzara el debate en el Congreso, envió una arrasadora carta de seis páginas a Nancy Pelosi.

«El impeachment representa un abuso inconstitucional sin precedentes por parte de los legisladores demócratas, sin parangón en casi 250 años de la historia parlamentaria de Estados Unidos», señala. «Si el juicio político se activa […] estarán declarando una guerra abierta a la democracia americana», tras lo cual con el estilo que le es habitual, trata de refutar las acusaciones. Afirma que el procedimiento está siendo llevado con menos garantías que «los juicios de Salem», hablando implícitamente de una «caza de brujas» y termina diciendo que «no tengo duda de que el pueblo americano les hará rendir cuentas en las elecciones de 2020»

Las instancias del proceso son transmitidas en directo por la TV a todo Estados Unidos, lo cual constituye otro factor importante en contra del presidente, pero dos circunstancias parecen favorecerlo.

 

La votación en el Senado

En primera lugar, cabe señalar que la votación principal se desarrollará en el Senado y que la destitución requiere dos tercios de votos, o sea, que 67 de los 100 senadores la voten. Los republicanos tienen 53 senadores que han cerrado monolíticamente filas detrás del mandatario acusado, aún reconociendo los cargos. Por el contrario, el congresista republicano Steve Scalise acusó a la presidenta de la Cámara de «postrarse ante los elementos más radicales de sus bases», y afirmó que «estaban decididos a proceder con el impeachment independientemente de los hechos» y que «lo hacen porque tienen miedo de que salga reelegido. Ese es el abuso de poder».

El vocero republicano del Senado, Mitch McConnell, que está a cargo de diseñar el formato que tendrá el trámite, afirmó que «todo lo que haga, lo estoy coordinando con el abogado de la Casa Blanca», al tiempo que manifestó que los dos cargos presentados contra Trump son «débiles».

«Durante el juicio en la Cámara alta, los cien políticos sentados en los escaños ejercen teóricamente de miembros de un jurado que deben escuchar la defensa y la acusación contra el presidente, repasar las pruebas, los argumentos y tener en cuenta los testimonios de nuevos o ya conocidos testigos. Luego, votan el veredicto, pero algunos pesos pesados del partido han avanzado que no van a tratar de guardar las formas. El veterano Lindsey Graham, presidente del Comité Judicial en la Cámara alta, avanzó en la cadena CNN que ya había “tomado una decisión” y que no pensaba fingir que iba a ser “un jurado justo”. Graham, muy recordado estos días como el gran azote de Bill Clinton durante su impeachment, iniciado en 1998, forma parte ahora de la guardia pretoriana del presidente republicano y esta es la que tiene la sartén por el mango en el último estadio del proceso, una vez concluya este miércoles el trabajo en la Cámara de Representantes», señala con amargura El País de Madrid, que ha editorializado reiteradamente contra la gestión de Trump.

 

Es la economía

El segundo factor que favorece a Trump es el hasta ahora extraordinario desempeño de la economía estadounidense, que crecerá 2,5% de su PIB este año; vive un formidable auge de los negocios (impulsado aún por el diluvio de dinero que significó en los bolsillos de los grandes empresarios el ajuste fiscal, cuyo agujero pronto empezará a sentirse, pero acaso llegue después de las elecciones), y ha bajado el desempleo 3,6%.

Todo este éxito (excepto el impulso del ajuste fiscal, obviamente) se debe a la estabilidad ganada por Obama y su equipo de Harvard en la Reserva Federal, pero lo que cuenta es el presente, y eso favorece la popularidad del actual presidente, incidiendo en los futuros votantes y, por lo tanto, en los líderes partidarios que hoy están tomando decisiones trascendentes.

 

Ante un año muy especial

En consecuencia, si bien lo más probable es que Trump no sea destituído por el proceso iniciado en la Cámara de Representantes, nada es seguro en este mundo, y se repite una y otra vez que Kissinger aconsejará a la dirigencia republicana en lo que quedará del Grand Old Party, incluso después de una eventual segunda presidencia de Trump, cuyos mayores adversarios en Estados Unidos son los grandes medios de prensa, y los altos mandos de las Fuerzas Armadas y de los Servicios de Inteligencia, a los que no se ha cansado de ofender.

En todo caso, estamos casi en el comienzo de 2020 y ese año tendrá lugar el espectáculo político más excitante del mundo, como siempre son las elecciones de la primera superpotencia política, económica, militar y cultural del mundo.

Las elecciones estadounidenses tendrán además, esta vez, una inmensa importancia geoestratégica, económica e incluso moral.

 

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