«Amanece y no es poco», suele decir el hombre que acaricia la vida con bordonas de milongas prosapias y rocanroles furtivos. En tierra de maderas nobles, sonidos y texturas propias, Julio Cobelli es leyenda.
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Es «el maestro» de virtuoso latido del alma guitarrera de esta tierra de musicalidad imprevista. Disruptivo y pulcro intérprete de la vida a través de acordes y arpegios, comenzó a tocar la guitarra con su padre, Floro Cobelli, y con el payador Walter Apesetche.
Apasionado y feroz músico de territorios imposibles, tocó con el Polaco Goyeneche, Roberto Grela, Olga Delgrossi, Elsa Morán, Alberto Marino, Raúl Lavié, Ruben Juárez, María Graña, Nelson Pino, Alberto Rivero, Ledo Urrutia, Alfredo Sadi, José Carbajal, Cristian Cary, Gabriel Peluffo y Joan Manuel Serrat, entre tantos y tantas.
Músico y maestro, se consagró muy joven como director y arreglador del cuarteto de guitarras de don Alfredo Zitarrosa. Antes y después del exilio, giró por el continente con el hombre de traje oscuro, del dolor imperecedero, voz de esta tierra.
Cobelli compartió ensayos, estudios, noches, escenarios y unas pocas risas con el cantor que nos contó que no hay dolor más atroz que ser feliz. Como solista o acompañando a otros músicos, el maestro Cobelli recorrió Alemania, Francia, Holanda, Italia, Bélgica, Suiza, Angola y Canadá y unos cuantos rincones del planeta. Grabó en más de 250 discos, algunos de ellos con el guitarrista Mario Núñez, con el bandoneonista Néstor Vaz y con su propio Cuarteto de Guitarras, junto a Ledo Urrutia y Henry Hernández.
Hace poco más de un año, en julio de 2020, algo sucedió. Era un día común, como casi todos. Pero Julio sintió un dolor en la espalda. Le recetaron calmantes, pero la molestia seguía allí. El 14 de julio, aún con dolores, grabó una variación del tango “Taconeando” para su amigo Óscar Pimienta y se acostó a descansar, ya cerca de la medianoche.
De madrugada, se levantó y percibió que casi no podía caminar. Sus piernas no respondían. Fueron horas eternas de incertidumbre con sus piernas inmóviles, hasta que el diagnóstico confirmó lo tan temido. Un tumor era la causa de su inmovilidad.
El médico de turno le dijo que si no lo operaba en menos de 24 horas, no volvería a caminar. Casi sin avisar, la vida le cambió para siempre. La artista, locutora y payadora Mariela Acevedo -su entrañable amiga de la vida- estuvo junto a él ese día, cada tarde y los otros días.
Ella fue voz de aliento y sostén. Habló con médicos, enfermeras, técnicos, organizó los turnos de visita y cuidado, se ocupó de cada detalle, estuvo a su lado. Con el paso de las horas, en plena pandemia, el sanatorio se transformó en un ámbito de solidaridad, esperanza y abrazos silenciosos. Sus amigos guitarreros, todos, fueron llegando uno a uno, con ganas de sacarlo de ahí.
«Tenemos que grabar», le decían a modo de pretexto urgente del alma. «Cuando salgas de acá vamos a tocar allá y acá y por todas partes», le prometían, mientras él observaba con su mirada agobiada, ciertamente incrédula, sin poder entender por qué la vida lo había dejado en esa cama de ese sanatorio, sin avisar. Julio lloró en silencio. Sus amigos también, una vez que ya habían dejado la habitación y se retiraban solos, callados, frágiles.
Con paciencia y persistencia, Cobelli siguió consejos médicos, respetó indicaciones y se sometió a todos los tratamientos dispuestos por el cuerpo médico. Hoy se recupera en una casa amiga, del matrimonio Ferreira Beltrame, que le prestaron para transitar este período de fisioterapia con Nelson y paciencia, en el que -paso a paso- comenzó a mover nuevamente las piernas.
Después de mucho tiempo, pudo pararse con ayuda y casi sin darse cuenta, volvió a caminar lentamente. Hoy baja la escalera del edificio donde vive, los nueve pisos que lo separan del jardín y los sube porfiadamente feliz. Cada mañana, baja 126 escalones, mira el parque, disfruta ver el sol o la lluvia, a veces camina un poco entre niños, niñas, pelotas y bicis y vuelve a subir los nueve pisos feliz, pensando en lo que vendrá.
Ríe, conversa, bromea, mira tele, repasa y se emociona cuando recuerda los días en los que sintió que se le terminaba el mundo. Y claro, toca la guitarra -cada día- con «los muchachos de la barra Cobellina» que se turnan para visitarlo, cocinarle y charlar de arreglos y recovecos mágicos de milongas y valsecitos y tangos y candombes. Hoy está feliz de la vida y dice que ahora todo es piel y latido.
Te abrazaste a la vida tocando la guitarra mientras te operaban, ¿no?
Sí (risas), eso es lo que me contó el médico que me operó. Que movía las manos como si tocara la guitarra. Es inexplicable, pero supongo que fue una forma de abrazarme a mi vida, como decís.
Tus colegas te abrazaron a vos.
Sí, qué te voy a explicar, fue muy emocionante, ahí estuvieron todos, de acá, desde Argentina, EEUU, de distintas partes me estuvieron acompañando. Claro, los de acá fueron los que me cuidaron. Yo pienso que es parte de lo que uno ha sembrado en la vida, lo poco o mucho que uno ha podido hacer, cultivando amistades, tratando de estar con los demás, con los que te rodean, y bueno, capaz que algo bien hice porque, la verdad, no tengo palabras para agradecer todo lo que he recibido en este tiempo. Sinceramente no sé cómo agradecer tanto cariño, tanta generosidad de los que estuvieron día a día, haciendo chistes, recordando anécdotas, algunos con los que compartí muchos años de mi vida, otros no tantos años pero sí cosas muy intensas, mucha camaradería, mucha historia en este tiempo.
Supongo este tiempo también fue de pensar y repensar mucho la vida. ¿Qué cosas pensás hacer ahora que estás recuperando tu salud?
Tocar lo más que pueda, tocar la guitarra con los jóvenes, con los amigos, me gustaría recorrer el país y tocar por todos los rincones posibles, juntarme con la barra del rock a tocar de nuevo. Ya estoy mejor, pero cuando esté del todo bien y la pandemia lo permita, quiero presentar en Uruguay y en Argentina el disco que hicimos con Hugo Rivas, Tuya y Mía, tango en guitarras. Y el otro gran proyecto es hacer una presentación para tocar con todos los muchachos (de la «barra Cobellina»), con todos. Poly (Rodríguez), Ledo (Urrutia), Carlitos Gómez, (Eduardo) Larbanois, Henry (Hernández), Guzmán (Mendaro), (Christian) Cary, (Gabriel) Peluffo, Nico (Ibarburu), Toto (Méndez) y si me dejan, yo tocaré también ahí (risas). No nos va a dar un día así que haremos más de una función y espero que lo podamos grabar para que nos quede de recuerdo. Y también sería lindo eso de ir a recorrer el interior y, por qué no, compartir espacios con los más jóvenes. La verdad era muy difícil imaginar que iba a recuperarme de la manera en la que estoy ahora. Es como que he revivido. En parte es como que logré volver a vivir. Una vez le pregunté a mi médico si pensaba que yo podía durar tres meses o tres años y me dijo «vamos a tratar que sean tres años» (risas). Si le hubiera preguntado por diez años me habría dicho eso. Tratar de llegar a lo máximo posible. Y eso es lo que hice en este tiempo. Le metí duro. No solo porque veía cómo me acompañaban todos, sino porque siento como cierta responsabilidad de guiar, compartir lo poco o mucho que uno ha ido aprendiendo en la vida.
Te consultan, te preguntan y te piden piques.
Claro, hago lo que puedo, los muchachos son tremendos músicos y tocan bárbaro pero escuchan y preguntan y eso para mí es una toda una responsabilidad. Es que si yo no traslado a las nuevas generaciones lo que aprendí a lo largo de mi vida musical, creo que eso se va a perder. Cuando me vaya para allá arriba, desde ahí no voy a poder transmitirle a nadie lo poco o mucho que pude aprender. Guzmán más de una vez me ha dicho que yo siempre les muestro algo que no tenían y yo tampoco tenía porque, en realidad, muchas veces me surgen de manera espontánea, casi natural, cuando estoy tocando. Me encanta improvisar.
¿Zitarrosa te dejaba improvisar?
No mucho. Él tenía su idea de lo que quería para cada canción. Te silbaba o tocaba en la guitarra y yo de ahí iba armando el arreglo o también le proponía otras ideas. Yo le tiraba varias ideas, capaz que de esas agarraba una o dos que le gustaban. O un pedacito de alguna y lo incorporaba a otra. A veces me decía que aceptaba bajo protesta (risas), pero siempre tuve la facilidad de improvisar mucho y eso ha sido algo que traté de mantener siempre, más allá de que hay que tocar sobre una base musical que está establecida.
En este tiempo no pudiste trabajar.
No, recién ahora estoy retomando algunas clases de alumnos que vienen acá. Tuve la posibilidad de tocar en estos días. Pero pude salir adelante con apoyos de gente querida. No puedo dejar de mencionar a Mariela Acevedo, que es una gran amiga de muchos años. Más allá de su faceta artística, que es una crack, que ha recorrido buena parte del mundo con su arte de payadora, ella es mi gran amiga que ha estado siempre conmigo y se ocupó de mil cosas. Hablamos mucho siempre, pero te imaginarás que en este tiempo ha sido fundamental. Ella no dejó de venir ni un solo día. Cuando ella me necesitó, yo también estuve. Y estas son las cosas que te deja la vida. Siempre vamos a precisar de alguien y nunca se sabe cuándo sucederá. Mariela es incondicional. Yo era amigo de su papá y de su mamá. Ella fue el gran apoyo en este tiempo, pero, como ya hemos hablado, el de mis amigos también. Me apoyaron y apuntalaron en este tiempo en el que casi no pude trabajar. Sinceramente hay gente a la que no me va a alcanzar la vida para agradecerle lo que ha hecho por mí. Alicia Esquiera por ejemplo, directora de Secom, ha sido de una generosidad infinita. Y la verdad que una enfermedad como esta genera muchísimos gastos que yo jamás podría haber afrontado solo.
¿Y pudiste componer?
Sí, mucho, en este tiempo pude componer muchas milongas y valses que están prontos para grabar. Pero en realidad son cosas que hago porque las disfruto y no pensando en lo que va a suceder después. Ahora que están prontas, las tendré que grabar. Y espero que la gente las disfrute.
Es parte de tu legado.
Sí, transmitir el conocimiento, la forma de arreglar y la música que uno crea. Los muchachos que se han arrimado al tango son tremendos músicos y tienen tanto talento que más allá de que ellos quieren aprender, también enseñan, aportan sus ideas y su mirada. Son guitarristas espectaculares, Nico, Guzmán, Poly, Christian, todos ellos son unos capos totales. Cuando se arrimaron al tango para aprender, yo les dije que tenían que tocar como a ellos les saliera. Yo les pasé información, les dije que algunas cosas se tocaban de determinada forma, pero que ellos tenían que darle su toque personal, con su musicalidad propia. Es algo que hemos estado intentando hacer desde hace unos cuantos años. Lo mismo ha hecho el Toto Méndez. Los dos hemos querido hacer eso. Pasar y transmitir lo que hemos aprendido a las nuevas generaciones, a los muchachos.
Con Toto hay identidad musical y humana, ¿no?
Sí. Somos auténticos. No estamos vendiendo nada, somos eso que la gente ve, lo que tocamos es verdad. Y ahora estamos pensando hacer algo juntos sobre Alfredo Zitarrosa, mano a mano. Es nuestro sonido, nuestra música, nuestra vida. Con el Toto nos entendemos con los ojos cerrados.
Todo esto que estás sintiendo, pensando hacer, transmitir el conocimiento ¿es otra forma de agradecerle a la vida?
Sí, claramente. En este momento quisiera agradecerle a la vida y a mucha gente. Desde el médico que metió la mano, a los amigos, agradecer haber podido llegar hasta acá, como dijo Zitarrosa. Y yo llegué hasta acá.
Y tenés para un rato largo.
Yo qué sé, quiero seguir porque me siento mejor. Y haber pasado lo que pasé te cambia todo, mirás las cosas desde otro lugar. Y conocés a la gente. La buena, la inmensa mayoría, y también las desilusiones son parte de la vida. Porque, como decía mi viejo, en las buenas somos todos grandes amigos, en el asado estamos todos, pero en las que duelen se conoce a la gente. Y hoy soy un tipo feliz así como estoy. Estoy loco de la vida con los afectos y el apoyo que he tenido, soy más que feliz. Y hasta perdí algunos kilos y estoy más en línea (risas).
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