Por un motivo casi antropológico es más fácil instalar la idea de que todo es un desastre cuando las cosas no están tan mal, que instalar la idea de que todo es maravilloso cuando las cosas son un desastre. Para lo primero, basta contar con un aparato de propaganda mayoritario y bien aceitado, una buena agencia de publicidad -digamos-, dedicada a mentir catástrofes, tergiversar la realidad y presentar siempre la peor parte de todo lo que existe. El Frente Amplio sufrió muchísimo esta receta. Sin importar si la economía crecía durante 15 años seguidos, y la misma trayectoria se verificaba en el salario real, en la disminución de la pobreza, de la indigencia, de todas las variables sociales, los medios lograron copar con un mensaje negativo buena parte del imaginario social. Pero para lo segundo, esto es: para pintar de rosas un cuadro dramático, no hay orquesta que rinda lo suficiente: es una empresa imposible, salvo en el corto plazo.
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El gobierno, en general, pero muy especialmente el presidente Lacalle Pou, parece convencido de que mantener el control total de la línea editorial de los medios y una sofisticada y, a la vez, permanente campaña publicitaria, les va a permitir transitar este período de gobierno con alta aprobación de la ciudadanía y sin una oposición articulada y fuerte, aunque la gente se empobrezca, caiga el empleo, las tarifas suban y suban los impuestos. Sin embargo, esa estrategia no tiene futuro. Apenas puede sostenerse mientras conserve vigencia una situación sanitaria de carácter mundial a la que atribuir, forzando los hechos, la responsabilidad fundamental sobre la crisis social y el empobrecimiento abrupto de la población asalariada.
Pero la pandemia no va a durar este período. Y este gobierno, que ya tenía preparada la motosierra mucho antes de la pandemia, y que comenzó a aplicarla desde el primer día, cuando en Uruguay no se había detectado ni un solo caso, no va a poder seguir recurriendo por mucho tiempo más al mito de la herencia maldita ni a la epidemia del coronavirus para explicar todo lo malo que nos sucede. Un poco antes o un poco después, el contenido de la heladera se va a imponer sobre la publicidad y el sonsonete de los medios de comunicación de masas. Ya hemos visto esto otras veces, tanto acá como en el vecindario.
La postpandemia mostrará un Uruguay mucho más pobre que el legado por el último gobierno del Frente Amplio. Naturalmente que este año largo de actividad reducida y caída de la economía local e internacional tiene mucho que ver con el desempeño horrendo de la economía. Pero la traducción social de la crisis inducida por la pandemia no se vincula tanto con ella, como con la escasa labor de contención y nula sensibilidad social del actual gobierno. Vinieron a ajustar y eso hicieron; vinieron a reducir el salario real y eso hicieron; vinieron a achicar el Estado y el sector público y eso hicieron; vinieron a transferir recursos desde el conjunto de la sociedad a los sectores concentrados de la economía, como el sector agroexportador, y eso hicieron. Y además, todo esto lo seguirán haciendo, porque está en su identidad: es su vocación, su visión y su misión sobre la faz de la tierra. Al fin y al cabo, son los representantes de las clases privilegiadas y gobiernan para ellos, sin medias tintas.
Ahora bien, la previsible creciente insatisfacción política de la sociedad no va a producir de manera automática un crecimiento electoral de la oposición, aunque la oposición en el Uruguay se concentra en una fuerza unitaria que, aunque el relato de los medios le asigne un lugar marginal en la agenda pública, es la principal fuerza política del país. Cuando los niveles de popularidad de Lacalle Pou y sus cortesanos se derrumbe, la prensa dominante se embarcará en la tarea de construir una opción más atractiva, pescando siempre en la misma pecera, donde todos son casi lo mismo, pero no necesariamente muestran las mismas caras.
El desafío para la izquierda que, insisto, es por derecho propio la única oposición real al rumbo neoliberal que ha adoptado el gobierno, es organizar la resistencia pacífica y democrática a este embate regresivo, pero mucho más lo es construir un proyecto sólido que supere, ya no esta insoportable secuela noventista que no tiene otro destino que el fracaso y la demolición, sino su propia experiencia de quince años de gobierno. Porque esos tres períodos de muchos logros, pero muchos errores, seguirán siendo su carta de presentación, bien como precedente o bien como expectativa. Por el momento, la izquierda política parece desorientada, como un boxeador al que le hubiesen dado una piña de la que le cuesta recuperarse, pero ya es tiempo de restañar heridas, lavarse la cara y levantar cabeza, porque esto es un paréntesis para seguir y hay una responsabilidad ineludible con la esperanza de gente y una misión histórica, también insoslayable, con la suerte de este rincón del mundo que nos cobija.