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El Rey Felipe VI tiene quien le escriba

Por Alberto Grille.

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La larga nota que escribiera la profesora Mónica Luar Nicoliello Ribeiro y que publicáramos como carta de los lectores en la última edición de Caras y Caretas polemiza con una anterior que escribiera nuestra columnista, la profesora Marcia Collazo, una querida y distinguida colaboradora de todas nuestras ediciones.

La profesora Nicoliello, indignada por algunas afirmaciones que atribuye a nuestra compañera, particularmente las referidas a las palabras del rey de España Felipe VI en Puerto Rico donde el monarca expresara una visión maniquea de la conquista de América como si esta hubiera traído en barco la civilización a los territorios dominados por la barbarie y lo hubiera hecho usando la imaginación de Cervantes, la poesía de García Lorca, el talento de Unamuno, las precisas pinceladas de El Greco, la música de una munheira o la encantadora voz de Ana Belén.

No, Felipe, parece decir Marcia, la conquista fue a sangre y fuego.

Tal vez la tiranía del espacio que fue muy rígida con Marcia y muy permisiva con Nicoliello ha desfigurado un poco las palabras de la primera, furiosa por esa mirada patética que tiene la monarquía española de Latinoamérica y de la brutalidad de la conquista de estos territorios y el genocidio indígena del que hay libros enteros y millones de documentos y escritos que lo prueban.

Alcanza con ir en una visita turística al Museo Antropológico de México, o viajar a Bolivia o Quito para ver hasta qué punto la segregación y discriminación iniciada con la conquista se ha prolongado más de quinientos años.

Hace pocos días el presidente de México, Manuel López Obrador, denunció el saqueo y la corrupción de algunas empresas transnacionales españolas, no hace quinientos años, sino en estos mismos días.

Creo que Marcia no estaba pensando en Bartolomé de las Casas, sino en Pizarro cuando hablaba de la bestialidad de la conquista hispánica.

Y no hablaba de la Corte de Castilla, sino de Felipe VI, un rey actual que es parte de una monarquía sucia, corrupta, desgraciada, que no resistiría ni por casualidad una consulta popular en España, una monarquía surgida de un pacto de gobernabilidad en la transición del falangismo, muy comprometida con la era franquista y que todavía tiene que responder, entre muchas cosas, por los 100.000 muertos anónimos que aún yacen en fosas comunes y en cementerios clandestinos.

Así que no hablemos de la monarquía española y de un rey que es rey porque su padre –medio prófugo de la Justicia–tuvo que renunciar a la corona por corrupto.

Marcia escribió, tal vez como todos, con aciertos y errores, pero sin agravios al pueblo español del que nos sentimos parte muchísimos uruguayos, entre ellos yo, nieto de un gallego de La Coruña, Mallon de Santa Comba, que llegó solo a estas tierras en el siglo XIX, a los 9 o 10 años y que no vino a buscar el oro del Perú ni la plata de los socavones bolivianos, sino a trabajar de almacenero. No a traernos la civilización ni a llevarse nuestra riqueza, sino a traernos los hábitos de trabajo y el deseo de ser parte de estas tierras que le sirvieron de abrigo cuando su querida España lo expulsó.

Tampoco Nicoliello, a juzgar por lo que escribe, es una apasionada del Medioevo y una negadora de la Ilustración. Lo que pasa es que cuando se polemiza suelen exagerarse las posiciones. Es bueno que haya polémica e intercambio de ideas y de puntos de vista diversos. Yo también como Nicoliello quiero a España y aprecio los aportes de la cultura hispánica, la de Cervantes, la de Unamuno, la de Fray Bartolomé de las Casas, la de la Pasionaria, la del Quinto Regimiento, la de la Universidad de Salamanca, la de Vallejo, la de Serrat y la de Sabina. No quiero la España de Pizarro, ni la de Hernán Cortés, ni la de la Millán de Astray, ni la de Franco ni tampoco a la de Aznar.

Ojalá nuestras páginas pudieran ser refugio de muchas opiniones que no tiene cabida en otros medios, pero estamos discutiendo de historia y la pasión por afirmar convicciones no puede distanciarnos tanto.

La Revolución francesa fue una de otras revoluciones burguesas que constituyeron una sucesión que marcó la época del fin de la edad media y el inicio del capitalismo.

Empezó en julio de 1979, no vino para traer la felicidad en el mundo ni podemos enorgullecernos, con la mirada de hoy, de ver rodar la cabeza de Luis XVI. Los derechos humanos no empezaron con la toma de la Bastilla ni desde ese instante se acabó el despotismo, la tortura y la esclavitud en el mundo. Ni en Francia, ni en Vietnam ni en sus colonias. La abundancia de información e ideas de Nicoliello me cohíbe de reflexionar sobre sus palabras, porque es muy buena argumentando y proporcionando datos. Pero hay algo que no se puede ocultar, la conquista de América fue un genocidio infame, pero no seríamos lo que somos si no hubieran venido gallegos a estas tierras. Todo está bien, incluso todo es comprensible dadas las circunstancias, pero siempre y cuando  nos hagamos cargo de todo.

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