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El secreto de Luis

Por Enrique Ortega Salinas.

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Caras y Caretas Diario

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En las elecciones del 24 de octubre, Luis Lacalle Pou obtuvo solo el 26,62% de los votos, mientras que Daniel Martínez llegó al 39,02%; sin embargo, el balotaje fue ganado por el hijo del expresidente gracias a dos factores: su capacidad para unir a toda la derecha y el propio balotaje, esa trampa electoral creada para derrotar al Frente Amplio y que incluso, ingenuamente, algunos de los líderes de la izquierda apoyaron.

¿Cómo explicar que una persona con una gran experiencia de gestión como Martínez perdiera contra alguien que tiene tan poca idea de tan pocas cosas? Marketing. Marketing. Marketing. Maquiavelo y Durán Barba al mango. No obstante, pecaríamos de soberbia y estupidez si no reconociéramos que Lacalle demostró que no es ningún tonto y que tiene sobrada capacidad de liderazgo. Una cosa es que proponga un puente entre Argentina y Uruguay que ya está proyectado, que critique el aumento de la mortalidad infantil cuando está en una baja histórica o diga que solo un 8,8% de las embarazadas están correctamente atendidas por ASSE, cuando el porcentaje real es de 90,37%, y otra es que no haya aprendido a maniobrar de manera inteligente para alcanzar el poder. No solo ganó, sino que anestesió a la mitad de los uruguayos, la cual no da importancia a frases como que “la gente que vive en zonas inundables lo hace por costumbre”.

Luis ha logrado pulir su estilo y los resultados están a la vista. Si nos centramos en sus defectos y no reconocemos sus virtudes, los equivocados seremos nosotros.

Incorporar cuestiones personales en su discurso le ha rendido buenos dividendos electorales. ¿Cómo puede caer mal alguien que dice que cada día hace un esfuerzo por mejorarse como ser humano?

Ahora bien, los secretos y claves que le llevaron al triunfo son variados.

 

Primero lo primero

Los encargados de la campaña, con gran lucidez, mantuvieron a Luis Lacalle Herrera como al monstruo que hay que ocultar en el sótano cuando vienen visitas. Confesado por el propio padre del próximo presidente, le pidieron que no abriera la boca. Es más, lograron que al hijo le comenzáramos a llamar por su primer nombre y no por su apellido; cosa que el Frente Amplio no logró con Daniel Martínez.

Su apellido ayudó a Luis a meterse en la primera línea de la política sin el más mínimo esfuerzo; pero al tiempo, el mismo apellido se convirtió en un lastre para su carrera, ya que los orientales aún no olvidan totalmente el nefasto gobierno del Partido Nacional (1990-1995), signado por graves problemas de corrupción, tales como el caso Focoex, la ley forestal modificada para beneficiar al entorno de la familia presidencial o la venta del banco Pan de Azúcar, entre muchos otros.

En realidad, no es justo achacar a los hijos los pecados de los padres; pero el apellido pasó de ser viento de cola a frenar el avance, por lo que Luis tuvo que minimizar su impacto y lo logró.

 

Un buen pescador de votos

Durante el segundo debate con Daniel Martínez, ni los celíacos fueron olvidados en las propuestas del candidato blanco. Piénsenlo. En Uruguay hay 34.000 personas diagnosticadas con ese mal; pero es posible que sean muchas más. ¿Cuántos sufren el alto costo de los alimentos que deben consumir? Tengamos en cuenta que, para un celíaco, los medicamentos son los alimentos sin gluten. La mayoría habrá dicho: “¡Por fin alguien se acuerda de nosotros!”.

A los policías les mintió asegurándoles que carecían de respaldo jurídico para actuar contra los criminales. En una jugada muy inteligente, le da el Ministerio del Interior a Larrañaga y no a Manini Ríos; para que sea el Partido Nacional el que pesque votos en esa pecera y no Cabildo Abierto.

Mientras hacía una campaña “por la positiva”, “sin agravios ni descalificaciones”, dio manija como nadie al descontento de algunos sectores y pintó al país como un desastre, mientras el mundo nos aplaudía con admiración por lo logrado durante los tres gobiernos frenteamplistas. Su constante prédica destructiva fue horadando la imagen del Frente Amplio, tal como las olas persistentes contra la roca más dura. Mientras nuestros estudiantes obtenían premios internacionales en diferentes rubros y por diversos motivos, convenció a medio país de que la educación es una vergüenza.

Colaboraron con su campaña los medios más poderosos y un grupo de periodistas que han depurado sus técnicas de formación de opinión hasta lograr que pasen inadvertidas.

Más allá de las palabras, logró dar imagen presidencial; algo que solo los buenos actores hacen.

Los frecuentes errores del candidato de las familias más poderosas del país amenazaron una y otra vez con hacerlo caer en las preferencias, pero el marketing fue tapando todo.

 

Sus aciertos y nuestros errores

Luis Lacalle Pou ganó puntos cuando comenzó a cultivar el humor. Se burló de su incipiente alopecia y se llamó a sí mismo (como si hablara otra persona) el Cuquito, provocando sonrisas en el público y una genuina corriente de simpatía.

Cada vez que alguien le pide una selfie y él mismo toma el celular para sacarla y asegurarse de que la foto salga bien, suma puntos. Cada vez que aparece en público con su familia, suma puntos.

Uno de los secretos fundamentales de su éxito fue el deporte y una imagen muy bien cuidada. La imagen presidencial también pasó por la vestimenta impecable, mientras Daniel Martínez lanzaba videos con un termo al lado buscando familiarizarse con el uruguayo promedio. A la hora de elegir presidente, la gente no vota a quien se le parece, sino a quien parece un presidente.

La imagen personal del candidato fue potenciada por la de su esposa, joven, bonita, simpática y con un cautivante aire de Andy Vila.

La mayoría de la ciudadanía decide su voto por emociones y no por los programas de gobierno, que nadie lee. A propósito, a Daniel lo matamos cuando metimos en el programa la genial idea de crear un nuevo impuesto, lo que le dio pie a Luis para echárselo en cara.

El spot del último tramo de la campaña, en el que se mostraba al candidato blanco viajando sobre una camioneta, con el viento agitando sus cabellos y una aureola luminosa sobre su cabeza (provocada por el alumbrado público de la avenida) es una muestra de cómo los especialistas del equipo lograron ganar el corazón de la mitad del país. Quien decidió congelar la imagen cuando Luis mira hacia un costado, sonriendo, es un genio.

Lacalle supo tejer alianzas de manera impecable, abrazándose con sapos y culebras con tal de asegurar la victoria, la única cosa que logró por cuenta propia en su vida. Ha demostrado generosidad política al ofrecerle el Ministerio de Trabajo a Pablo Mieres, pese al lamentable resultado electoral del Partido Independiente.

Tuvo a su favor las carencias de Daniel Martínez en los debates; sobre todo en el primero. Por extraño que parezca, sin propuestas, sin información veraz y con escaso contenido en el discurso, Luis Lacalle Pou logró no solo salir ileso del combate verbal, sino incluso beneficiado; porque un empate lo favorecía y lo que no te mata, te fortalece. Cualquier otro adversario, ante los ataques del nacionalista, le hubiera arrojado una andanada de cuestionamientos: el escándalo del intendente de Colonia, dando cargos a cambio de sexo, el nepotismo de Adriana Peña en Lavalleja, las cámaras de vigilancia de Antía en Maldonado, pagadas a valores exorbitantes, las 16 licitaciones irregulares en la Intendencia de Artigas, la compra de combustible del intendente de Soriano en sus propias estaciones de servicio, la confesión de García Pintos de que el Partido Nacional exigía a sus directores que sacaran dinero con la tarjeta corporativa, etcétera. No se hizo.

Luis tuvo la flexibilidad necesaria como para variar una y otra vez su discurso. Tras decir que no continuaría con la búsqueda de los restos de los desaparecidos durante la dictadura, reconoció que fue un error y argumentó a favor de continuar la misma. Tras fustigar al Mides, terminó prometiendo no sacar las políticas sociales. Tras cuestionar los Consejos de Salarios, pasó a jurar una y otra vez que los mantendría. “Solo me falta tatuarme en el cuerpo que no los voy a eliminar”, expresó de manera inteligente y eficaz en un programa de televisión. Tras criticar al gobierno por subir las tarifas, pasó a criticarlas porque no las sube.

 

Toda escoba nueva barre bien

Ahora bien; Luis Lacalle será nuestro presidente durante cinco años. Si cumple su amenaza de volver al Fondo Monetario Internacional, el primer año será muy bueno; hasta que llegue el momento del apriete que siempre exige dicho organismo a los países deudores. El dólar subirá, ya que se lo exigirán los sectores que apostaron a él para conducir el país y bajará el desempleo gracias a varios proyectos concretados por el gobierno actual. De hecho, en el último mes ya bajó de 9,5% a 8,8%. Algunas medidas tomadas por el Ministerio del Interior también comenzarán a dar frutos y, seguramente, también baje la cifra de algunos delitos. Lo mismo cabe para el Ministerio de Educación y Cultura.

No dudo para nada de las buenas intenciones de nuestro nuevo presidente. El problema está en la ideología neoliberal de derecha que rige a su partido. Con toda seguridad, Uruguay se humillará ante el mundo reconociendo a Juan Guaidó como presidente de Venezuela y a la dictadora Jeanine Áñez como presidenta de Bolivia.

Poco a poco irán mostrando la hilacha; pero no hace falta especular. Dejemos que el tiempo haga su tarea.

Hoy por hoy, aplausos para el equipo de marketing político de Lacalle. La ignorancia, la mentira, la manija rastrera, la imagen y la superficialidad nos derrotaron momentáneamente.

La buena noticia es que él no podrá hacer todo lo que quiere, ya que para ganar tuvo que cambiar varios de sus objetivos sobre la marcha.

Solo nos resta esperar. Cuando estas nubes pasen, quedará la verdad.

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