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El terrible dilema Biden-Trump

Por Rafael Bayce.

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Tratemos de entender y explicar lo terrible del dilema de tener que elegir, para la presidencia de Estados Unidos, entre Joe Biden, demócrata, exvicepresidente de Obama, y Donald Trump, republicano, actual presidente (sin contar a los inocuos candidatos de los partidos Libertario y Verde).

Porque las categorías conceptuales mediante las cuales corrientemente describimos y comparamos ideológicamente a los candidatos políticos están obsoletas. No nos sirven más para eso; solo nos producen falsas descripciones y calificaciones que molestan más de lo que ayudan para entender las alternativas que subyacen por detrás de la opción que debemos hacer -o más bien que queremos hacer, porque el voto por allá no es obligatorio y más de la tercera parte de los habilitados no sufragó-.

La gente ya no dicotomiza ni polariza en función de los temas, conceptos y valores que fueron criterios de corte político-ideológico antes; los epistemólogos han advertido sobre el grueso error de usar categorías acuñadas desde otras realidades para tratar de entender una nueva; Marx lo avisó, sin éxito en sus huestes y así les fue.

¿Cuáles son esas categorías conceptuales, usualmente útiles para entender y explicar dilemas político-ideológicos, pero que se han ido convirtiendo en inútiles y molestas para hacerlo? Son 3 polaridades antiguas, comúnmente utilizadas, aun hoy, para aparentar comprender y comparar candidatos, sin hacerlo en realidad: izquierda-derecha; conservador-progresista; socialista-liberal.

¿Cuáles podrían ser útiles para entender y comparar candidaturas políticas hoy? Son 2 polaridades nuevas, poco usadas: globalistas transnacionales versus antiglobalistas neolocales; neonacionalistas versus translocales posinternacionales.

 

Categorías inútiles

En la mayoría de las propuestas de los candidatos confluyen temas, conceptos y valores que no pueden entenderse desde esas casillas tradicionalmente útiles; su inutilidad descriptiva y explicativa se mantiene entre politólogos obsoletos y, más que nada, en el poco refinado e intelectualmente regresivo periodismo político. El resultado, común al predominio creciente del periodismo en el imaginario mundial cotidiano, es la incapacitación paulatina de la gente para la comprensión profunda de nada, a cambio del entretenimiento y la domesticación, camuflados de interés serio y con coartada de pluralismo informativo. Baste ver lo que le ha ocurrido al mundo con la pandemia comunicacional del coronavirus, camuflada de prudente ciencia y con coartada sanitaria.

Si antes los contenidos de planes, programas, dichos y hechos podían ser agrupados en dos polos, correlativos, de izquierda y derecha, hoy escritos, dichos y hechos no pueden describirse más así. Por ejemplo, la crítica y denuncia de los trumpistas al lobby de los grandes industriales de las armas, de la petroquímica, de las vanguardias tecnológicas, del imperialismo geopolítico invasor, del medioambiente y los derechos humanos, en connivencia con los grandes medios de comunicación inquisitoriales y con los organismos internacionales cooptados financieramente, es mucho más de izquierda y mucho mejor diagnóstica del mal rumbo que lleva el mundo global que el diagnóstico de los demócratas, cúpula política norteamericana del globalismo perverso desatado y destructor del mundo.

Pero si vamos a su axiología, a su moralismo retro, anclado en las ortodoxias de las religiones universales monoteístas de hace 30, 20, 10 siglos, la base axiológica es mucho más de derecha que la vulgata demócrata. Entonces, un diagnóstico de los males perversos de una globalización desbocada, que podría colocarse a la izquierda del imaginario y práctica de los globalizadores.

Pero una fundamentación moral y una teleología antiglobalizadoras, neonacionalistas, claramente ubicables a la derecha del globalizador transnacional. El republicanismo de Trump, con su diagnóstico ‘izquierdoso’ de la dominación y hegemonía del complejo globalizador descrito, converge, o más bien colide, con un sustento y fines morales ‘derechosas’.

¿Cómo calificar, entonces, a Biden-demócrata y a Trump-republicano?

porque Biden es globalista, derechoso respecto de Trump en eso, pero con valores progre, izquierdoso en eso; y Trump un antiglobalista, izquierdoso en eso, pero con valores retro, derechoso en eso; y ambos eligen calificarse respectivamente, por su ideología profunda (los Biden les dicen conserva, derecha a los Trump; los Trump izquierda radical, liberales socialcomunistas a los Biden).

Lo que pasa es que las dicotomías no sirven más, porque los temas que la gente prioriza hoy no son los que servían para categorizar a partidos y candidatos; ya no sirven hoy. La dicotomía conservador versus liberales de la Ilustración, Carta Magna, Padres Fundadores norteamericanos, las maravillosamente llamadas de utopías progresista y conservadora por Mannheim, originan una tercera utopía, tan sustantiva como las anteriores: la utopía de izquierda. Pero ese trío sustantivo tiende a polarizarse binariamente; la izquierda anarcomarxista fusiona groseramente a conservadores y liberales: todos son capitalistas antiproletarios.

Esa grosería no demora en imitarse, en simetría inversa, por las otras utopías: para los liberales, tanto los conserva como los zurdos, son estatistas antilibertades y derechos; para los conserva, todos son socialistas y comunistas, los liberales y los zurdos. Recuerden cómo los trumpistas llaman a los demócratas de liberales, de socialistas y comunistas, de izquierda radical. Hacen una confusa bolsa que junta a los liberales con la izquierda, así como la izquierda había hecho también una confusa bolsa que juntaba liberales con conservadores. Y así como los demócratas, globalistas, ignoran el diagnóstico antiglobalista de los trumpistas y su terapia neonacionalista encubriéndolas con su descalificación de retroconservadores axiológicos, ergo derecha; estos reaccionan descalificándolos como izquierda sociocomunista radical. ¡Qué horror!

Ya que estamos, ¿son más progres los globalizadores o los posglobalistas, que quieren eliminar sus entropías y sus callejones sin salida?; ¿son más progres hoy los globalistas, herederos patógenos de la idea clásica del progreso, que los antiglobalistas, que diagnostican la letal retroacción del progreso sobre la evolución del mundo, cada vez más manipulable e inquisitorial desde la evolución tecnológica que materializa hoy esa idea clásica de progreso?

Las categorías que nos servían para describir y entender el mundo político ideológico ya no nos sirven más; al contrario, nos sirven para entenderlo cada vez menos; cada vez cuesta más hacer entrar la realidad en esas casillas; el intento, cada vez más difícil, de hacerla entrar en ellas, además, nos impide crear o usar otras casillas en las que la realidad entre con mayor facilidad y fermentalidad. La izquierda ignora esto, así como también lo que sigue, y por eso ataca lo que no debe y defiende también lo que no debe, poniéndose del lado equivocado del mostrador, más equivocado que los antiglobalistas, a los que caricaturiza como derecha conservadora.

 

Globalistas-antiglobalistas, neonacionalistas-posinternacionales

En realidad conviene mezclar esos polos, porque los globalistas son posinter-nacionalistas, transnacionalistas que, en la evolución translocal de la humanidad sedentaria, desde el estado posnómade, asumieron, luego de pasar por las comunidades autárquicas y los imperios, el estadio de las naciones, con el Renacimiento.

Ese nacionalismo, con la evolución de transportes, comunicaciones y ciclos tecnoproductivos, dio nacimiento al orden translocal sucesor del nacional, el internacional, con su estructura institucional de protección de un orden imperial complejo y cambiante de dominación y de hegemonía. Pero el creciente globalismo y el financiero abrieron el camino a un nuevo orden translocal, sucesivo de las autarquías, de los imperios, de las naciones y de lo internacional: el orden transnacional, con su estructura institucional naciente, de anclaje en los medios de comunicación, creadores de hegemonía; y de cooptación de la estructura institucional de dominación producida por el anterior orden translocal, el internacional.

Pues bien, a este nuevo paso en la translocalidad, el de la sustitución de la internacionalidad por transnacionalidad, se oponen los antiglobalistas, porque no mejorarían a las naciones, ni a sus tradiciones, culturas e intereses. Al contrario, las sepultarían y someterían para el bien de las empresas y los billonarios que serán sus únicos beneficiarios; para ello, la institucionalidad internacional habría sido cooptada por las élites transnacionales.

Temas, valores, planes, programas y gestualidad deben ser estudiadas al interior de poblaciones que no se identifican con las polaridades antiguas, salvo para caricaturizarse, mostrando, en ese intento, que ni emisores ni receptores las conocen bien. Los temas, los valores, se ordenan y alinean alrededor de otros ejes y criterios, diversos de los clásicos. Hay que reconocerlos y nombrarlos como nuevos. Los sobrevolados aquí pueden ser útiles, a diferencia de los mostrados aquí como creadores de confusión e incomprensión.

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