Por Víctor Carrato
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Hace unos días, el doctor en Historia Económica Gabriel Oddone publicó un hilo de Twitter sobre algunas similitudes del escenario económico y político actual en América del Sur con el de los años 60. Las conjeturas son de mi exclusiva responsabilidad, dijo Oddone. La resaca de los commodities nos deja: A) riesgo de insostenibilidad del acceso a bienes y servicios públicos, mejoras de bienestar, así como reducciones de desigualdad y pobreza si no se alcanzan mayores tasas de crecimiento, lo que requiere más inversión; B) un creciente malestar debido al divorcio de las expectativas con la realidad respecto a la irreversibilidad de las mejoras de los años de boom para sectores de ingresos medios y bajos de la región; C) la aparente dificultad de las instituciones democráticas para canalizar el creciente descontento social y los conflictos distributivos, provocando incertidumbre y restringiendo la inversión necesaria para acelerar el crecimiento. Espero que hayamos aprendido las lecciones de la historia y encontremos caminos menos dolorosos y costosos que los que se recorrieron en los años 60 y 70 para recuperar el crecimiento y canalizar los conflictos sociales.
Otros economistas, como Pablo Rosselli y Aldo Lema, coincidieron con la reflexión de Oddone.
Los años 60, 70 y 80
Sin entrar en detalles, se constata que durante los años sesenta, las exportaciones primarias latinoamericanas dominaban el comercio internacional y la concentración de la dependencia productiva variaba, pero en general se mantuvo con índices altos. La industria contribuía con alrededor de 22 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
La importación de los bienes de consumo era de cerca de 17 por ciento, en promedio, de las importaciones totales de la región y los casos de Venezuela y Panamá, de alrededor de 40 por ciento.
La agricultura proveía 46 por ciento del empleo y menos de la mitad de la población total era urbana.
Los siguientes 20 años que siguieron a 1960 muestran un crecimiento económico importante, al menos cuando estos indicadores se contrastan con los resultados de expansión económica logrados durante los ochenta.
Las economías latinoamericanas intentaron modernizar los aparatos productivos con el desarrollo de la industria y la diversificación de las nuevas líneas de exportación, basadas en el modelo de crecimiento basado en la sustitución de las importaciones.
Las iniciativas de integración regional que se iniciaron en los 60-70 no demostraron ser exitosas para la expansión económica como se esperaba.
Las empresas transnacionales o multinacionales jugaron un papel muy importante para dinamizar las industrias regionales. Su rápida expansión durante este período provocó una relativa desnacionalización de la industria local.
Durante los años 1970, el alza del precio de las materias primas (principalmente el petróleo) y el abaratamiento del dólar desembocó en el arribo masivo de divisas a Latinoamérica.
En 1980, la caída del precio de las materias primas y el alza de las tasas de interés en los países industrializados generó una fuga de capitales, lo que provocó una masiva depreciación de los tipos de cambio, aumentando el tipo de interés real de la deuda, situación agravada por la presencia de burocracias excesivamente grandes o el colapso industrial provocado por su incapacidad de competir con productos importados.
La mayoría de las naciones debieron abandonar sus modelos económicos de industrialización por sustitución de importaciones y adoptaron una estrategia de crecimiento orientada hacia las exportaciones, estrategia fomentada por el Fondo Monetario Internacional.
Las crisis económicas sufridas en América Latina durante la década de 1980 (y que para algunos países continuaron hasta bien entrada la década siguiente) fue llamada “la década perdida”.
Las crisis se componían de deudas externas impagables, grandes déficits fiscales y volatilidades inflacionarias y de tipo de cambio, que en la mayoría de los países de la región era fijo.
Década de los 90
El proceso de ajuste de los años noventa se benefició de cargas impositivas más generalizadas, las que a su vez fue posible establecer como producto de la reactivación económica de la última década del siglo XX. La superación relativa de los déficits fiscales de los gobiernos se logró por reducciones adicionales en los gastos públicos, los cuales ya habían sido significativamente disminuidos durante los ochenta.
La región latinoamericana mostró condiciones económicas durante los noventa que contrastaron con las de los ochenta. La producción total de la región se incrementó 3,6 por ciento en la primera parte de la década y la demanda doméstica creció en 4,4 por ciento, en tanto que la inversión ascendió a más de 8 por ciento y las exportaciones tendieron a incrementarse de manera permanente, todo ello a pesar de que las importaciones se comportaron con menores tasas de crecimiento. Los procesos de ajuste de los ochenta y los noventa se fundamentan, entre otras causas, en la situación inicial y desarrollada que las diferentes naciones tenían sobre la deuda, sus desbalances en el comercio, los cambios en los términos de intercambio del comercio exterior, los montos financieros que recibieron durante el ajuste, así como el tamaño del sector público y sus déficits.
Las condiciones de pobreza muestran una tendencia general al alza.
Durante los noventa, los países latinoamericanos comenzaron nuevamente a recibir flujos financieros externos.
La tendencia a la baja en los precios de las exportaciones mayoritarias de la región constituyó un freno importante a los beneficios de reactivación económica y de generación de empleo a los niveles que se esperaban de los planes de ajuste.
Elogios de Cepal
A fines de agosto de este año, la secretaria ejecutiva de Cepal, Alicia Bárcenas, destacó que Uruguay logró crecer 16 años consecutivos, pese a estar rodeado de las economías en crisis de Argentina y Brasil. Habló del cambio climático y dijo que en una América que se está carbonizando, Uruguay es una excepción por su matriz energética limpia. Remarcó los esfuerzos del país en materia de pobreza. “Es el país más igualitario de la región”, apuntó.
“Uruguay logró crecer 16 años consecutivos, lo que no es menor, a pesar de estar rodeado de economías en negativo”, como las de Argentina y Brasil, resaltó la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). “Mi reconocimiento en ese sentido”, enfatizó la experta de esta agencia de la ONU, tras detallar los avances del país en energía limpia y en la lucha contra la pobreza y la indigencia.
“Este país es el más igualitario de la región”, aseguró Bárcenas en parte de su exposición en el acto de lanzamiento del documento Aportes para una Estrategia de Desarrollo, 2050, encabezado por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) en la Torre Ejecutiva, sede del gobierno nacional.
La funcionaria puso el foco en la planificación de los países, como hace Uruguay, al afrontar un contexto difícil de América Latina, donde este año no se registrará un crecimiento mayor a 0,5% en 21 de sus 33 países. Por su parte, la Organización Mundial del Comercio también bajó las expectativas del intercambio global, de 2,6% a 0,1%”, añadió la titular de Cepal, agencia especializada de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la región.
Halagos de la OCDE
A principios de octubre pasado, el director de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Mario Pezzini, dijo que “Uruguay aprovechó el crecimiento económico para reducir la desigualdad con políticas públicas”
El crecimiento económico es una condición fundamental pero no suficiente para reducir las desigualdades si no se implementan políticas públicas, y Uruguay supo cómo hacerlo, a diferencia de los países de la región, destacó el director del Centro de Desarrollo de la OCDE, Mario Pezzini. Consideró que no debe abandonarse ese camino porque, de lo contrario, todo el proceso “se descompone y la sociedad se polariza».
Con un crecimiento en América Latina de 2,9% este año y 3% en 2020, la mayor parte de los países no ha logrado reducir de manera significativa la pobreza; “Uruguay es el país que mejor sale parado”, valoró Pezzini en su visita a nuestro país para presentar el informe Perspectivas económicas de América Latina 2019. Desarrollo en transición.
En entrevista con la Secretaría de Comunicación Institucional, el director del Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) destacó el crecimiento económico con inclusión social alcanzado por Uruguay a partir de 2005. “Luego de la crisis (de 2002) el país había recuperado tasas de crecimiento muy significativo. Ahora tiene 0,7% porque está afectado por lo que pasa [en los países vecinos como Argentina y Brasil]”, indicó.
En ese sentido, subrayó que en comparación al resto de América Latina, la situación macroeconómica de Uruguay es particularmente buena, ya que desde el punto de vista general del desarrollo, el crecimiento económico es una condición necesaria pero no suficiente para la mejora de las condiciones de vida.
El representante de la OCDE consideró muy positiva la reducción del índice Gini de desigualdad social, de 0,46 a 0,38, este año. “Parece nada en términos literales, pero bajar el índice de Gini es una cosa muy difícil», señaló.
Pezzini agregó que “a pesar del viento de cola que apareció en todo el mundo, hay países que fueron capaces de utilizarlo y otros no. Uruguay fue capaz de utilizar este viento de cola porque reutilizó el crecimiento para transformarlo en mejoras. El elemento fundamental fueron las políticas públicas”, sostuvo.
Agregó que muchos países integrantes de la OCDE habían vuelto a registrar índices de desigualdad comparables a los de la década de 1920, lo que generó una mayor polarización social.”Habíamos pensado que el crecimiento en sí mismo podía producir un efecto de cascada que permitiría a la población beneficiarse, pero no fue así”, reconoció.
Pezzini consideró que Uruguay debe continuar con la implementación de políticas públicas activas para reducir las desigualdades porque, de lo contrario, todo “se descompondría”.
“La población se siente partícipe cuando la sociedad se ocupa de ella, le da legitimación y reconocimiento. Si esto no existe, ¿por qué me debo sentir parte de una comunidad? El elemento fundador de la sociedad, en muchos casos, no en el de Uruguay, se ha debilitado, y la consecuencia es mayor”, reflexionó.