El domingo 16 de junio, en el acto que conmemoraba el 35º aniversario del regreso de Wilson Ferreira Aldunate de su exilio, el precandidato Juan Sartori fue matoneado por lo menos por dos diputados, Pablo Abdala y Pablo Iturralde, y otro precandidato, el intendente de Maldonado, Enrique Antía.
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El deplorable episodio es una muestra de los enfrentamientos que ocurren en el partido desafiante y evidencia la profunda crisis que anida en el Partido Nacional.
La misma creó las condiciones para la aparición sorpresiva de una figura curiosa que ofrece a los potenciales electores, además de una trayectoria empresarial exitosa, una billetera generosa y una inclinación un poco irresponsable a las promesas fáciles, un liderazgo nuevo, pragmático, distinto, alejado del estilo político de los dirigentes del establishment del partido de Oribe y más preocupado de su contacto con la gente que de los almuerzos de ADM.
La disputa por el protagonismo y por el objetivo generoso y mercenario de las cámaras y los fotógrafos expresa, además, que no hay más ciego que el que no quiere ver ni más sordo que el que no quiere oír.
El acto partidario que estaba hecho para apropiarse de la memoria de Wilson, en un partido en el que ya no hay lugar para el wilsonismo, era un ámbito adecuadísimo para la impostura.
En el mismo, todos querían aparecer como lo que no eran, pero, más que nada, todos querían, al menos, aparecer, y si era posible, lo más cerca de la primera fila.
En ese marco de impostores, peleando por cargos, sueldos y poder, los arranques de patoterismo demencial de algunos sólo intentan disimular que en medio de esta crisis y de la euforia por un eventual triunfo, hay un personaje que se llama Juan Sartori, que gane o pierda la interna del Partido Nacional, ha provocado una explosión inesperada que pone en entredicho toda la estrategia de una dirigencia partidaria que ya tenía repartido el botín si se sacaba el gordo de fin de año.
A no dudarlo, Sartori va a tener una enorme cantidad de convencionales en el órgano máximo de dirección de dicha colectividad, y aunque una mayoría disciplinada lo excluya del Honorable Directorio, dispondrá de una buena cantidad de senadores y diputados con los cuales incidirá no ya en su partido, sino en toda la vida institucional del país.
Y cuanto más denuncie la conducción de burócratas, doctores, latifundistas y oligarcas que constituyen la dirección de los blancos, sus privilegios y su apetencia por los atributos del poder y más creatividad, ingenio y plata invierta en su campaña, más diputados y senadores obtendrá en noviembre. Tal es el desprestigio de los Lacalle y los Larrañaga, de los Iturralde, los Heber, los Gandini, los que han perdido en cuatro meses, por lo menos, una tercera parte de sus votantes.
Y si el Partido Nacional ganara las elecciones, Sartori tendrá ministros, senadores, directores de entes autónomos y embajadores. Y ya no será un advenedizo millonario, sino uno de los principales referentes del gobierno de Lacalle, sin el cual no podrán hacer nada.
Y de nada valdrá que Larrañaga y Antía se arrepientan de haberlo dejado participar en esta elección de “hombres libres”
Y el partido blanco, Lacalle, Larrañaga y la mismísima Beatriz Argimón se unirán con él, compartirán con él la mesa ya servida y serán responsables ineludibles de todo lo malo que Sartori haga y de lo que nos les deje hacer.
Pero está claro que ya Sartori no hará lo que mande hacer Pompita, porque Lacalle Pou no da la talla. Y si no me equivoco, ya le llegó el ocaso.
Eso si no llega a presidente, ya que, como dice El País, “el joven multimillonario ha crecido significativamente en las encuestas y se posicionó en segundo lugar de acuerdo a todas las mediciones de opinión pública” y podría llegar a disputar el balotaje en noviembre con el candidato del Frente Amplio.
Por lo pronto, está hoy segundo en su partido y puede llegar a ser el primero, y a pesar de su sonrisa permanente, no parece ser un enemigo fácil una vez que asuma las posiciones de poder que gane.
Sigue consiguiendo que todo el país hable de él y que él mismo se transforme en víctima de la “oligarquía” partidaria, ante el indiscutible patoterismo de los integrantes del que siempre se llamó a sí mismo “un partido de hombres libres”.
El tsunami
El tsunami que arrasa con la proclamada unidad, el entusiasmo y las expectativas de los blancos, ha desconcertado a los tres candidatos colorados que hoy profundizan sus diferencias según sus posicionamientos referidos al sorprendente Sartori.
Talvi declaró que con Sartori no iba a ningún lado y dijo que si este ganara, apoyaría un acuerdo con todas las corrientes democráticas para exorcizar al nuevo demonio. Aprovechó la ocasión para poner distancia del discurso envolvente de Sanguinetti que pretende la ayuda de los blancos y de todas las “familias ideológicas” para inclinar la balanza a su favor en la interna colorada y contra el cuarto gobierno del Frente Amplio en las elecciones de octubre y el balotaje de noviembre.
Sanguinetti, cuyo hermanastro ahora es requerido por la justicia colombiana por las coimas de Odebrecht, redobla su apoyo a Lacalle y Larrañaga e insiste en crear, desde ahora, las condiciones para formar una coalición restauradora y neoliberal contra el progresismo.
Amorín, para no ser menos, también se refiere a la estrella millonaria del Partido Nacional para decir que los candidatos de su partido están obsesionados con el fenómeno Sartori y que no hay que hablar más de él.
Las encuestas
Las encuestas son una instantánea que muestra el estado de la opinión pública en un momento dado. En el caso del Partido Nacional, la fotografía da ganador a Lacalle Pou por una distancia de más de 10 por ciento sobre Sartori y a este lo ubica 4 por ciento sobre Larrañaga. Si observamos una sucesión de resultados de los últimos meses, la tendencia muestra una caída fuerte de Lacalle y Larrañaga, que en último caso tiene a atenuarse, probablemente porque estaría en su piso, y un ascenso fantástico de Sartori, que no se ha detenido a lo largo de la serie, aunque tiende también a atenuarse. Nadie sabe cómo han incidido los pronunciamientos, los hechos políticos, las declaraciones, la propaganda, el dinero, los actos y las propias encuestas en los resultados de las próximas encuestas que se publiquen y en las elecciones del 30 de junio, pero probablemente continúe creciendo, aunque -tal vez-no alcance a Lacalle Pou.
No obstante, no se sabe cuántos ciudadanos irán a votar en las elecciones internas, cuánto lo harán por el Partido Nacional y cuán acertadas estarán las empresas encuestadoras en la estimación de los votantes potenciales.
Sin embargo, sí se puede saber que los resultados de las mismas, aun en el caso de Lacalle y Sartori (entre los cuales hay la mayor distancia), están dentro de los márgenes de error. Por tanto, el final está abierto y es posible, aunque no probable, que el día 30 de junio el que tire los fuegos artificiales sea el mismísimo demonio, desde su búnker de la plaza Independencia.
La unidad de un partido sin fisuras
La verdad es que la historia de los homenajes póstumos a Wilson, a quien tanto aprendí a apreciar en el exilio, es muy triste.
Wilson era un uruguayo formidable. Si no hubiera muerto muy prematuramente, las cosas hubieran sido en Uruguay muy diferentes. El Partido Nacional y el wilsonismo, junto al Frente Amplio o con el Frente Amplio, estarían construyendo el país de todos que todos queremos
Muerto Wilson, después de que llegó al gobierno en 1990 Luis Alberto Cuqui Lacalle Herrera, se terminaron los actos oficiales del Honorable Directorio en el cementerio, aunque la familia del caudillo y un puñado de fieles siguieron haciendo misas todos los 15 de cada mes durante años.
Poco a poco, toda la institucionalidad partidaria fue abandonando al último caudillo, que no tenía ni un retrato en el edificio del Directorio que él rescató para su colectividad, ante el silencio de todos los “guapos” que se decían wilsonistas en cada elección, aunque nunca -como tampoco ahora- citan un solo punto de su proyecto económico y social.
Los Lacalle, los Posadas y los Gianola, encarnizados enemigos de Wilson, se encargaron de hacer que desaparecieran hasta los libros que el Palacio Legislativo editó con sus discursos y proyectos de ley, olvidando que le debían hasta tener partido (porque hubieran desaparecido en la polarización de 1971 si no hubiera estado él para hacerlo renacer); se burlaron hasta de su programa, al que algún “wilsonista barato” dijo que era una “pieza arqueológica”, seguramente para hacer méritos con el poder partidario.
Claro que los Lacalle, los Posadas y los Gianola, ayudados por los falsos wilsonistas, llevaron siempre al Partido Nacional a la muerte.
Los efectos en las elecciones fueron claros: el Frente Amplio ganó las elecciones de 2004 con 52% de los votos, entre otras cosas porque atrajo a la izquierda a los votos de los verdaderos batllistas y los verdaderos wilsonistas, que vinieron en multitudes.
En el Partido Colorado y en el Nacional sólo quedaron los neoliberales, más o menos disfrazados, o los que, derrotados una y otra, vez eligieron ser lacayos de los neoliberales.
Como se ve, de estos episodios surgen enseñanzas para todos.
Hace ya años que su hijo Juan Raúl dijo que no había lugar para el verdadero wilsonismo en el Partido Nacional, dominado por el neoliberalismo, y él mismo tomó la valiente decisión de irse a militar al MPP junto a Pepe Mujica.
Pero la deriva derechista de los blancos continúa y se profundiza.
En las elecciones de 2014, en las cuales el candidato del PN fue Luis Alberto Pompita Lacalle Pou, nuestra revista denunció, sin que nadie contestara, que el nombre y la figura del caudillo blanco fueron proscriptos con la atenta obediencia del sector larrañaguista, antes wilsonista, hoy partidario de sacar a los militares a la calle y del neoliberalismo del ajuste y del abatimiento de todos los derechos conquistados por los trabajadores, las mujeres y las minorías discriminadas. Wilson ni se nombró porque Pompita lo odia, pero Larrañaga y los suyos se callaron prolijamente la boca porque les convenía callarse. Porque nombraban a Wilson para apropiarse de su nombre mientras se mostraban en los hechos bien ajenos de sus ideas y de su programa.
Como ya conté en un reciente editorial, el 3 de abril pasado hubo un acto de homenaje por los 100 años del nacimiento y el 35º aniversario del fallecimiento de Wilson, convocado por la Asamblea General, el máximo representante del soberano. En el mismo, los mejores y más profundos discursos (que remitieron directamente a la CIDE y al proyecto económico de Wilson), fueron los del senador Ruben Martínez Huelmo (MPP), el diputado Alfredo Fratti (Espacio 609), el diputado Hermes Toledo (Partido Socialista) y el diputado de Asamblea Popular que ocupó la banca de Eduardo Rubio. Lo asombroso fue que estaban presentes el senador Jorge Larrañaga, el diputado Jorge Gandini (quien hace poco afirmó públicamente que “la dictadura hizo cosas muy buenas”) y el principal precandidato presidencial del PN, Luis Lacalle Pou, más conocido como Pompita, quienes no se molestaron en hacer uso de la palabra para honrar al último gran caudillo blanco en un acto de homenaje que, por lo que sabemos, no tiene antecedentes en los anales de la política uruguaya por la lejanía temporal de las circunstancias conmemoradas.
Pero tratándose de los blancos, no hay límites para la desunión y al ridículo.
Acaban de demostrarlo otra vez.
El acto del 16 de junio y la unidad partidaria
Es gracioso recordar que en el barco que trajo a Wilson el 16 de junio de 1984 al país, vino en la bodega, como una carga más, quien fuera años más tarde presidente de la República, Luis Alberto Lacalle Herrera.
El Cuqui tenía en ese momento un Fiat 125 que había dejado estacionado en las cercanías del muelle donde atracaría el Vapor de la Carrera. En la Caravana de la Victoria que se hiciera días más tarde, Wilson dispuso que Lacalle -que se había pasado toda la dictadura diciendo que Wilson era comunista- no subiera al ómnibus, allá frente al Obelisco, porque su presencia era indeseable para el wilsonismo que había resistido con firmeza la dictadura cívico militar, al contrario de los blancos baratos del herrerismo cuyos personajes más distinguidos habían incluso integrado el Consejo de Estado.
Electo diputado en 1971, Cuqui votó bajo la fórmula wilsonista Zumarán-Aguirre en noviembre de 1984 y obtuvo dos senadores. Todavía manejaba el Fiat. Ahora las cosas son distintas: apartamento en Europa, chalet en Punta del Este, estancia en Florida y chalet en Carrasco. Un cuarto de siglo más tarde el hijo, quien, según dijo él mismo, “era bueno para nada”, vive en un barrio privado y es candidato a presidente.
La mañana del 16 de junio, el domingo pasado, en las instalaciones del puerto, especialmente autorizadas por las autoridades, se reunieron un centenar de personas, principalmente afiliados a las listas 71 (lejos, la mayoritaria) y la 250, que conduce el diputado Gandini. A eso de las 11.30 se anunció que estaban presentes los precandidatos presidenciales blancos, pero no era cierto porque Pompita no había llegado todavía. Lo hizo unos minutos más tarde, rodeado de forzudos que le iban abriendo paso. Larrañaga no estaba y envió, dijeron, un mensaje que no se leyó.
Cuando se inició formalmente el acto, los precandidatos presentes, Pompita, Antía, Sartori y Iafigliola, se ubicaron en primera fila. Según consignaron periodistas, me contaron presentes, y pude observar en un video que me mandaron los propios colaboradores de Juan Sartori, el diputado Pablo Iturralde (de Antía, con 1% de intención de voto según Factum), se abrió paso a codazos y se puso entre Sartori y el intendente de Maldonado, que ignoró los saludos del referido precandidato.
No hablaron los precandidatos (lo cual ya hemos visto que es normal, parece que no les gusta hablar del último caudillo blanco, acaso porque saben lo que haría con ellos si volviera a vivir), sino un joven llamado Aparicio Saravia y la presidenta del Directorio, Beatriz Argimón.
Su discurso hizo evidente que en el Partido Nacional el horno no está para bollos. Luego de recordar a Wilson volviendo en el barco, y pronunciando el inolvidable discurso de la explanada municipal en el que llamó a preservar la unidad nacional, y de llamar a la unidad blanca, dijo en tono amenazante y con cara desencajada que “hay una ética de los dirigentes políticos que no se debe olvidar” y que “no es verdad que en política valga todo”, en una más que obvia alusión a Sartori. Toda esta parrafada de nuestra querida “brujita” es parte de un pacto inocultable entre los demás candidatos blancos, a cerrar el paso al intruso que viene a intranquilizar el ascenso indetenible de los blancos al gobierno y la restauración de una sociedad en que los legisladores blancos y colorados se sentían como peces en el agua mientras ejecutaban las políticas neoliberales de la oligarquía.
Sartori acaba de denunciar, tomando un artículo de El País, que hay una conspiración en su contra de los demás precandidatos blancos y envió en tal sentido una carta al Directorio. La misma le fue devuelta por “irrespetuosa” e “improcedente”.
Parece verdad lo que dice Sartori, de quien se ha dicho que es agente ruso, especulador, aventurero, deudor millonario del sistema bancario, fundidor de empresas, lavador de dinero y yerno del mayor evasor del mundo.
El mismo Larrañaga, impotente y temeroso del sorprendente crecimiento de Sartori en las encuestas, lo cuestiona públicamente por embustero, demagogo y mentiroso y lo acusa de todos los males que hoy aquejan a su partido, incapaz de la más mínima autocrítica por sus errores, que lo han llevado a ser cola de ratón en su partido.
Según consigna la prensa, cuando terminó el acto, Sartori fue maltratado por el diputado exherrerista y hoy larrañaguista Pablo Abdala, en cuyo casamiento, no lo olvidamos, era invitado de honor el dictador Gregorio Álvarez.
También se conocieron los términos durísimos de una carta de Jorge Larrañaga (que va tercero ya lejos en la interna blanca, camino a desaparecer del panorama político), repleta de culpabilizaciones improbables y faltas de ortografía. El lector puede apreciar claramente el tono de unidad que campea entre los blancos, los mismos que quieren reemplazar en el gobierno al Frente Amplio, bajo cuyas administraciones el país creció ininterrumpidamente con inclusión social durante 16 años y se apresta a lograr la mayor inversión de su historia, equivalente a 10% de su Producto Interno Bruto.
Como se ve, no hay unidad blanca, y un acto que pretendidamente se hacía en homenaje a Wilson es usado para prepotear y matonear a un precandidato. ¡Linda democracia interna!
Este no es “el partido de hombres libres” que quiso y por el que dio su vida Aparicio Saravia, el de verdad.
Primeras conclusiones
Como esto recién empieza, queremos también señalar que Juan Sartori es actualmente el único candidato que es atacado por otros, no ya los de su partido, sino también por Ernesto Talvi.
Es por demás curioso el destrato que le hace a Sartori el diario El País, que es beneficiado por su propaganda paga, pero publica editoriales como el dominical, del director Martín Aguirre, en el que se lo critica duramente. También lo llama peyorativamente “joven multimillonario”, calificativo que no se usa, por ejemplo, para Luis Alberto Pompita Lacalle Pou (que es un maduro multimillonario de casi 46 años) o Enrique Antía, que es tremendo multimillonario de 68 ambiciosos años, ni, por ejemplo, para el senador Luis Alberto Heber, que debe ser más rico que Sartori si se creen los cuentos de los propios blancos herreristas que conocen sus propiedades y negocios.
Veamos ahora algunas situaciones que se van configurando.
Estos blancos baratos que matonearon al precandidato emergente Juan Sartori son los mismos que se dejan engañar, encantados de la vida, por el dos veces presidente Julio María Sanguinetti (quien debe haber llorado de risa todo el día), el mayor enemigo que ha tenido el Partido Nacional desde Fructuoso Rivera. El mismo que logró tener encarcelado a Wilson en las elecciones de 1984 y casi manda preso a Lacalle Herrera en 1995-1997.
Estos mismos blancos baratos van a tener que consensuar en la convención la futura fórmula blanca con un Juan Sartori que, si no gana la interna blanca, puede llegar a tener 35% de los convencionales, según informaciones que hemos recibido.
Estos mismos blancos baratos pueden encontrarse con que Juan Sartori es su precandidato presidencial, o bien el titular de la mayor bancada parlamentaria.
Estos mismos blancos baratos de siempre, fracasados que condujeron a la debacle del gobierno de Lacalle Herrera y a la Crisis de 2002, son incapaces de actuar como un partido político serio y no pueden gobernar Uruguay. Lo único que podrían hacer es destrozarlo otra vez.
Una versión compendiada de esta nota editorial fue publicada en la edición Caras y Caretas Diario, la gacetilla de Caras y Caretas Comunidad.