Freijo considera que las mujeres feministas no tienen “margen de error” porque están expuestas a un estricto monitoreo cuasi punitivo de una sociedad que aún no asume las desigualdades existentes. Pero también asegura que existe “la sospecha moral”, una mirada externa, que permea a todas las mujeres y que las propias mujeres y varones tienen sobre otras: “Se avaló tanto la idea de que la buena mujer debe ser silenciosa, afectiva, juiciosa y medida -en contra de una supuesta naturaleza femenina que se ha asociado a la impulsividad, la histeria o la inferioridad intelectual- que cuando una mujer tiene voz y la utiliza para ejercer poder, la ‘inspeccionamos’ para ver dónde está la falla o la falsedad de sus argumentos. Eso es la sospecha moral”.
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Freijo se ha posicionado como una referente potente, sorora, empática y necesaria, para millones de mujeres en nuestro continente y en otras partes del mundo. Lejos -muy mucho- de las posturas y clisés de una «gurú de palabra elevada», la escritora y licenciada en Ciencias Políticas habla en lenguaje cotidiano y se refiere de manera frontal y directa a los temas que desvelan a la mayoría de las mujeres de este tiempo, en buena parte del mundo. Ella lo revisa todo. Lo analiza, describe y cuestiona. Desafía mandatos y despedaza exigencias impuestas por el machismo y patriarcado a través de los siglos de los siglos. En sus libros, charlas y entrevistas, plantea desafíos para visibilizar primero, y derribar después, cimientos machistas históricos de sociedades que educan a las mujeres para ser «buenas mujeres» o «buenas señoritas», «buenas amantes», aguantadoras, flacas, serviciales, trabajadoras y sometidas. En uno de los capítulos de su libro Solas (aún acompañadas) de Editorial El Ateneo, Freijo se detiene a analizar lo que ella llama “diálogos internos” de las mujeres, “una presencia permanente en nuestras vidas y muy difícil de visibilizar”. Según la escritora, “ese diálogo no es simple, todo lo contrario, podríamos decir que es lo suficientemente complejo como para existir en distintos niveles de manera simultánea. Algunos mensajes de ese diálogo interno son profundos e inconscientes e invisibles”. En este sentido, señala que “el peso mental que las mujeres tenemos para -sencillamente- no morir, desde que somos conscientes de que la calle no nos pertenece, es desgastante. Y si a eso le sumamos el hecho de saber que ni siquiera estamos seguras en nuestro hogar, la carga se hace enorme. Un informe de las Naciones Unidas reveló que más de la mitad de las víctimas de femicidios en todo el mundo son asesinadas por sus parejas. No tenemos salida, ni en la calle, ni dentro de nuestros hogares; quedamos asfixiadas”.
Marzo TV y las “buenas mujeres”
“En mi trabajo hablo de reconocer los mandatos que construyen ‘la buena mujer’, la que es asociada socialmente. Muchas marcas han adoptado narrativas feministas para hablar de empoderamiento, que significa ‘mujeres que toman el poder por sí mismas’. Yo desarmo esta idea, la mujer empoderada es irreal. La realidad -que no es lo mismo que decir mujeres reales- es que estamos sobrepasadas de tareas domésticas y del uso del tiempo en torno a los cuidados, a esto se le suman las exigencias del mundo estético, de la juventud eterna, el sostenimiento e independencia económica. Parecen muy difíciles de sostener de forma individual esos esquemas, o sí, se pueden sostener a costa de otras mujeres que están detrás de esa mujer: cuidando, asistiendo, entre otras actividades. Todos hablan de la mujer empoderada pero ninguna empresa o medios de comunicación construyen arquetipos de varones que compatibilicen tareas de cuidados. O peor, esas mismas empresas en sus publicidades venden una cosa y en sus dinámicas internas en la cultura y estructura organizacional tienen un board representado mayoritariamente por varones, y pocas políticas que incentiven a sus empleados masculinos a congeniar las exigencias del sostenimiento de la vida. Deciden varones en sus equipos y desde ahí les hablan a las mujeres, desde lo que ellos creen que las mujeres necesitan. Ha sido así por años, y aún hoy tenemos publicidades dirigidas hacia nosotras que nos representan desde miradas masculinistas”. Consultada por Caras y Caretas si existe riesgo de cierta banalización de la causa feminista por las políticas de marketing de la industria del consumo, la escritora argentina señaló que “hay de todo: hay empresas que son mucho más responsables y asertivas y realmente están comprometidas para trabajar en enfoques desde la diversidad y también el impulso de mujeres en espacios de liderazgo. Y también creo que hay otras que simplemente aprovechan los mensajes de época para generar público cautivo”. En cuanto al rol de los medios de comunicación en la construcción del estereotipo de mujer perfecta, equilibrada, sensible, sonriente, todopoderosa, súper mamá y «disponible» a requerimientos de todo tipo en el ámbito laboral, señaló que su visión es poco optimista. “Marshall Mc Luhan decía que el medio es el mensaje. Si mi medio es una red social, que funcionan como vidrieras constantes de venta de los cuerpos -todas sus opciones están destinadas a filtros, coreografías sexualizadas y cosas por el estilo como pasa con TikTok- ¿cuál es el mensaje? Que la socialización y el proceso de aceptación que proponen se logran si sometemos a estos estereotipos socialmente aceptados y aplaudidos. Si encima están destinadas cada vez más a niñas y a niños, y se ofrecen como un juguete o un juego, peor. Si nos preguntamos, ¿qué es el éxito hoy para una adolescente de 14 años? Bueno, sin generalizar, creo que la respuesta es poco optimista. Es muy frustrante que en una época en donde podemos evidenciar todo lo que nos ha dado el feminismo, a la par, de forma masiva y exponencial, haya crecido una cultura muy cruda de las exigencias hacia las mujeres, y nos haya depositado en los mismos roles de antes. Creemos que ahora somos más libres por poder decir y mostrar lo que queramos en una red. La proliferación de perfiles destinados al lifestyle-healthy, además de los híper sexualizados, también nos muestran que el otro rol que podemos ocupar en lo público sigue siendo el de las tareas domésticas, pero ahora parece que profesionalizadas: amas de la crianza, el orden, la gestión del hogar. Esto no lo veo como algo malo en sí, eh, para nada. Lo que veo que es negativo es la poca variedad de opciones, como si las mujeres solo pudiéramos habitar roles tradicionales. Y esto nos lleva a otra pregunta: ¿y si queremos salir de ahí? El costo es muy alto, desde muchos aspectos que me es imposible desarrollar en una nota, pero que de seguro limitan el poder de decisión de las mujeres”.
La escuela primaria, ¿es uno de los ámbitos donde la política pública podría comenzar a cambiar paradigmas sobre roles, mandatos, pensando en educar en clave de derechos humanos y establecer nuevos vínculos libres de violencia?
Sí, absolutamente. Está comprobado que los estereotipos de género se afianzan entre los 3 y los 7 años. Si escuela es la institución por donde las familias refuerzan sus modelos educativos, definitivamente tenemos que comenzar por ahí. Hoy los espacios educativos tienen muchísimos desafíos: estructurales -por ejemplo- en el caso de países como Argentina, donde hay limitaciones dadas por la falta de presupuesto, pero también de contenidos educativos. El mundo avanzó de forma inmensa, cambió la cultura del trabajo, las profesiones, la forma de llegar a esas profesiones ya no está concentrada en las universidades 100%, y también cambió un mundo donde el acceso al conocimiento se democratizó un poco más si se cuenta mínimamente con acceso a un celular.
¿Qué precio has pagado o estás pagando por tu trabajo, tus libros, las charlas, abrir espacios de reflexión y animarte a desafiar cimientos patriarcales históricos? ¿Te han tratado de loca, histérica, prostituta o irracional, bruja, mala, los arquetipos que analizás en Mal Educadas?
Qué mujer no atraviesa estos arquetipos, ¿no? Por supuesto que hay un costo. Cualquier mujer que tiene una idea y busca defenderla lo va a atravesar. Divido los costos de esta manera: el costo de la desconfianza que viene de esta mirada sesgada relacionada a si una mujer tiene los suficientes créditos para hablar profesionalmente de tal tema. Ahí se te observa la edad, la manera en la que elegís tus palabras, no podés tener margen de error, porque por cualquier paso en falso serás desacreditada. También está el costo de la exigencia, que es eso de no poder equivocarse. Y después está el costo de la soledad. A ninguna mujer que sea feminista le será fácil transitar las tensiones que produce querer llevar adelante un estilo de vida feminista. Porque incluso pensemos cómo se sentirá un hombre como pareja si tenés reconocimiento y poder de voz.
El estereotipo de la feminista
“Para tener una mirada feminista, no basta con reconocer que hay una desigualdad, también es necesario estudiarla. ¿Eso quiere decir que solo se puede ser feminista si se está formada? No, claro que no. Pero es una pata fundamental en la construcción del saber colectivo, y la especialización y trabajo de formación de otras mujeres vale. En lo personal, estudio sobre fallos legales, historia, economía, estadística y procesos culturales, entre otros. Todo lo que me permite escribir libros. Si las clases del curso hubieran sido acerca de economía o historia tradicional, nadie se hubiera quejado por pagarlo, por ejemplo. Sucede que lo que fue señalado es que las prácticas feministas no deben estar atravesadas por el dinero que las mujeres necesitamos para vivir y sostener a nuestras familias. Pero el estereotipo de la buena feminista es igual al estereotipo de la buena mujer: debemos hacer las cosas por amor, sobre todo si tenemos el privilegio de haber estudiado. Una moral arcaica y obvia que ha conformado el mandato de la culpa”.
Siempre bajo sospecha
“Las mujeres hemos aprendido a justificar la violencia hacia otras en función de los mismos estereotipos que nos han afectado. El estereotipo de la arpía, de la ventajera, vividora, el estereotipo de la loca y la soberbia, como aquella mujer que quiere concentrar el poder y la palabra. La mayor parte de las mujeres que han luchado por sus derechos han sido encauzadas en estos estereotipos. Porque la enseñanza sobre la condición de las mujeres incomoda. Nos enseñaron tanto a competir entre nosotras que cuando una mujer tiene voz, la inspeccionamos para ver dónde está la falla. Eso es la sospecha moral. Así, sobre nosotras siempre recae la sospecha de que moralmente somos malas”.