Por Victor Carrato.
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El proceso impacta en todo el mundo porque tiene implicancias jurídicas, económicas, geopolíticas y aun sobre la deriva global de la moral en política y las formas de ejercerla. Esta vez el proceso puede derribar al presidente o hacer que no sea candidato en 2020, iniciando simbólicamente el fin de la era oscura de los autoritarios del 1%, como Trump, Bolsonaro y algunos aprendices de brujo que los admiran.
El 8 de noviembre se cumplieron tres años de la inolvidable noche en la cual -contra todas las previsiones- el empresario Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, triunfando sobre la exsecretaria de Estado Hillary Rodham Clinton y la elite demócrata que la sustentaba.
El 3 de noviembre de 2020 se celebrarán en la Unión elecciones generales que determinarán si el futuro presidente será Trump, por ahora único candidato republicano, o el triunfante de la interna demócrata que se muestra rica y diversa, distinguiéndose entre los favoritos y figuras más relevantes la senadora progresista Elizabeth Warren (70 años), el exvicepresidente centrista de Obama, Joe Biden (76), el senador socialista Bernie Sanders (78), la representante Alexandria Ocasio-Cortez (30), «socialista democrática» y partidaria de un «Green New Deal» medioambiental, a los que se acaba de sumar el exalcalde de Nueva York y megamillonario Michael Bloomberg (77), cuya fortuna se calcula en US$ 52.300 millones.
El marco para el año que resta hasta la elección lo brindan varios factores, en los que tiene especial relevancia el buen desempeño de la economía, que crecerá 2,4% del PIB en 2019, y ostenta un desempleo de 3,5%, el más bajo desde antes de la Gran Recesión y una inflación de 1,74%. Si bien estos resultados vienen y se sustentan en las políticas y medidas adoptadas por los equipos económicos de Barack Obama (conducidos desde la Reserva Federal por Ben Bernanke primero y Janet Yellen después), la misma vive un impulso artificial producto de la liberación de fondos de los grandes empresarios debida al gigantesco ajuste fiscal que fue la primera medida de Donald Trump. La misma, sin embargo, ha provocado también un aumento de la desigualdad (ya que implica una gigantesca transferencia de ingresos de los menos ricos a los más ricos, que fueron los grandes beneficiados de la reforma fiscal trumpiana); y un gigantesco «agujero fiscal» que ha determinado la advertencia del FMI y de los principales medios especializados del mundo, comenzando por The Economist y el Financial Times.
Previendo la inminente contracción de la economía estadounidense es que se ha producido la tormenta de mensajes de Twitter con los que Trump destrata a Jerome Powell, exigiéndole que baje las tasas de interés mucho más de lo que el prudente abogado corporativo lo ha hecho hasta ahora. Trump está aplicando un «keynesianismo de derechas» (así como Ronald Reagan aplicó un «keynesianismo militar» en los años 80 con su Iniciativa de Defensa Estratégica, llamada popularmente «guerra de las galaxias»), para estimular la economía y evitar que una recesión le haga perder las elecciones.
El otro gran factor es, sin duda, el descontento que tiene que imperar en las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia con un presidente que está retirando del mundo a EEUU como principal superpotencia, dejándole libre el camino de los grandes acuerdos de libre comercio mundiales a China Popular (que se convierte, además, en el principal inversor del mundo); rindiéndole una inexplicable (o no) pleitesía al enemigo histórico de EEUU, que es la Rusia de Vladimir Putin, y perdiendo el tiempo en juegos de vodevil con un personaje como el mandatario norcoreano Kim Jong-un.
Otros grandes factores a tener en cuenta deben ser el terrible descontento de grandes sectores de la población con el estilo autoritario y chabacano del primer mandatario de la Unión (que nombra y destituye ministros por Twitter, y hace bullying a sus adversarios políticos, incluyendo numerosas mujeres, como la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y la precandidata demócrata, senadora Elizabeth Warren) y la preocupación que deben tener los republicanos serios por el futuro de su partido, sea en manos de Trump o después de él. Un presidente de la Unión que es el cuarto que experimenta la sombra de un Juicio Político.
Camino al impeachment
Después de más de dos años de idas y venidas con la trama rusa, el detonante final del proceso que podría llevar a la destitución presidencial ha sido un escándalo sobre las presuntas presiones de Trump a Ucrania para perjudicar la candidatura electoral del demócrata Joe Biden.
Este sería el cuarto proceso abierto de estas características -una suerte de juicio parlamentario- que el Congreso estadounidense pone en marcha a lo largo de su historia. Los presidentes Andrew Johnson, en 1868, y Bill Clinton en, 1998-1999, fueron acusados ante la Cámara de Representantes y absueltos por el Senado de la Unión, en tanto que Richard Nixon renunció a su cargo en 1974 al saber que sería destituido por decisión de ambos partidos.
El martes 12 de noviembre comenzaron las audiencias públicas en la Cámara de Representantes, la que determinará si el presidente será acusado formalmente por las presiones ejercidas sobre el gobierno de Ucrania para que investigase a Hunter Biden (quien tiene negocios en dicho país), hijo del precandidato demócrata Joe Biden, hasta ahora principal adversario electoral de Trump, a cambio de ayuda militar y crediticia.
El presidente Trump mantuvo conversaciones telefónicas con el flamante presidente ucraniano Volodimir Zelensky, en los que le ofreció el referido quid pro quo.
A puertas cerradas ya han testificado contra el presidente (confirmando que existieron esas presiones indebidas sobre el gobierno de otro Estado para obtener un beneficio personal, interfiriendo en un acto eleccionario) los altos funcionarios diplomáticos George Kent, subsecretario Adjunto en la Oficina Europea y Euroasiática del Departamento de Estado de EEUU, con supervisión en Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, y que fue jefe adjunto de Misión en Kiev, Ucrania entre 2015 y 2018; William Taylor, diplomático estadounidense y militar, veterano condecorado de la Guerra de Vietnam, que fue, entre otras misiones, embajador en Ucrania entre 2006 y 2009, y encargado de Negocios en el mismo país en 2019; y Gordon Sondland, exembajador de EEUU ante la Unión Europea (y donante de la campaña de Trump), quien acusó al presidente con una carta de tres páginas entregada el 17 de octubre.
Los tres hombres han confirmado que «había una diplomacia paralela» funcional a los intereses de Donald Trump llevada adelante por su abogado personal, por Rudolph Giuliani, por el exsecretario de Energía Rick Perry y Kurt Volker, entonces enviado especial de EEUU para Ucrania, quien dimitió después de que su nombre apareciera en la denuncia hecha por un agente de los servicios de inteligencia que canalizó la misma a través de las vías protocolares que rigen para estas situaciones en la Unión.
En el comienzo fue Trump llamando a Zelensky
El 24 de setiembre, la veterana presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, inició formalmente el proceso (impeachment o juicio político) que podría concluir en la destitución del presidente Donald Trump. Un agente de los servicios de inteligencia denunció que Trump presionó al presidente de Ucrania para perjudicar la candidatura electoral del demócrata Joe Biden, favorito en su partido. Esta vez, a diferencia de la «trama rusa», hay pruebas contundentes. Hay señales de que la dirigencia republicana, harta de los errores geoestratégicos y ridiculeces de Trump, podría habilitar el juicio o contribuir a mellar su figura para que no sea reelecto en noviembre de 2020.
En 2009, en plena Gran Recesión, se hizo famoso el libro This time is different/Eight Centuries of Financial Folly (Esta vez es diferente/Ocho siglos de locura financiera), de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. Pues bien, muchos estadounidenses repiten hoy «this time is different» como contraseña ante el inicio por parte de Nancy Pelosi (79 años), presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y tercera autoridad gubernamental del país, de la investigación previa al proceso de destitución por juicio político o impeachment contra el presidente Donald Trump.
Es diferente porque luego de dos años de investigaciones de la llamada «trama rusa» (la interferencia cibernética de los servicios de inteligencia rusos en las elecciones de 2016 para perjudicar a Hillary Clinton), que finalizaron sin que el fiscal especial Robert Mueller pudiera incriminar a Trump (a pesar de que tampoco lo exculpó, solo afirmó en su informe que no había pruebas al respecto); esta vez hay pruebas contundentes: grabaciones de conversaciones entre el presidente y su colega ucraniano, actuaciones de su abogado Rudolph Giuliani y otras gestiones «financieras» tendientes a presionar al mandatario extranjero para que acusara de fraudes a Hunter Biden, hijo del exvicepresidente de Barack Obama, Joe Biden, el candidato demócrata más firme para ganar las elecciones primarias y enfrentar al candidato republicano en las próximas elecciones de noviembre de 2020.
También es diferente porque la experimentada Nancy Pelosi había sido hasta ahora el principal dique de contención de los «radicales» demócratas que pedían un día sí y otro también la iniciación de juicio político a Trump. Veterana conocedora de la política estadounidense, Pelosi sabía que, sin pruebas contundentes, la mayoría republicana en el Senado absolvería a Trump, quien saldría fortalecido por un segundo triunfo y además utilizaría la «victimización» como factor para reunir a la cada vez mayor cantidad de legisladores republicanos que le son adversos.
Ahora Pelosi se puso al frente de la lucha, acusó a Trump de «violación de la Constitución» y «traición a la seguridad nacional y a la integridad de nuestras elecciones» e invoca en sus vibrantes discursos a los Padres Fundadores y la Constitución estadounidense.
Por mucho menos que estas presiones (condicionar una ayuda militar de US$ 400 millones a un gobierno extranjero que la necesita, a cambio de enlodar al principal adversario demócrata), debió renunciar Richard Nixon en 1974, antes de ser sometido al impeachment por el escándalo de Watergate.
La tercera diferencia, y acaso la sustancial, es que ahora hay pruebas contundentes (lo que los estadounidenses llaman «la pistola humeante»): un agente de inteligencia que ha ofrecido testimoniar ante el Congreso cuando llegue la hora, entregó en agosto un documento protocolar que comienza diciendo: «He recibido información por parte de múltiples funcionarios del gobierno estadounidense de que el presidente de EEUU está usando el poder de su cargo para pedir la interferencia de un país extranjero en las elecciones de 2020. Esta interferencia incluye, entre otras cosas, la presión a un gobierno extranjero para investigar a uno de los rivales políticos domésticos más importantes del presidente. El abogado personal del presidente, Rudolph Giuliani, es una figura central de este esfuerzo. El fiscal general William Barr parece estar también involucrado”.
En octubre Trump reconoció haber hablado con el mandatario ucraniano el 25 de julio sobre Hunter Biden, y finalmente debió autorizar la entrega al Congreso de la transcripción de la charla completa con Zelensky.
The Wall Street Journal informó que el presidente Trump pidió ocho veces a Zelensky la apertura de una investigación contra la familia Biden «en colaboración con su abogado personal, Rudy Giuliani», quien ha admitido estas gestiones.
Tres altos funcionarios diplomáticos ya mencionados (todos de filiación republicana) han corroborado que hubo «presiones indebidas».
La cuarta diferencia es que mientras Trump casi se divirtió con el proceso de la «trama rusa», ahora está virtualmente desesperado y ha concentrado todos sus esfuerzos en luchar contra esta investigación.
La quinta diferencia sería que, como han sugerido algunas publicaciones, las capas dirigentes del Partido Republicano (que tienen como máximo referente intelectual a Henry Kissinger, cuyo «orden mundial» nacido en 1972 y basado en la alianza política y económica con China Popular, fue literalmente pulverizado por la «guerra comercial entre EEUU y dicha potencia, declarada por Trump) habrían decidido que ya es hora de terminar con la presidencia de un hombre que ha apartado a EEUU del juego geoestratégico de dominio global, apostando a su amistad (inexplicable e insoportable para cualquier republicano que se precie de tal) con la Rusia de Vladimir Putin, y a su lucha contra la segunda superpotencia mundial.
El proceso, abierto por la Cámara de Representantes el 31 de octubre, recién comienza.
Las elecciones generales de los EEUU siempre constituyen el espectáculo político más apasionante del mundo. Esta vez tendrán además una inmensa importancia geoestratégica, económica e incluso moral.