Un año electoral es un año en el que tradicionalmente se dice que se reparte la torta. La torta, claro, es una buena metáfora del poder. Un poder que en nuestras sociedades tiene nombre y aspecto de varón con ciertas particularidades: blanco, heterosexual y con condiciones de solvencia económica. En este mes de marzo y en este año particular, por ser electoral, nos visitó Paula Narváez, asesora regional de gobernanza y participación política de ONU mujeres para América Latina y el Caribe, que entre muchos desempeños notables acompañó a Michelle Bachelet en su segundo mandato.
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Paula vino para invitarnos a pensar y lo hizo con su voz firme y cordial, con su tonalidad reconociblemente chilena, agradable y sonora pero segura. Habló con claridad conceptual y con sentimiento profundo dejando ver que es conocedora genuina del sentido de su discurso.
El encuentro se produjo el jueves 21 de marzo en el anexo del Palacio Legislativo, a sala llena -casi todas mujeres-, al que comparecieron una de las precandidatas, la ingeniera Carolina Cosse y varios de los precandidatos: el ingeniero Daniel Martínez, Luis Lacalle Pou y Juan Sartori. Creo que es importante destacar que al culminar el evento los varones precandidatos a la presidencia de nuestro país eludieron hacer declaraciones públicas a la prensa.
¿Qué pasa con una democracia cuando no representa a todas/os? Porque particularmente las mujeres somos al menos el cincuenta por ciento de la población y, sin embargo, nuestra representación en las listas es mínima, y aun constituyendo la mitad del padrón electoral y la mitad de las militantes de los partidos políticos, hay que escuchar el descaro de algunas aseveraciones, como por ejemplo justificar que las listas sean mayoritariamente masculinas aludiendo al pretexto de que “no hay mujeres”. “¿Han visto algo más violento que eso?”, dice Paula, enfatizando con la interrogación esa concepción cultural que sigue restringiendo el camino de desarrollo de las mujeres en la esfera pública. No sólo hay “techos de cristal” -ilusiones de posibilidades, cielos pasibles de ser habitados porque son visualizados con claridad aunque en el caminos de acceso hay un cristal invisible a simple vista que oficia de barrera-, hay también “pisos pegajosos”, hay pavimentos que obturan los avances, llenitos de obstáculos de imposible recorrido. Por eso no alcanza con asegurar la llegada de las mujeres a los espacios públicos de decisión; es necesario acompañar, asistir al desarrollo de la vida cuidando las posibilidades reales de todas para el ejercicio legítimo del rol que eventualmente tengan asignado.
El concepto de una democracia paritaria se hace imprescindible y también la idea de la igualdad sustantiva, que sustituye a la de igualdad de oportunidades que era vigente en décadas anteriores. En los años 90 hablábamos de igualdad de oportunidades porque las mujeres partíamos de situaciones muy desventajosas y teníamos que trabajar en la búsqueda de un equilibrio. Es claro que hubo una evolución que nos posiciona en un lugar diferente, pero el desafío es transformar estructuralmente el modelo patriarcal para que se genere la igualdad sustantiva.
Paula nos interpela y muestra la necesidad de construir una democracia paritaria dotada de igualdad sustantiva como una ambición legítima. Y nos plantea con firmeza que contamos con condiciones para hacerlo. Y hay que hacerlo ya, para afianzar el camino de los derechos, porque a mi juicio hay una tensión pública sin matices entre los que estamos a favor de reafirmar y profundizar la ruta de los derechos humanos y los que proponen el retroceso; los grupos antiderechos están tratando de ganar posiciones en la esfera pública. De hecho, ya vemos movimientos que intentan anular la ley trans, una ley humana que habilita a todas las personas, más allá de cualquier opción o característica sexual o de género, al ejercicio de una vida digna. Parece paradójico, pero como sociedad estamos en el cruce de caminos. O avanzamos fuertemente y profundizamos o Uruguay retrocederá habilitando las posturas más conservadoras. Son estos temas insoslayables, pues muestran cómo concebimos nuestra sociedad, qué idea preconcebimos del desarrollo.
No puedo evitar hacer la pregunta: ¿creemos y queremos realmente los uruguayos tener una sociedad caracterizada por una cultura de derechos? Es necesario nutrir el debate político con estas cuestiones para no engañarnos en un año que resulta clave por la proximidad del acto eleccionario. ¿Creemos realmente en la posibilidad y necesidad de una democracia paritaria como forma de organización representativa de todas y todos?
Porque me parece que como bien plantea Paula Narváez, es el ingrediente de la igualdad -de una igualdad auténtica que reformule los vínculos entre hombre y mujeres- el que hoy le está faltando a la torta. No es cuestión de dividir la torta y sacar la mejor tajada para el beneficio personal o el de unas pocas, aceptando la reiteración de los mecanismos excluyentes que vienen de larga data y que hoy se viven cada día.
No se trata de dividir la torta, se trata de hacer la torta de nuevo.