En el mes de octubre la Intendencia de Montevideo (IM) informó que se diagnosticaron 223 casos de desnutrición en embarazadas, niños y niñas que viven en diferentes barrios de la capital. El hallazgo se dio en el marco del programa de Apoyo Alimentario del Plan ABC, que gestiona la comuna desde el mes de junio, y que busca casos de desnutrición en las policlínicas municipales.
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Los casos de desnutrición registrados corresponden a 164 niños y niñas de cero a tres años y a 59 embarazadas, de las cuales 16 son adolescentes. La mayor cantidad de casos se ubicaron en barrios correspondientes al Municipio A, como Cerro, Casabó y La Teja. Se hallaron 20 casos de desnutrición en embarazadas, siete en embarazos adolescentes y 81 en infancias. En los barrios de Maroñas, Villa Española, Punta de Rieles (Municipio F) se registraron 16 embarazadas y 27 niños malnutridos, mientras que en Piedras Blancas, Marconi y Aires Puros (Municipio D), fueron 17 embarazadas y 21 niños quienes presentaron síntomas de desnutrición. También se encontraron personas desnutridas, aunque en menor medida, en otros barrios como Aguada, Prado, Goes (Municipio C) y Punta Carretas, Pocitos, Buceo (Municipio Ch).
Diagnóstico
Caras y Caretas dialogó con Pablo Yglesias, licenciado en Nutrición y referente del programa ABC de apoyo alimentario en la policlínica de Los Ángeles (Casavalle), quien explicó los parámetros de diagnóstico, y cómo es el trabajo en el territorio. El profesional comenzó por definir la desnutrición como una “carencia de nutrientes, sea calórica o de algún otro alimento, que se diagnostica por un descenso de peso brusco y de forma involuntaria”. Esta patología, señaló, también puede identificarse con la paraclínica, mediante la observación de valores alterados, como puede ser la anemia. Por otro lado, se refirió a la desnutrición proteica, cuyo nutriente más deficitario son las proteínas (carne, pescado, lácteos, huevos, entre otras), y aseguró que existen algunos casos, aunque no es muy común como en otros países. Asimismo, se observaron casos de malnutrición, que a diferencia de la desnutrición, puede ser por exceso o por déficit de nutrientes. “Puede suceder que la persona este obesa, pero con carencia de nutrientes”.
En relación con la dinámica del programa, explicó que los casos de desnutrición se detectaron entre las personas que acuden a las consultas en la policlínica, y que para ingresar al programa debe tratarse de embarazadas que se encuentren en la categoría “adelgazada” (utilizando como patrón de referencia las curvas del Ministerio de Salud Pública de Chile del año 2015) o de niñas y niños de 0 a 3 años que presenten bajo peso, bajo peso severo (en menores de 1 año) o emaciación (desnutrición) y emaciación severa (de 1 a 3 años). “Además se les hacen preguntas para determinar el nivel de inseguridad alimentaria, que puede ser leve, moderada o severa. Se les pregunta, por ejemplo, si han pasado más de un día sin consumir alimentos, si han quedado sin posibilidad de comer, o consumir lo suficiente, por falta de recursos económicos, entre otras”.
Contó que en la policlínica de Los Ángeles ingresaron al programa un total de 20 personas, nueve embarazadas y once menores, pero que las personas que padecen emergencia alimentaria son muchas más. “Existen otros casos en los que se confirmó que mermó la capacidad de ingesta, pero no ingresaron al programa por algún indicador específico”.
Consultado por los principales problemas nutricionales que presentan las familias que ingresaron al programa, el profesional explicó que se observaron casos de desnutrición, por falta de acceso a alimentos de calidad, así como malnutrición por exceso de alimentos poco nutritivos, pero que el foco está puesto en la inseguridad alimentaria.
Sobre las dificultades en común que presentan estas familias, Yglesias dijo que “hay de todo”, pero que el tema del desempleo es uno de los factores que más se repite. “Hay personas que no perciben ingresos, otras que quedaron desempleadas recientemente, que les da vergüenza acercarse a una olla popular y no cuentan con el apoyo de ningún familiar”.
El especialista contó que durante la etapa de evaluación se consulta por la situación habitacional de la familia, así como por el estado anímico o emocional de las personas, variables que también influyen en la alimentación. “Actualmente se está observando un incremento significativo de los problemas de salud mental y las situaciones de violencia y, por estos motivos, se vienen detectando numerosos casos de anorexia nerviosa, que es la pérdida de apetito por estados emocionales o, por el contrario, el incremento del consumo de alimentos por la misma causa”.
Lo cierto es que “hay emergencia alimentaria”, afirmó el profesional, quien también aseguró que la problemática se incrementó con la pandemia y que las prestaciones sociales “son insuficientes”, sumado a que el cierre de oficinas públicas obstaculizó el acceso a los programas. A su vez, manifestó su preocupación ante una problemática que “recién empieza”. “Iniciamos con una primera tanda de cinco o seis casos de desnutrición y en un corto plazo se enviaron treinta formularios de ingreso, de los cuales se aceptaron 20 y otros están pendientes al análisis, pero los equipos médicos identifican posibles casos de desnutrición todos los días”.
Con respecto al rol de las ollas populares para atenuar la problemática, el profesional reconoció la importancia de estas iniciativas, valoró su existencia, pero negó que fueran la solución al problema de la desnutrición. “En las policlínicas hemos generado conocimiento de cuáles son las ollas populares existentes para derivar a las familias que necesitan, y estamos sumamente agradecidos con quienes las llevan a delante, ya que muchas familias recurren a ellas». No obstante, advirtió que, desde el punto de vista nutricional, “muchas veces carecen de componentes necesarios o utilizan una cantidad excesiva de sal, lo cual puede traer otras complicaciones en una población donde uno de cada tres uruguayos es hipertenso”. En tal sentido, reivindicó la importancia de los comedores públicos, como el de los centros educativos, y lamentó que muchos comedores para adultos fueran eliminados.
Desnutrición y neurodesarrollo
Uno de los principales problemas vinculados a la desnutrición en niñas y niños que preocupa a profesionales de la salud es el impacto negativo sobre el neurodesarrollo. Para la pediatra Mariana Dos Santos, el neurodesarrollo “es un proceso complejo que requiere de un sustrato biológico y depende de la interacción con el medio”. En tal sentido, señaló que la pobreza, la desnutrición, los alteración en los vínculos tempranos con las figuras parentales, el nivel educativo bajo de los progenitores o el estrés crónico al que pueden verse sometidas las familias vulneradas son factores de riesgo para el neurodesarrollo. Es así que la desnutrición y las carencias nutricionales específicas como la anemia, por una alimentación pobre en hierro, tienen repercusiones negativas que pueden afectar el desarrollo cognitivo de niñas y niños. A su vez, señaló Dos Santos, “los trastornos del neurodesarrollo, cada vez más frecuentes, están asociados con los niveles educativos más bajos, problemas de conducta, adicciones, dificultades en la inserción laboral y dificultades en los vínculos sociales.
Seguimiento y evaluación
Las personas que ingresan al programa de apoyo alimentario son derivadas a la comuna capitalina, que se encuentra trabajando para que puedan mejorar la alimentación. Una de las acciones que se está llevando a cabo es mediante la activación de un convenio con Cambadu, que incluye una red de comercios minoristas en los cuales las personas usuarias del programa, portando el documento de identidad, pueden retirar alimentos en el comercio adherido de su barrio por un monto de hasta 2.800 pesos al mes, durante 18 meses.
Además del acceso a los alimentos, la directora de Salud de la IM, Virginia Cardozo, le explicó a este medio en qué otros aspectos se están abordando para revertir la situación. “El programa tiene cuatro componentes: la transferencia monetaria para el acceso a los alimentos; la educación nutricional para optimizar que a la hora de la compra puedan elegir los productos que tienen los nutrientes necesarios para el desarrollo, así como las formas de cocción más saludables para niñas y niños; el acompañamiento social, mediante un equipo técnico que evalúa la situación de vulnerabilidad de las familias, el ejercicio de sus derechos y el acceso a las prestaciones que les corresponden; y el seguimiento mensual en salud”.
Por otro lado, Cardozo destacó que el programa cuenta con un monitoreo que permite evaluar los resultados mediante informes elaborados por las policlínicas, así como una evaluación externa que realiza la Universidad de la República (Udelar). “De acuerdo al informe de la Udelar, el 82% de las familias que ingresaron al programa tienen una inseguridad moderada o severa. Es decir, no han podido realizar todas las comidas por problemas de recursos o, en los casos más severos, han llegado a pasar todo un día sin comer. Estamos hablando de situaciones reales de hambre”. Por otro lado, el informe también confirmó que del 18% restante, existe un porcentaje que padece una inseguridad alimentaria leve, lo que implica que no se quedan sin comer, pero carecen de nutrientes críticos como carnes, lácteos, frutas, verduras y huevo, por lo cual se nos sugirió reforzar la línea educacional. “En síntesis, la Udelar afirmó que el programa está adecuadamente focalizado y llegando a una población que realmente presenta dificultades en el acceso a la alimentación”.
Teniendo en cuenta que la problemática de la desnutrición está atravesada por varios factores como el socioeconómico, el empleo, la educación o el acceso a la salud, se podría asumir que un intento de revertir la situación requiere la participación de otras instituciones del Estado y políticas sociales adecuadas disponibles. Consultada sobre este punto, Cardozo aseguró que, desde el programa de apoyo alimentario, se realizan las derivaciones correspondientes a otras prestaciones, según territorio, edad y situación de las familias. “Tenemos 81 niñas y niños en el Plan CAIF, 18 familias en Uruguay Crece Contigo (UCC), otras 4 en el programa Cercanías y 2 adolescentes embarazadas en centros juveniles del INAU. El vínculo con las instituciones es muy fuerte y constante”. Una de las problemáticas que se está presentando, según la jerarca, es la falta de cupos para ciertas prestaciones. “Tenemos familias en lista de espera para el Plan CAIF y UCC. En la última reunión con las autoridades del Mides planteamos la necesidad de que las familias puedan acceder a los planes, ya que el trabajo de acercarlos se hizo, pero no hay lugar”.
Más necesidades, menos políticas
El Cerro es uno de los barrios donde se encontraron más casos de desnutrición, lo que llevó a la Organización de Usuarias y Usuarios de Salud del Oeste, que trabaja en el territorio con familias vulneradas, a pronunciarse al respecto. Mediante un comunicado, pidieron que se considere la situación “con la gravedad que tiene” y reclamaron “respuestas urgentes por parte del Estado y políticas públicas”. “Sabemos que esta realidad es aún mucho más grave, siendo estos números [cifras de desnutrición] una primera aproximación”. Por otro lado, aseguraron que “pese al impacto de estos datos”, la situación ya se podía percibir durante la cotidianeidad en los barrios al participar de la Red de Ollas y Merenderos del Cerro y de la Coordinadora de redes de Ollas. “El hambre y el empobrecimiento son una realidad que nos golpea cada día. La gran cantidad de trabajadores que perdieron su empleo o redujeron sus salarios, los cuentapropistas sin ingresos, madres sin ingresos suficientes que van a las ollas y merenderos en procura del alimento para sus hijos y la retirada de los programas sociales como los Socat [Servicio de Orientación, Consulta y Articulación Territorial] de los territorios, están haciendo la vida de los vecinos y vecinas cada vez más difícil. Y resaltamos que, a mayores dificultades de las familias, mayor es el impacto negativo de esta pérdida de servicios”, concluyeron.