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Historias de verano: Bikini

Corría el año 1946 y el diseñador francés Louis Réard crea el famoso dos piezas que causó tanto impacto.

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Baños Desde que en el siglo XIX algunos médicos comenzaron a recomendar los baños en el mar, la vestimenta para entrar al agua fue cambiando. También influyeron el auge del ferrocarril, que permitió el acceso masivo a las costas, y los cambios en la cultura del ocio, entre otras cosas, gracias a las luchas obreras por la reducción de las horas de trabajo. Casi todos hemos visto alguna foto antigua de aquellos trajes de baño de pie a cabeza con los que los más osados se atrevían a mostrar los tobillos. Los hombres conquistaron rápido la libertad de dejar el torso desnudo aunque largas bermudas cubrían las piernas. La mujeres tuvieron que esperar mucho más, incluso para entrar al agua.   Trajes En ese itinerario de paulatinas reducciones se recuerda aquel que, siendo una malla enteriza, dejaba libre brazos y piernas aunque cubría los muslos. Fue todo un avance propio de los años locos. El problema es que era de lana y mojado pesaba más de tres kilos. Los experimentos textiles del danés Jantzen creando una tela que se podía estirar proporcionó la base material que, junto a la racionalización obligada por la guerra, llevó a achicar cada vez más los trajes de baño. Pero el cambio que partió la historia en dos fue la invención del bikini. No sólo partió la historia, también el traje.   Bikini Corría el año 1946 y el diseñador francés Louis Réard crea el famoso dos piezas que causó tanto impacto. Para la presentación en sociedad organizó un pase de modelos, pero ninguna de ellas se animaba a salir a la pasarela con tan poca tela sobre el cuerpo. No le quedó más remedio que contratar a una bailarina del Casino de París, que no tuvo mayor inconveniente en aceptar la oferta. Se llamaba Micheline Bernardini y fue ella quien bautizó a la prenda. En los preparativos, Réard comentó en voz alta que aún no sabía cómo llamarlo cuando la Bernardini contestó: “Señor Réard, su bañador va a ser más explosivo que la bomba de Bikini.   Isla No son pocos los que aún piensan que se llama bikini por el prefijo bi, que significa dos, en relación a las dos piezas que lo componen. Incluso hay diccionarios que, siguiendo un extraño juego de oposición al supuesto prefijo bi, incluyen monokini, un neologismo que vaya a saber si define a la antigua malla entera, a la tanga solitaria de un topless o al escurridizo hilo dental. Lo cierto es que el nombre Bikini remite a una pequeña isla perdida en un remoto atolón del océano Pacífico, a mitad de camino entre Hawái y el norte de Australia, pero que en esos días se había vuelto famosa por la prueba nuclear que los estadounidenses estaban a punto de realizar.   Bomba La isla había sido ocupada por los japoneses durante la guerra, quienes huyeron ante el avance norteamericano. Luego de Hiroshima y Nagasaki, el gobierno yanqui se apresuró a demostrar su superioridad nuclear eligiendo un lugar bien lejos de su propio territorio. La bomba se dejaría caer frente a aquella isla de la que poco se sabía y nada costaba desalojar a los habitantes que hacía miles de años la poblaban. Un avión dejó caer una bomba con una potencia muy superior a las que habían matado a cientos de miles de japoneses menos de un año antes. Unos soldados pintaron el rostro de Rita Hayworth en la ojiva, asociándola a la pelirroja flameante que había provocado tantas explosiones en la oscuridad de los cines mientras se sacaba un guante en Gilda. A ella, que supo protestar por ese hecho, el gesto le había dolido mucho más que el cachetazo de Glen Ford.   Marshall La isla de Bikini forma parte de las Islas Marshall. Las Islas Marshall no tuvieron ningún Plan Marshall que les inyectara divisas a costa de ser una barrera contra el avance de los comunistas, como les sucedió a algunos países de Europa occidental. Se llaman Marshall por otro Marshall, un capitán inglés que, a bordo del Scarborough, las divisó en 1788 mientras navegaba entre Australia y China. Claro que las islas ya tenían nombre y gente que las habitaba. El atolón está formado por dos cadenas de islas que corren casi paralelas. La cadena del este se llama Ratak Chain, que quiere decir “islas de donde nace el sol”, y la del oeste, Ralik Chain, “islas de donde se pone el sol”. Pero la llegada del mariscal de turno no tuvo mejor idea que denominarlas reivindicando la memoria de aquel marino inglés que había pasado cerca de allí un siglo y medio antes.   Radioactividad Entre 1946 y 1958 se explotaron allí decenas de bombas termonucleares. La más potente fue la bomba H, que ocasionó la precipitación radioactiva más severa que se conoce hasta hoy. La zona fue desalojada, pero afectó a personas, ya que su radio de expansión fue superior al predicho. Hoy se sabe que aquello fue deliberado para estudiar los efectos en seres humanos. Los bikinianos desalojados se empeñaron siempre en regresar a su isla. En 1975, los que vivían allí presentaban una dosis de plutonio muy superior a los límites admisibles. Las Islas Marshall fueron un protectorado de EEUU hasta que en 1979 fueron admitidos como nación libre, aunque los estadounidenses mantienen una base militar. En los años noventa volvieron a ser noticia, ya que el gobierno de EEUU decidió utilizar la zona como basurero de deshechos tóxicos. También han sido noticia por ser el único Estado que votaba junto a Israel y EEUU a favor de mantener el bloqueo a Cuba en las Naciones Unidas. Más de 60 años después de haber servido de polígono de pruebas nucleares, los habitantes reclaman una indemnización por los daños sufridos. Actualmente los cultivos siguen estando prohibidos para el consumo humano por la radioactividad y sólo se vive del turismo en algún período del año. Eso sí, lo más atractivo, dicen los infaltables agentes de viajes, es su entorno natural.   Memoria Uno de los feriados nacionales recuerda aquel 1º de marzo de 1954 en que fue lanzada la bomba H, el día que cambió para siempre la historia de la isla, según dicen los habitantes que aún recuerdan a las víctimas. De las demás explosiones sólo se conocen los efectos de una mínima parte. Ignoro lo que significa Bikini en el lenguaje autóctono de esa cultura milenaria, pero sin duda debe ser más poético que Marshall, aunque tal vez no tanto como la poesía de los ondulantes cuerpos femeninos que ayudó a liberar en los años 40 del siglo pasado. Quién sabe, tal vez sea una revancha del destino para reivindicar un traje de baño inventado miles de años atrás por vaya a saber quién en una pequeña isla del Pacífico, cuando los rústicos antepasados de los europeos no tenían siquiera la costumbre de bañarse, y no sólo en el mar.

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