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Hugo Burel: «Un escritor es alguien que no puede vivir sin escribir»

El autor uruguayo vivo más premiado confiesa los secretos detrás de su proceso de escritura y cómo vive cada publicación de una nueva novela. También, habla de su último libro, La misión Rockefeller, donde deja al descubierto su admiración por el cineasta Orson Welles y la necesidad de imponer la ficción a la realidad.

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Textos Daniel Alejandro

Confieso que aún no leído La misión Rockefeller y él lo sabe. Y es que para leer a un escritor como Hugo Burel -uno de mis favoritos, por cierto- quiero tomarme mi tiempo. Me imagino un fin de semana de primavera en su balneario utópico, Marazul, con el sol de media tarde pegándome en la nuca y, una vez más, devorándome este nuevo caso de Guido Santini.

Cuánto daría por que el gran Orson Welles estuviera aquí y ahora capturando este encuentro, mano a mano, entre dos señores que aman lo mismo: las letras. Han pasado 35 años desde que publicó su primer libro y nada ha cambiado, el fuego sigue intacto. La sensación de ver publicada una nueva obra es para él la de encontrar un amor a primera vista, sin importar cuántos ha habido antes ni cuántos vendrán después.

 

A la hora de escribir una novela, ¿tiene la forma de Onetti, esperar la inspiración, o más bien la de Vargas Llosa, una disciplina diaria?

Cuando escribo no parto de ninguna fórmula previa, sea la de Onetti o la de Vargas Llosa. El proceso de la escritura de ficción siempre ha sido muy misterioso para mí y entiendo que es imposible controlarlo con nada que no sea escribir lo que se nos impone desde algún lugar de nuestra interioridad. En tal sentido funciono a partir de la intuición inicial que me permite seguir esa idea que de pronto se presenta y me impulsa a indagar hasta dónde me puede llevar. Siempre tengo presente aquello que confesó William Faulkner sobre la imagen que lo llevó a escribir El sonido y la furia: las bombachas sucias de barro de una niña que estaba subida a un árbol. Dicho sea de paso, esa novela tuvo que escribirla cinco veces antes de llegar a su versión definitiva.

 

¿No existe entonces una fórmula Hugo Burel?

Solo existe la necesidad de escribir sobre algo que se te impone. La escritura siempre es para mí la manera de resolver un problema que solo escribiendo se soluciona. Lo demás son estrategias de trabajo, una cierta disciplina. Pero nunca me trazo esquemas o hago fichas. Todo está en la mente y solo se trata de ir sacando eso que te empuja a través de la suma de palabras que componen un texto. El mecanismo de la escritura es misterioso y fascinante; es como un juguete: si lo desarmás, corrés el riesgo de no poder volver a armarlo y, por tanto, no poder seguir jugando. Cierta vez a Federico Fellini un crítico le comentó tal o cual idea que surgía de una película y quiso saber más. Fellini le respondió que por favor no le explicase lo que estaba haciendo, que no quería saberlo.

 

Han pasado 35 años de la publicación de su primera novela, Matías no baja. Me imagino la sensación de aquel momento. Después de tantos años, ¿sigue sintiendo lo mismo tras publicar una nueva novela?

Creo que el momento de la publicación, ver tu libro en la librería, siempre es muy especial y emotivo. Eso me ha sucedido con todos los libros que tuve la suerte de publicar. Publicar tu primera novela es, claro, un acontecimiento para cualquier escritor. Con los años descubrí que publicar también supone un alivio, en el sentido de que algo que estuve sosteniendo con la escritura cesa, se completa y se convierte en algo de alguna manera definitivo. El libro ya no me pertenece exclusivamente, sino que lo comparto con los lectores. Es una transferencia de sentido y de esfuerzo a personas que lo realizarán cada uno de manera diferente. En ese sentido, un libro es distinto para cada lector. Publicar también es ingresar en la incertidumbre de no saber qué pasará con eso que tanto esfuerzo te demandó. Cada vez que publicás, todo eso se renueva y, en esencia, es igual a la primera vez.

 

¿Qué está leyendo en la actualidad?

En este momento estoy leyendo uruguayos éditos e inéditos porque soy uno de los jurados de narrativa del concurso del MEC. Como comprenderás, es una lectura a tiempo completo de una gran cantidad de textos que abarcan la producción de 2019 y 2020. Obviamente, no puedo comentarte nada al respecto, pero estoy sumergido en nuestra literatura contemporánea, lo cual no me deja tiempo para otros libros o autores.

 

¿Es de releer una obra?

La relectura siempre es una experiencia placentera, en el sentido de buscar en algo conocido un placer en la reiteración. La relectura también depara sorpresas porque los libros cambian en la medida que nosotros cambiamos. A veces, los libros mejoran desde que los leímos por primera vez porque nosotros somos distintos a lo que éramos. Hay otros que empeoran o no te parecen tan buenos como la primera vez que los leíste. Hay libros que releo de manera sostenida y periódica y siempre los disfruto: El largo adiós de Raymond Chandler, La invención de Morel de Bioy Casares, muchos cuentos de Borges y de Onetti, y en especial su novela Los adioses. Siempre regreso a Ricardo III de Shakespeare y a Bartleby de Melville. Es como en la música que escuchamos una y otra vez a los Beatles o a Vivaldi. De la misma manera, cada vez que visito el Museo del Prado me paso mínimo 20 minutos mirando Las Meninas de Velázquez, como si las viera por primera vez.

 

Hablemos de su última novela. ¿Cuánto tiempo le llevó terminarla?

La misión Rockefeller es una de mis novelas que más tiempo me llevó escribir y más dificultades me impuso, al punto que en algún momento me planteé abandonarla. Si bien parte de un personaje previo, el detective uruguayo Guido Santini, que llevó adelante la investigación en El caso Bonapelch, en esencia esta es una historia más compleja y en alguna medida más ambiciosa. El momento histórico: 1942, plena Segunda Guerra Mundial. El lugar, Río de Janeiro en ese año. La historia real, el proyecto de Orson Welles de filmar un documental en Río por encargo de Nelson Rockefeller, director de la Oficina de Asuntos Interamericanos del gobierno de Roosevelt y ejecutivo de la compañía cinematográfica RKO. La presencia de notorios nazis en Brasil y la posibilidad de que lleven adelante un sabotaje al documental de Welles. La extracción de uranio en el nordeste para la bomba atómica que Alemania desarrolla para ganar la guerra. Esto último es en parte ficción y en parte real. En fin, muchos niveles de relato y trama, con una lectura política sobre la realidad del momento en Brasil. Además, un joven, Vinicius de Moraes, que colabora con el trabajo de Santini, el propio Orson Welles, Jorge Guinle, dueño del hotel Copacabana Palace, que es el centro de Río para la trama. Para escribir sobre todo eso investigué mucho y al final planteo mi teoría sobre el interminable descenso de Orson Welles en su carrera por culpa de esa fallida producción en Brasil. La novela la leyó mi amigo Amir Labaki, brasileño de San Pablo y gran admirador de Welles, al punto de organizar desde hace muchos años un festival de documentales que lleva el nombre del fallido de Orson en Brasil: It´s all true, É tudo verdade. A Labaki le gustó mucho La misión Rockefeller, al punto de que se asombró de todo lo que reconstruyo de la época y que él, como brasileño, ignoraba.

 

¿Por qué esa historia? ¿Cómo surge escribirla?

La misión Rockefeller empecé a escribirla casi en coincidencia con la aparición de El caso Bonapelch, que fue en 2014. Durante su escritura leí mucho material sobre la época en relación a Brasil. La historia del fallido documental que Orson Welles fue a filmar a Río de Janeiro y después a Fortaleza hacía tiempo que me atraía, porque en ella había aspectos muy extraños referidos a la filmación y a lo que Welles renuncia para cumplir con el pedido de su gobierno, que lo convierte en un embajador de la cultura y la buena voluntad con los países del sur. En la novela consigno todo eso pero dentro de una trama de ficción que rodea los sucesos reales, como ya había hecho en El caso Bonapelch con el accidente que le cuesta la vida a José Salvo. En Río, Santini conoce a Vinicius de Moraes, un joven poeta y periodista, recién llegado de Inglaterra luego de estar becado en Oxford. Por supuesto que se integra también a la trama de ficción, al igual que Welles y el propio Rockefeller. El telón de fondo de la filmación del documental es el Río de esa época, el Copacabana Palace, espías ingleses y alemanes, nazis cariocas, el renacido romance entre Guido Santini y Miranda White, que surge en El caso Bonapelch. Si me preguntás a qué obedece la idea y toda la novela, la respuesta es simple: la necesidad de ficcionar e imponer la ficción a la realidad, contar una historia que me hizo disfrutar de su construcción pese a que sudé tinta para terminarla y que cerrase por todos lados. Amo a Orson Welles y a Vinicius, a Brasil y a Río de Janeiro, por eso quise meterme en esa mezcla de historia y ficción. Creo que poner al poeta a ayudar a mi detective es uno de los grandes placeres que me dio la escritura de esta novela. El otro es haber homenajeado a Orson e intentar una teoría sobre su inevitable caída luego de la cima que representó Citizen Kane. Mi cinefilia se sacó las ganas con esto.

 

Ahora le pido que se ponga en el lugar de periodista. De los tres personajes: Welles, Moraes o Rockefeller, ¿con quién le gustaría tener un mano a mano y de qué hablaría?

Sin dudas que Orson Welles. Cuando estuve por primera vez en París, en 1985, fui al Café de la Paix, en donde Welles solía reunirse con Jeanne Moreau. Orson hacía muy poco que había muerto, por lo cual iba a ser difícil que lo encontrara. Pero le pregunté al mozo en dónde solía sentarse cuando venía y el hombre me señaló una mesa ubicada lejos de la vidriera del café, junto a una pared. No sé si eso era verdad, pero le creí y me senté ahí donde me indicó y tomé un café a la salud y en memoria de mi admirado Orson. Creo que con esto te respondo la pregunta.

 

¿Es el último caso de Guido Santini o en el futuro tendrá más trabajo?

Nunca digas nunca. Si llegás al final de esta novela podrás comprender que queda una puerta abierta y un desafío planteado. No sé si Guido va a seguir dándome trabajo, pero siento que en esta historia ha alcanzado una madurez necesaria, tanto para él como para el autor. Creo que Santini va a seguir viviendo por ahora.

 

¿En qué caso de la historia uruguaya le gustaría que ingresara a trabajar Guido Santini?

Hay uno que ya tengo en mente, pero no puedo revelarlo. Fuera de ese, podría intervenir en el famoso caso Alberzoni, sobre el cual ya escribió Fanny Aldecosea una novela muy interesante, La muerte dibuja con sombras. Tal vez en el crimen de La ternera… Pero no, no pienso involucrarlo en esos.

 

¿Ya está trabajando en una nueva novela? De ser así, aunque dudo lo revele, ¿puede adelantarnos de qué se trata?

Por empezar tengo dos novelas inéditas hace tiempo terminadas. Siempre estoy escribiendo y, por lo general, no adelanto nada de lo que hago hasta no terminarlo y que me aprueben su publicación. Un escritor no es solo alguien que simplemente escribe libros, es alguien que no puede vivir sin escribir, que es muy diferente, y eso incluye todo lo que abarca la escritura. Escribir sobre lo que sea sin estar calculando si eso va a editarse o no.  El título de aquel libro de Jorge Semprún, La escritura o la vida, yo lo tomo prestado y digo “la escritura es la vida”.

 

Biografía
Nació en Montevideo en 1951. Es licenciado en Letras, escritor, periodista, publicista y diseñador gráfico. Ha publicado más de 20 libros de narrativa entre cuentos y novelas, algunos merecedores de grandes reconocimientos, como El caso Bonapelch, Libro de Oro en 2014 con más de 8.000 ejemplares vendidos.

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