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Elaboración, tráfico y consumo de predisposiciones

Industria del odio en Argentina

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Por Martín Adorno

Dentro de un móvil de TV, un cronista involuntario, que trabaja de cronista, registra una escena de violencia verbal y física fuertemente intimidatoria. En las imágenes capturadas por su celular, la pulsión de linchamiento simbólico para reducir al “otro” a una expresión semejante a la de su exterminio, se manifiesta con fuertes golpes sobre el vehículo, gritos con inentendibles proferencias prosaicas, empujones fogoneados por enigmáticas indignaciones, y cacerolas díscolas que otorgan impunidad al portador en la masificación concomitante.

“Ahora van a empezar a tener miedo hijos de puta”, aseguraba ya sin cuerdas vocales y con la protección de sentirse un sujeto inimputable -e inmune al Covid-, acaso porque la pequeña multitud escandalosa lo cobijaba, uno que metía la cabeza por la ventanilla.

Si se estuviera viendo una película de un extraño y remoto país, quizás no sería tan necesario esforzarse por entender qué dicen los manifestantes, pues con las venas saliéndose de cada cuello y la cantidad de saliva expelida con cada letra P o F, habrían suficientes ínfulas adversas para desistir de ello. Pero esto sucede en Buenos Aires, a metros del Río de La Plata, y se vuelve sumamente necesario tratar de comprender qué ocurre.

La furia desmedida circula de manera helicoidal y centrípeta, como si se tratara de un gigantesco remolino de agua que todo lo engulle. Ese vertiginoso embudo de paquetes semisignificantes se figura a la vez como un conjunto de protestas y juramentos inconducentes y poco corpulentos; se funden allí, más que otras cosas, catarsis de clase con anhelos de ser comprendidas más que entendidas; tal vez porque su poseedor intuye que la comprensión tiene que ver más con una actitud que con el resultado de un razonamiento. Y porque después de todo, es difícil ser tan necio -no imposible- como para creerse dueño de una única verdad, visceral y absoluta. Y esto deslegitima o quita potencial a los posibles reclamos más válidos, como aquellos de quienes la están pasando profundamente mal; aquellos que, si no venden un par de medias, quizá no tengan para comer, y son miles y miles. Aun así, el Covid, mucha gente amontonada, mucha sin barbijos y la violencia, formaban un combo nada agradable.

Del otro lado del teléfono nos atiende Lautaro Maislín, colega y compañero que fue protagonista de aquella agresión. Acusando horas sin dormir, pero estableciendo igual la comunicación, Lautaro ladea de entrada el debate acerca de si vale la pena ir o no ir a cubrir esas movilizaciones, pues reconoce que no es él el descaminado, sino quienes eligieron hacer lo que hicieron con él, con el móvil de C5N y con otros colegas; agredirlos impune y cobardemente.

“Mi instinto fue agarrar el celular y registrar lo que estaba sucediendo”, decía Lautaro. Y ese material recorrió decenas de canales y redes, generando distintas reacciones, pero mayoritariamente -por suerte- repudio.

Ezequiel Guazzora, otro colega, debió recorrer varias cuadras siendo hostigado, en medio de una pobre muchedumbre enardecida que le propinaba insultos de toda clase y buscaba acorralarlo para golpearlo, hasta que pudo cobijarse -parcialmente- en un negocio.

“Unos días antes, la manifestación antipandemia resultó en una marcha de los barbijos contra el comunismo”, recuerda Lautaro, pero también notó una progresión regresiva respecto de aquellas primeras expresiones, no solo en que eran menos cantidad de personas y que mezclaban el “derecho a enfermarse y contagiar a que quisieran”, con la defensa de Vicentin (una megafirma cerealera multievasora, contrabandista y estafadora que fuera la principal aportante de campaña del partido de Mauricio Macri, y que nueve días después de recibir la última cuota por un préstamo a sola firma de 350 millones de dólares, presentara quiebra. Pero, además, esa última cuota fue otorgada cuando ya Macri había perdido y faltaba muy poco para abandonar el poder).

Recuerda Lautaro: “En aquellas primeras congregaciones, más minoritarias en la 9 de Julio, no se veía tanto de amarillo (PRO); parecía haber gente más marginal o fuera de época, como nazis o antisemitas, o seguidores de ‘libertarios’ mediáticos. En cambio ahora hubo mucha gente que mostraba su sintonía con lo que estuvieron expresando los referentes del PRO, Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Miguel Ángel Pichetto o Fernando Iglesias -que, de hecho, estaba allí- y esto se veía reflejado en las banderas y el discurso de los manifestantes. Pero además se evidencia también que el PRO metió la cola, en el hecho de que la misma Patricia Bullrich, días antes, incitaba a la gente a manifestarse así, grabando un video desde su balcón, y propiciando un caldo de cultivo de descontentos; tirando la piedra y escondiendo la mano. Por eso me parece válido haber podido exponer lo violento de ese sector de la oposición que termina quedando a la luz.

Tal vez sin esos registros, las tapas de Clarín y La Nación hubiesen sido: “Pacífica marcha contra Alberto Fernández por una cuarentena inteligente”.

Su compañera de piso, Luli Trujillo, estableció al aire, irónicamente, un paralelismo con un “jodete por usar la pollerita cortita”, dado lo injustificable de las acciones.

 

Coincidencias que perfilan y configuran momentos propicios para manifestar

Fiel a un estilo sin escrúpulos, y lejos de hacerse cargo de la paliza recibida por Cristina y Alberto Fernández meses atrás -paliza no tanto por los números 49/40, sino más por las asimetrías entre los aparatos y la tipología de poder que apoyaba a cada espacio-, o de haber dejado la peor deuda de la historia, que en un contexto de pandemia inusitado empeora cualquier pronóstico, y en medio de decenas causas e investigaciones en su contra por toda clase de irregularidades cuando no delitos, el perdedor Mauricio Macri osó salir a provocar en algunas de sus pocas apariciones: “El populismo es peor que el coronavirus”, dijo, en lo que se puede interpretar como una expresión que incita a acrecentar el descontento que ya de por sí acarrea una parte de la población con las medidas adoptadas por el gobierno para combatir la pandemia. En la misma sintonía, van los otros tres referentes que lo acompañan en el desvencijado derrotero de la alianza Cambiemos.

Pero lo curioso es que se presenta una sugerente casualidad en los momentos en que se manifiestan los seguidores de las ignotas virtudes de aquel particular líder. Dicha casualidad, o causalidad, reside en que estas marchas de “hartazgo” por parte de ciertos sectores coincide con el momento en que se descubren los hilos del lawfare o las escuchas ilegales que en Argentina persiguieron enfermizamente a CFK, y un sinnúmero de elementos de la investigación complican directa y definitivamente a Macri y a sus adláteres, pues todos los caminos de la investigación conducen a él. De hecho, Susana Martinengo, excoordinadora de Documentación Presidencial, se encuentra detenida con flagrantes pruebas en su contra y todo indica que es la punta del ovillo.

Pero además, poco a poco comienzan a salir a la luz también connivencias con medios o personajes mediáticos sumamente tóxicos y dañinos para cualquier democracia que operaban con las Agencia Federal de Inteligencia (AFI); “irregularidades” en concesiones de peajes; en sistemas de producción de energía eólica; en créditos multimillonarios en dólares y a sola firma a aportantes de campaña como Vicentin, desde bancos públicos; en fugas hiperbólicas al exterior o a paraísos fiscales de dólares que fueron obtenidos mediante la deuda del Estado; decenas de funcionarios macristas, y él mismo, con cientos de cuevas offshore… El camino hacia adelante, para Macri y los suyos, se ve oscuro como, el de atrás.

En síntesis, la orquestación de descontentos relativamente masivos, horadando el humor social, desde las penumbras las redes y sus trolls, o las paráfrasis y repeticiones instaladoras de los medios hegemónicos no cesan de acompañar a Macri en la cobertura de sus perfidias. Cuanto más complicado se lo ve, más movilizaciones y descontento social se produce, casualmente. Pero, en última instancia, no sería la primera vez que Macri o el macrismo aprovecharan una coyuntura de tragedia para su rédito político.

Consultado sobre estas concomitancias, Lautaro Maislín dice: “Es posible que ese sector de la oposición esté sintiendo una especie de asfixia e intente patear el tablero por una suerte de ansiedad. Se muestran algo desesperados e intentan por todos los medios disimular lo que parece. No sé si una ruptura, pero por lo menos un crack, con Patricia Bullrich enfrentada al sector dialoguista de Cambiemos. El tiempo determinará qué ocurrirá, pero mi deseo, más desde ciudadano que desde periodista, es que estas expresiones no conduzcan a expresiones o fenómenos como el que ocurre con Jair Bolsonaro en Brasil”.

“A muchos de quienes estamos transitando este contexto de cuarentena inevitable nos cuesta pensar el pospandemia, la fase 5, o la nueva normalidad. Pero se ve claramente, en lo inmediato, un intento de aprovechamiento político por parte de los generadores de la crisis económica previa. Creo que estas expresiones violentas están siendo fogoneadas por estos sectores, ya que se valen de los odiadores seriales para seguir erosionando a Alberto Fernández, sin dudas, no se ve un panorama fácil”.

 

Malversación de información y generación de odiadores como práctica social

Daniel Feierstein, es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, ha estudiado y escrito bastante sobre diversas formas de administración de odio en Argentina y Latinoamérica. Es experto independiente por las Naciones Unidas para la elaboración de las Bases de un Plan Nacional de Derechos Humanos argentino.

Analizando las nuevas formas de reconfiguración y resurgimiento de lo que llama “el enano fascista”, Feierstein encuentra un punto clave en la genealogía y revivificación del mismo a partir del advenimiento del grupo periodístico Haddad, a principios de los 2000. “El periodismo presenta un punto de quiebre a partir de entonces, pues gana espacio el insulto, la expresión soez, la ironía estigmatizadora. Surgen de allí Baby Etchecopar, Eduardo Feinman, Antonio Laje y van a incursionar en un modo de hacer periodismo que le otorga un lugar muy importante a la manipulación del odio. Poco a poco, esto va a permear a espacios periodísticos que venían de otras tradiciones. Se evidencia una degradación del profesionalismo y de cierto tono periodístico que van constituyendo usinas de construcción de odio, y quizás una de sus figuras emblemática es la de Baby Etchecopar”.

“Ese enano fascista no es eterno; se construye, se alimenta y se hace crecer recurrentemente”.

“Allá por el año 2000, el grupo Haddad sacó, en la revista La primera De La Semana, un número dedicado a ‘La invasión Silenciosa’, que suponía la proyección y estigmatización de la población de países limítrofes producto de la crisis económica, que para el caso argentino era una novedad, porque por primera vez tenía lugar en un medio con llegada masiva”.

Clarín se suma a ese modo de ejercer el periodismo con la crisis de 2008. Pero tanto Clarín como La Nación mantenían hasta entonces un modo más profesional; no era frecuente encontrar expresiones muy desbocadas, aun defendiendo los intereses de grupos concentrados.

 

“Poco a poco, el tono periodístico se termina forjando en un modo de presión”

En relación al lugar que han ocupado estos medios para promover las manifestaciones de las últimas semanas, que postergan a un tercer o cuarto lugar el grado de peligrosidad de la pandemia, Feierstein sostiene: “El nivel de ferocidad de las clases dominantes argentinas no reparan ni dan tregua ante nada, aun cuando implique una pandemia que los afecta también. Eso es lo más llamativo”.

“Sin embargo, también ha generado una fractura en ellos. Durán Barba (exjefe de campaña del partido) ha hecho un enorme trabajo en la construcción del macrismo, pero la derecha articula la represión en clave de movilización social y tiene su mayor expresión en Patricia Bullrich y se robustece con la incorporación de Pichetto, intentando recomponer el discurso fascista, con actitudes que plantean lógicas conspirativas”.

“Es un surgimiento incipiente pero peligroso porque lo van inventando, a veces fracasan, pero a veces conectan con el humor social, y han logrado formas de movilización. Tuvimos procesos genocidas, dictaduras, procesos represivos pero muy rara vez tuvimos movilizaciones en un sentido reaccionario”.

 

¿Quiénes ostentan la potestad del odio?

En una nota en La Nación del día 10 de julio, el actor Oscar Martínez asegura: “Me parece que la revolución en Argentina sería cumplir a rajatabla la Constitución y el Código Penal, porque entonces así muchos políticos, inclusive algunos funcionarios que están actualmente en el poder acusados por hechos severos de corrupción, y muchísimos jueces penales fácilmente sobornables y que actúan en función del poder político, y decenas de sindicalistas multimillonarios, estarían presos”

Tomando esa reflexión, Daniel Rosso, sociólogo y periodista, exsubsecretario de Medios de la Nación y secretario de Comunicación de la Ciudad de Buenos Aires, describe cómo algunos medios y periodistas ven a CFK interviniendo en algunas esferas que ellos consideran autónomas, como la justicia, o el periodismo. “Ellos sobreinstalan corrupción e ilegalidad a cada paso; incluso llegó a ser el elemento central de un reality de pastelería (Bake off). Es decir, ese sector está resentido con una democracia que volvió a poner en el poder a quienes, para ellos, deberían estar presos. Y esto parte de la concepción de democracia diferente a la nuestra”.

“Para nosotros la democracia es la suma de todas las partes. Para ellos, la democracia es la suma de todas las partes, menos una, que debería estar presa y está en el poder”.

Allí se encuentra buena parte de la producción del odio, y el “periodismo libre” se considera el último reducto de contención de aquella república, como en otros momentos fue el ejército, el campo”, concluye.

 

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