Por Ricardo Pose
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Según las definiciones académicas de la lengua española, responsabilidad es el cumplimiento de las obligaciones, o el cuidado al tomar decisiones o realizar algo. La responsabilidad es también el hecho de ser responsable de alguien o de algo. Responsabilidad se utiliza también para referirse a la obligación de responder ante un hecho. Procede del latín responsum, del verbo respondere, que a su vez se forma con el prefijo re, que alude a la idea de repetición, de volver atrás, y el verbo spondere, que significa «prometer», «obligarse» o «comprometerse».
En materia de política, la fiscalización global se remite a la gestión institucional como la responsabilidad, y al gestor como el responsable. Y está muy bien que así sea; en un sistema donde se asigna por delegación y/o representación, como resultado de sufragios universales, las responsabilidades, los designados están obligados y prometieron comprometerse.
Ahora bien, ¿toda la vida de una sociedad, de esa suma de individualidades que pueden funcionar o no como una colmena, cuando sufre fenómenos que atentan contra la buena salud de la misma es solo problema de la gestión? ¿Dónde empieza y termina el compromiso, las obligaciones, de los que delegaron, los que eligieron, los representados, los Fuente Ovejuna?
Hemos insistido sobre la idea, y ha sido un reclamo de alguna gente, que los dirigentes políticos toman contacto con sus votantes solo en las campañas electorales; esta por cierto es una práctica política compleja en el desarrollo de una democracia, tanto como que los demandantes no pasen de la queja.
Pesa en el imaginario de la gente, y creo cada vez con más fuerza lamentablemente, el delegar no ya funciones, sino sobre todo responsabilidades.
En términos políticos, el votante posee el arma de castigar no reeligiendo, no volviendo a votar a quien considera que lo defraudó en la representación, en la responsabilidad delegada; forma parte del juego democrático en nuestra sociedad, pero ¿solo delegamos cuando elegimos?
¿Acaso cada día de nuestras vidas no delegamos en la gestión de los organismos asuntos que tienen que ver con nuestra cotidianeidad?
Pongo dos ejemplos cotidianos.
El más cotidiano es el descarte de los residuos; en términos absolutos tiramos a la basura nuestros desperdicios para que otros se hagan cargo; algunos parecen no percibir que si no está bien resuelto el sistema y gestión de recolección de la basura, puedo afectar la salud de los demás, entendiendo por los demás a nuestros vecinos.
Actúan como diciendo: si Adeom y el intendente se agarran a cascarazos, es problema de ellos; yo saco la basura de mi domicilio y cuando se arreglen ya la levantarán. Actitud nada solidaria y poniendo nuestra responsabilidad individual a cubierto en esa malentendida Fuente Ovejuna.
Otro ejemplo tiene que ver con nuestra actitud con la violencia doméstica y la seguridad publica: el “no te metas” ha calado hondo y alivia cierto remordimiento con la proyección de las responsabilidades individuales a la gestión.
Soy consciente de que no se puede pedir la misma cuota de arrojo, coraje y manejo de herramientas de autodefensa a todos los individuos, pero sin lugar a dudas parece una actitud de total cobardía trasladar a la efectividad de un 911 el no actuar en consecuencia para proteger la integridad física o material de mis semejantes.
Y no se trata de sustituir o generar alternativas a las fuerzas que el Estado ha designado para ello; se trata de la sensibilidad ante un hecho que se presenta ante nuestros ojos.
El origen del mal
El Frente Amplio arribó por primera vez al gobierno nacional en 2005. Han de ser esos cinco años de iniciado el nuevo siglo los que justifican que todo lo que pasa en este país, o deja de pasar, es obra de la gestión del Frente Amplio; y no es repetir la cantinela de la herencia maldita, pero los partidos de oposición opinan sobre la gestión del actual gobierno como si no hubiera existido el siglo XX, como si los primeros cuatro años del actual siglo el país no hubiera sido llevado a la bancarrota por las políticas neoliberales.
Sí, señor/es blancos y colorados, los últimos cuarenta años del siglo veinte y los primeros cuatro del veintiuno han sido un desastre. Han sido una fábrica permanente de exclusión, no solo en esos cuarenta años, porque vuestra materia prima han sido sus pueblos de ratas y cantegriles, pero luego de la guerra de Corea han profundizado la concentración del poder político y económico y abrieron la brecha social como nunca antes.
¿Qué otro individuo pensaban iba a surgir de ese otro Uruguay excluido, reprimido, violentado, dejado a su suerte?
Al decir de la Catalina, fue el plan perfecto de aniquilación que les salió mal.
Golpean a tu puerta
Como desoyendo el llamado de una visita inoportuna, escudándose en el esgrima político del debate sobre seguridad, los dirigentes de la oposición no han colaborado, en una actitud que podría ser catalogada de responsabilidad con el país y su gente, en hacer caso a las luces amarillas.
Se pasa factura política sobre el número de homicidios cuando el énfasis debería ser los motivos de los mismos. Tal vez, responda a la lógica que el ajuste de cuentas saneara en el tiempo al país de los delincuentes; una brutal e irresponsable concepción de que se maten entre ellos.
Las cifras publicadas este mes por el Observatorio de Criminalidad del Ministerio del Interior brindaron el número en aumento de homicidios y rapiñas; el primero, por mayores ajustes de cuentas entre delincuentes, y el segundo como producto de salir a hacerse botines para financiamiento de las distintas bandas.
Hoy parece obvio tener que decirlo, pero el Observatorio dio las cifras reales, eso que nos resulta tan lógico pero que se debió combatir durante años contra quienes manejaban la difusión de los datos.
Esos ajustes de cuentas, esas rapiñas, son los llamados a la puerta de ese Uruguay, de ese perro rabioso al que durante años han seguido alimentando hasta que rompió la cadena.
Antichorros
Guillermo Stirling, en formato cinematográfico, salió un día a patrullar 18 de Julio como forma de demostrar su compromiso de combate a la delincuencia; a pie, por 18 de Julio. En otra producción cinematográfica, Lissidini se puso al frente de algunos grupos operativos en su combate al contrabando, conocido como Contrabando 0.
Acompañado por los medios de comunicación, el sociólogo Gustavo Leal se puso al frente de un operativo de desalojo de viviendas usurpadas y recibió el asedio de alguna gente que estaba siendo desocupada.
En los montajes de Stirling y Lissidini faltó el factor de los nuevos tiempos: la reivindicación, frente a los medios de comunicación, para todos los que lo quieran saber, de la cultura del chorro, el chorro como oficio, profesión y modo de vida, con sus propios códigos y valores, tan lejos del chorro del tango de Gardel o del ladrón de los tangos de Cedrón.
Cultura que llegó para quedarse; en dictadura, con los milicos, al decir de muchos, Uruguay no era más seguro, simplemente no había emergido el Uruguay chorro, territorios operando como zonas liberadas administradas por la delincuencia.
Entonces aquí es donde vuelve Fuente Ovejuna para interpelar su condición de colmena, de volver a hacer la de todos, de salir a vichar a mis hijos y los hijos de los vecinos jugando en la cuadra, la casa del vecino que salió de tablado o vacaciones, la gente que llega de madrugada y se baja en una parada desierta, las ancianas que salen de cobrar sus pensiones.
¿Para cuándo conducir volverá a implicar trasladarse y no convertirse en un arma, para cuándo lo sagrado del hogar del otro será reflejo de la no violencia y el abuso, cuándo llegaremos a dormir con la buena acción del día?
Mientras, el otro Uruguay está ahí, un Uruguay sin Estado, no en la concepción anarquista sino en la del narcotráfico, el proxeneta, el gambuza.
Y es cierto, resulta incómodo, molesto, aflige el día. Pero hay una parte que es nuestra, de los fuenteovejunas finalmente; como en una interpelación legislativa podríamos preguntarnos: ¿sabés cada cuántos habitantes tenemos un médico, una policlínica, un juez, un policía, un bombero, un recolector municipal, un maestro, un profesor, una escuela, un delincuente?