Por Ricardo Pose
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Cuando el actuario del Juzgado Penal de turno estaba muy atorado con atender las comunicaciones policiales, el Fito se sumaba a atender alguna llamada. Hombre perteneciente a la generación de magistrados que ejercieron su oficio antes del golpe de Estado y juez de Instrucción del Ministerio de Justicia de la dictadura, siempre preguntaba si el detenido venía “ablandado”. Nunca pudimos confirmar que mandara “ablandarlo”, pero ya teníamos el reflejo, antes de investigar el posible delito por el cual fue detenido, de los métodos utilizados para la declaración del inculpado.
Estamos en el Uruguay de la democradura, años 1987-1989, en el lenguaje del general Feola, años de impunidad, de uso excesivo de la fuerza policial, de cientos de detenidos que empezaban a autoinfligirse golpes desde que subían al patrullero, pasaban por el calabozo e iban a parar al juzgado.
Había delincuentes, claro, pero en el código y relato amable de quienes eran víctimas del apremio físico, había una legión democráticamente ablandada de jóvenes, pobres, claro, de travestis, yiras, hurgadores, agitadores sociales, pegatineros, en definitiva, y en el lenguaje llano del procedimiento policial, pichis.
El argumento es que no se había logrado desterrar de la conducción policial, en aquellos años, los decretos dictatoriales de la dictadura, como si el tema fuera un problema administrativo.
Lo que prevalecía no era la herencia del autoritarismo solamente, sino una reverdecida cultura de la Impunidad.
El Petiso Larrosa
Mermot, quien fue intendente interventor de Rivera durante la dictadura y comandante en jefe del Ejército durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle, reconoció que “hubo excesos y apremios físicos” en los años de dictadura militar, pero aseguró que no le consta que se hayan cometido torturas.
“Evidentemente hubo excesos, pero me consta en lo personal de jamás haber estado en una sesión de tortura. No confundir tortura con apremio físico. Se puede dejar a una persona detenida un tiempo prudencial hasta que se canse y pueda hablar, pero eso es apremio físico”, sostuvo como relato para la posteridad castrense.
Lo de Feola no es nuevo.
“El término apremio tiene muchas acepciones, algunas de ellas vinculadas al sector legal y del derecho. A continuación, pasaremos a explicar cada una de ellas, teniendo en cuenta lo expuesto en el diccionario de la RAE.
En primer lugar, el concepto se refiere a la acción y efecto de apremiar; dicho verbo es sinónimo de apretar, oprimir u obligar a alguien teniendo sobre él algún tipo de autoridad. Puede servir para obligar a alguien a que se dé prisa con una cierta cosa.
Tomemos los dos conceptos, el manejado por Mermot y el utilizado convencionalmente hasta por el pequeño diccionario Larousse; en las sedes policiales de los gobiernos de Sanguinetti y Lacalle, no había tiempo legal, 24 horas de detención, para esperar que se ablandara, esto es que se canse y pueda hablar; ante la posibilidad de recibir un habeas corpus, hemos podido comprobar, médico forense mediante, las contusiones, heridas cortantes, hemorragias internas en alguno de los detenidos que llegaban al juzgado, ablandados antes de que se vencieran los plazos legales de su calidad de detenido e incomunicado.
Muchos presos políticos han denunciado los famosos plantones, esos “apremiecitos” físicos de la jerga castrense, donde el detenido debía pasar horas parado de piernas separadas, con la cara hacia una pared y los brazos en cruz. Denunciaban también que si su resistencia lograba batallar al cansancio y ablandamiento, siempre había un oficial atento a recordarlo, pegando algún golpe en los riñones, algún cachiporrazo en las piernas o brazos, o alguno, loco de creativo, que obligaba a sostener ladrillos. Al cansancio había que ayudarlo y para no ser testigos de contemplar una realidad tan dura, eran encapuchados, ese detallecito que omitió Mermot.
“Exceso (Del lat. excessus, salida.)
- s. m. Parte que sobra en algo, sobrepasa una regla o medida prefijada o se sale de los límites de lo normal o de lo lícito (este hombre tiene exceso de colesterol). Sobra, sobrante.
- Acción en que se pasa un determinado límite, ya sea establecido por la ley, por el sentido común o por la moral reinante (las mujeres denunciaron los excesos de los invasores). Abuso.
- Proporción en que una cosa excede o sobrepasa a otra (el exceso de exportación sobre la importación potencia la economía del país). Excedente.
- Exceso de equipaje. Peso con que un equipaje sobrepasa el número de kilos que cada viajero puede transportar gratuitamente.
- En exceso. Loc. adv. De manera excesiva, superior a lo necesario o conveniente.
En el diccionario del barrio, cuando el glorioso Huracán del Paso de la Arena le ganó a Salus por 6 a 0, fue un exceso, y cuando el ruso se trenzó a las piñas por un penal no cobrado, también.
El supuesto exceso sistemático, cotidiano de las fuerzas de seguridad en todo el tercer mundo, antes, durante y después de la dictadura militar, poco tiene que ver con una conducta excesiva.
Parece claro, de sentido común, diferenciar el exceso de un barrabrava en una cancha de fútbol, incluso de alguien bajo los efectos de la droga o el alcohol, de las torturas aplicadas en forma sistemática y, elemento fundamental, organizadas.
No hubo errores, no hubo excesos
Ofende la inteligencia que aún hoy alguien pretenda convencer de que en un arrebato de carácter, algunos oficiales aplicaran corriente eléctrica a los detenidos, que alguien enceguecido por la ira tuviera justo a mano una batería y la aplicara en aquellas zonas donde podía producir más dolor, que de pura casualidad tuviera un tanque lleno de agua y excrementos y tomando la precaución de que no se le fuera a caer dentro del tanque, lo ataba cariñosamente a una tabla, de que en un desenfrenado ataque de lujuria violaran a decenas de mujeres y hombres.
Que quizás le llamen exceso y error al no haberse fijado los antecedentes de salud de personas mayores que golpeaban atados en una silla, luego de un tratamiento de submarinos y picanazos, y que finalmente se les muriera.
Fondearlos en el río, enterrarlos luego de poner cal viva en su cuerpo tampoco parece ser lo que Mermot y Feola definen como tiempo prudencial.
La tortura sistemática, el terrorismo de estado, el amplio espectro de la aplicación del terror, si tuvo excesos y errores, en todo caso, no fueron involuntarios, que es el fundamento de los mismos.
Los parientes y amigos delatores, los que vendían información, los voluntarios y convencidos paramilitares, los que se escudan en la obediencia debida, los profesionales médicos que amparaban la aplicación de las torturas, los psicólogos y psiquiatras que diagnosticaban enfermedades mentales por la ideología que sostenían contra derrotas y torturas los detenidos, los abogados venales, los escribanos que colaboraban en legalizar el robo de bienes de los secuestrados, todos pertenecen a la misma cultura.
Si la cultura del terror, de la impunidad, es la foto de los 70, los viejos generales del Ejército y varios docentes militares parecen no haberse aggiornado.
En realidad, fíjense, el hilo conductor, el nexo común de la doctrina de la seguridad nacional, los conflictos de baja intensidad, las guerras de cuarta generación, son sostener conceptualmente la posibilidad del exceso y el error.
Pero también es la cultura de quienes aún necesitan su brazo fiel y armado para la defensa de sus intereses económicos. Los empresarios y pertenecientes a las clases pudientes de Uruguay que se representan a sí mismos en el Senado son honestos de una brutal honestidad cuando plantean que el problema para ellos no es la actuación de los tribunales de honor, porque justamente saben que en la defensa de su peculio se puede llegar a perder el honor.