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Sociedad

GUSTAVO ZIDAN

La demonización de la cultura

El gestor cultural y productor de artes escénicas Gustavo Zidan considera que la cultura «se las va a arreglar» para salir adelante porque «hasta en tiempos de guerra» ha sabido ingeniárselas para sobrevivir. Habló de los nuevos escenarios políticos, el posible «ensañamiento» y «revanchismo» hacia la cultura y dijo que ideológicamente «la derecha tiene más claro que la propia izquierda lo que pesa la cultura en nuestra sociedad».

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Textos: Alfredo Percovich

Producción: Viviana Rumbo

En una devastada Sarajevo, entre escombros, hierros retorcidos y restos de una ciudad bajo furia de guerra, un elenco compuesto por sobrevivientes de la muerte, actores y actrices con piernas y brazos amputados, cumplió con su ritual de ensayar y luego estrenar una obra que dejaba claro que, aun en las peores situaciones, el teatro, el arte y la cultura son capaces de soñar futuro. Ese ejemplo es el que Gustavo Zidan elige para explicar por qué hay que seguir creyendo en la utopía. Aquí en Uruguay la pandemia arrasó con miles de puestos de trabajo e impactó de lleno en el sector cultural. Para el productor, gestor y director de la Sala Verdi, hay que pensar la cultura desde una perspectiva más amplia que la coyuntura actual y atreverse a ser críticos más allá del lugar circunstancial que cada quién ocupe. Zidan aprendió a compartir su tiempo entre festivales, clases magistrales, telones, riders, bastidores, cuerdas, pianos y sueños, con fideos, arroz, carne, galletas, leche y todo lo que se pueda juntar para alimentar a quienes llegan desde hace 39 semanas a la Olla Plaza Terminal Goes en busca de un plato de comida. «Con hambre no se puede pensar, ni siquiera vivir», sostiene.

 

¿La cultura está en el CTI?

La cultura siempre está en crisis, eso es real, es casi imposible disociar a la cultura del concepto de crisis. Pero para saber si está en el CTI creo que todavía nos falta un poco de perspectiva. Se está pasando por un momento complejísimo pero creo que la situación actual es el resultado de algo que se viene dando desde hace un tiempo. Por supuesto que la pandemia agravó eso, lo radicalizó, pero creo que desde hace un tiempo el sector cultural viene evidenciando muchas debilidades, principalmente en cuanto la sustentabilidad de la gente que hace el movimiento artístico y cultural. Como en otras áreas, la pandemia lo que hizo fue acelerar procesos que se venían evidenciando. Lógicamente a un sector debilitado si lo agarra un virus lo puede liquidar. Pero no creo que vaya a suceder eso. La música, el teatro, la poesía, el cine, no van a dejar de existir y nos la vamos a arreglar como sea. El teatro ha existido más allá de las guerras, las pandemias, de cualquier tipo de crisis. Creo que sí estamos en un momento complejo pero es una situación que no es diferente a la que pueden estar padeciendo otros sectores de la sociedad.

 

Sobre la demora en abrir las salas, los aforos tan acotados y una serie de particularidades, se habló de cierto revanchismo o ensañamiento con la cultura. ¿Qué crees? 

Puede ser que haya de algo de eso, porque además la pandemia llega con un nuevo gobierno que ideológicamente está en la vereda de enfrente al que teníamos y eso tal vez genera esa sensación. Gran parte del sector cultural ha estado identificado con la izquierda -eso es histórico- y si bien no es exclusivo, es una realidad que no se puede negar, por lo tanto, posible que haya habido algo de eso. También creo que tiene que ver con la valoración que –en ocasiones- se tiene desde la clase gobernante sobre el sector y no se lo toma en cuenta como una variable que aporta al PBI. Ahora nos sorprendemos con que al no tener carnaval unas 40 mil personas se quedaron sin trabajo. En carnaval trabajan miles de personas y eso tiene una incidencia muy fuerte en la economía. Lo que sucede es que los trabajadores de la cultura están muy asociados a vínculos laborales informales. En el caso de la Intendencia de Montevideo, desde que existe la ley del artista todas las contrataciones son bajo la normativa y eso garantiza aportes a la seguridad social. Y se realizan todos los aportes. Eso supone una erogación mayor de dinero pero es justo y es lo que corresponde. Creo que tiene que ver con que no siempre los gobernantes logran visualizar que los artistas y el movimiento artístico, estén formalizados o no, tienen un peso real en la sociedad e inciden en la economía. Y por supuesto, ni hablar del valor intangible, eso que es como el «alimento del alma» como decía Fernando Pereira en Pecados capitales [de Marianella Morena].

 

Entonces, ¿hubo cierto revanchismo del gobierno con la cultura?

El movimiento cultural ha sido acusado hasta el hartazgo por parte de la derecha de ser gramscianos. Gramsci ha tenido un protagonismo brutal en este tiempo. Se ha intentado etiquetar, generar como especie de bandos, de polarizar posturas. Creo que a nivel ideológico el movimiento cultural es mucho más flexible, más amplio, más heterogéneo que decir que estamos todos encuadrados atrás de Gramsci. Eso me parece demasiado simplista, pero fue lo que se ha ido instalando. Creo que la derecha ha apostado por dar batalla en el terreno de lo cultural. Es más, tal vez ideológicamente la derecha tiene más claro lo que pesa la cultura en nuestra sociedad que la propia izquierda, a pesar que dentro de la izquierda es imposible obviar la presencia de los intelectuales, los artistas, eso históricamente ha sido así.

 

Lo que sucedió con los protocolos del teatro fue grotesco, ¿no?

Los protocolos llegaron a ser ridículos y por momentos también han sido ridículas las medidas que se han tomado en relación a la apertura o cierre de los teatros. Fuimos disciplinados, extremadamente cuidadosos en la aplicación de los protocolos. En ocasiones, tuvimos que adoptar alguna postura antipática para mantener los protocolos y explicar que queríamos cuidar la salud del público, de los técnicos, de los trabajadores y las trabajadoras y cuidar el trabajo. Cuidar la fuente laboral. Sabíamos que a la mínima situación que se generara inmediatamente nos iban a cerrar. Como sector ya lo hemos dicho, fuimos los primeros en cerrar y los últimos en abrir. Incluso a diferencia de otros lugares en el mundo, no tuvimos fases; nosotros nos trancamos en el 30% y así quedamos. No se llegó nunca al 50% del aforo que fue un pedido de todos. En el mundo marcaron fases y por ejemplo, en España el aforo actualmente está en el 75%. Las salas son lugares donde se puede controlar la trazabilidad, la desinfección y limpieza, tenemos muchas cosas a favor. Incluso en algunos casos hasta la superficie y amplitud. En general, los teatros son espacios mucho más seguros que otros, como los shoppings, y vuelvo a conceptos de Fernando Pereira en Pecados capitales, no se trata de  contraponer un ámbito contra otro y obviamente no pretendo que cierren un shopping. Se trata de que todos podamos trabajar.

 

¿Hubo gente de teatro que pasó hambre en esta pandemia?

No puedo afirmarlo ni descartarlo, porque hubo muchas respuestas solidarias, mucha empatía por parte de muchos compañeros del sector de tratar de ayudar a los que estaban en situación más vulnerable. Pero no tengo dudas de que hay muchos compañeros que la pasaron mal y pasarlo mal puede implicar tener afectada la alimentación. Ese es uno de los lugares donde se siente el impacto. El sector ha tratado de responder, estar atentos, creo que se ha tenido mucho cuidado de que eso de pasar hambre no sucediera y tratar de ayudar. Sin duda no es lo mismo la situación de quienes estamos en el sector público que aquellos que están en el sector independiente. Seguramente en el sector independiente hubo gente que no pudo hacerse cargo de las cosas básicas como la luz, el agua, el teléfono y el alquiler.

 

¿Qué enseñanzas deja esta pandemia en el sector?

Hay algo que para mí es muy fuerte y es que quedó evidenciado que en donde estamos más débiles no es en materia de infraestructura, sino en las personas, los trabajadores y las trabajadoras. En todo este proceso de 15 años de era progresista he estado en diferentes lugares en el sector público: en la Comedia Nacional, tuve un pasaje por el Sodre, acá en la Sala Verdi hace 10 años que estoy. En todos estos años, cada vez que participé en conversatorios o foros de opinión siempre he insistido en que se hizo un esfuerzo muy grande en los edificios, en la infraestructura. Eso es innegable. Podemos mencionar el Auditorio del Sodre, la reconstrucción del Teatro Solís y de cantidad de teatros que se transformaron en el interior. Pero los teatros sin contenido es lo mismo que la nada y los contenidos los dan los artistas. Si hay algo que evidenció la pandemia es que cuando los teatros se vaciaron pasaron a ser edificios sin sentido. Lo que pasó aquí con la gente fue muy fuerte. La pandemia fue un garrotazo que afectó al sector de manera transversal pero que impactó especialmente en el sector independiente. Porque nosotros los trabajadores públicos, en la mayoría de los casos no tuvimos ni siquiera una afectación salarial. Y aquí hay un tema que en algún momento deberemos hablar. Nosotros los trabajadores públicos que tuvimos todas las certezas, todas las seguridades para hacer frente a la situación generada por la pandemia, en el peor momento, en vez de estar en la primera línea de fuego. estuvimos guardados en nuestras casas.

 

¿La pandemia te deja ese «ruido» o cuestionamiento de tu lugar de confort?

Creo que tengo la obligación ética, al menos de decirlo y ponerlo en cuestión. A nivel personal me lo he cuestionado todo el tiempo. No estoy de acuerdo con que nosotros, los que justamente teníamos mayores seguridades, estuviéramos en nuestras casas. En algún momento tendremos que discutir por qué se dio así. Son cosas que me parece que no podemos obviar y no lo planteo desde ninguna postura condenatoria sino para repensar el lugar que ocupamos, cómo estamos, cómo somos y cómo deberíamos ser. Y en relación a eso que tanto se habla de cómo vamos a salir de la pandemia, no tengo ninguna expectativa que seamos mejores. Sinceramente, no lo creo. No es que antes fuéramos unos fenómenos o fuéramos la panacea ética, pero la crisis nos ha pegado y en algunos casos hay gente que ha quedado mal herida y fuertemente mal herida. Hay gente que se ha ido a trabajar a otros rubros, que ahora están haciendo otra cosa en materia laboral. Pero también tendríamos que ver qué ha sucedido con la salud mental y cómo nos ha afectado como sociedad, como sector.

 

¿Al teatro le va costar recuperar público?

Va a costar porque son de las cosas que uno generalmente no prioriza, a pesar que como decía Federico García Lorca, “si tuviera hambre, quiero que me den un pedazo de pan y un libro”. Lo que se ha perdido es el clima festivo del espectáculo y no lo estoy banalizando por el lado de las guirnaldas y los papelitos de colores sino de llegar al teatro a encontrarse con otros, a   reaccionar, reír, llorar, pensar y discutir con otros. Eso es parte de la esencia del espectáculo, es el encuentro no solo con el artista sino con otros que coincidimos. Mientras tanto hemos hecho muchas cosas a nivel virtual porque tenemos la necesidad de estar activos, vivos, pero  me da un poco de tristeza sentarme en mi casa solo frente a una pantalla. No tiene nada que ver con nuestra esencia.

 

¿Qué tiene programado la Sala Verdi para esta temporada?

Todavía no sabemos muy bien qué sucederá este año. Además de la incertidumbre que genera la pandemia, recordemos que estamos con un cambio de administración en nuestra área de cultura de la Intendencia de Montevideo. Como sala al público, estrictamente en 2021 nosotros no hemos abierto. Cerramos el pasado 19 de diciembre de 2020 y estamos aguardando ver qué sucede, tratando de pensar de acuerdo a las posibilidades. Antes de la pandemia, en setiembre u octubre de cada año teníamos cerrada casi el 80% de la programación del año siguiente. Ahora nos tuvimos que adaptar a pensar por segmentos y mes a mes porque no tenemos certezas de lo que sucederá en las próximas semanas. Según lo que anunció la intendenta, aparentemente el 10 de marzo se podrían reabrir las salas. Pero aún en ese caso, sigue siendo casi imposible implementar la programación internacional. En cuanto a la idea de Pecados Capitalistas, más allá de ponerle vida a un festival que venimos haciendo desde hace siete años, y que es una extensión del Festival Temporada Alta de Girona en Latinoamérica, fue para nosotros una gran oportunidad. Ahí estuvo la foto de todo un equipo de gente trabajando, aportando y el teatro cobró vida y no fue un triste, solitario y vacío agujero negro.

 

Cambiaste los festivales internacionales por una olla popular. ¿Cómo fue ese cambio de roles y qué te sucedió en estas casi 40 semanas?

Las dos cosas me gratifican, la posibilidad de ir a ver espectáculos a otras partes del mundo, para juntar material que después puede servir para programar la sala, por supuesto que es muy gratificante porque abrís fronteras. Cuando uno tiene la posibilidad de andar así por la vida siente que el mundo, no sé si es un poco más chico, pero al menos está un poco más comunicado. Es divino ver cuando llega acá un artista de Noruega, Colombia, Costa Rica o  México y despierta una avidez grande en el público y en la crítica. La gente viene a ver a ese artista que tiene una sensibilidad diferente a la que puede tener un artista uruguayo, con otros códigos, otras estéticas y eso es muy rico para todos. En cuanto a lo que sucede en la Olla Plaza Terminal Goes es muy fuerte, a mi me emociona mucho. Por un lado ves lo terrible de la gente que no puede acceder a algo tan básico para vivir como es la comida. Y por el otro vivir la experiencia de la solidaridad de tanta gente. La olla se sostiene básicamente con los aportes de los vecinos y vecinas, de gente de la cultura, artistas que colaboran de manera permanente. Yo trato de recordarle a la gente en las redes que con hambre no se puede vivir. La canción de NTVG dice que no se puede pensar, pero es más radical, con hambre no se puede vivir. Lo más fuerte de todo esto es que la iniciativa partió de gente del propio Centro Cultural Terminal Goes, de los propios trabajadores, técnicos, talleristas, de la gente de la cafetería, de la biblioteca y se ha sostenido así. Y se armó una barra muy intensa, cuando terminamos de servir la comida cada sábado y vemos que llegamos a cubrir a todos y que ni uno solo se quedó sin comer se vive una emoción muy intensa. Nos abrazamos y descargamos mucha energía contenida durante toda la jornada. Porque no es fácil. Es muy complejo y se acumulan tensiones durante la tarde al no saber si te va a alcanzar para todos o si le vas a tener que decir a uno o algunos que no te alcanzó y que no les podés dar la comida, que seguramente era lo único que iba a comer ese día. Es tremendo.

 

Pasan cosas removedoras en la olla popular.

Mucho, muchísimo. El otro día escuchaba a un tipo brillante, Álvaro García Linera, que fue vicepresidente de Bolivia, realizando una reflexión sobre las posturas leninistas y sostenía que hay que estar al lado del otro, que lo comunitario es pararse al lado del otro y yo lo siento así.

El que tiene hambre, ese día capaz que te la quiere dibujar y te pide dos platos porque el que está al límite de lo más básico no puede pensar en otra cosa. Y uno tiene que entenderlo. Es una actitud primitiva. En la olla se generan otras cosas también. Uno empieza a generar diálogo con esa gente, a conversar y por ahí podés hacer algo más, conseguirles ropa, libros, lo que sea. Se ha ido dando un vínculo muy fuerte. Pasan cosas lindas. Diego Delgrossi que es un artista no identificado con la izquierda, es uno de los que participa activamente y es lo que nos iguala. El comer no tiene ideología.

 

¿Cómo convive esa realidad en un contexto en el que emerge de manera violenta y persistente el discurso de estigmatización al pobre, al ‘ñeri’, al plancha y a tantos más?

La sociedad de consumo irrita. Te irrita que se vea afectado, cuestionado o puesto en peligro  lo que tenías previsto como parte de tu felicidad. Te irrita que tengas que andar cuidándote porque vas al supermercado y capaz que te roban. Esa conflictividad irrita y la irritación se convierte en reacción; nos convierte en seres reaccionarios y por supuesto que hay un grado fuertísimo de aporte por parte quienes generan opinión, quienes generan subjetividad que son los medios de comunicación que han estigmatizado hasta el hartazgo al distinto porque ves a un gurí planchita, de acuerdo a esas clasificaciones que se hacen, la apariencia delictiva que tanto estuvo arriba de la mesa en estos tiempos. Lo ves con un gorrito y pelado y te ponés en guardia, así seas marxista-trotskista, te ponés en guardia y a la defensiva. Y lo tenemos  integrado y es terrible porque esa persona no es diferente a vos, no tiene impulsos de vida diferentes a los tuyos. Hace unos años hubo una polémica fuerte respecto a la cumbia villera. Y hace poco escuchando algunos temas de cumbia villera sentí que esas canciones tienen algo de la sensibilidad humana que tal vez no sean tan diferentes a las de Turandot o de la Boheme de Puccini, por ponerme en los lugares más contrapuestos que pueden ser la ópera y la cumbia villera. Por supuesto que en el medio hay un tema de estilos y complejidades que no las voy a negar, pero que hay algo que también es interesante que tiene que ver con el impulso de esa gente que también siente, que vibra con el amor, con las pasiones, con esas cosas primitivas y esenciales del ser humano. Por eso ahora las escucho de manera un poco diferente.

 

¿Alguna noche volviste quebrado de tristeza a tu casa después de la olla?

Casi siempre te vas muy emocionado, pero lo que más me conmueve es al revés. El descubrir que hay gente que le mete una garra enorme a la vida. Mi esposa, que es psicóloga, trabaja hace muchos años con gente en situación de calle, especialmente con consumidores. Entonces en casa estamos curtidos y en el relato familiar siempre ha estado presente hablar de muchas cosas. Pero otra cosa es lo vivencia. Enfrentarme a esas situaciones. Es conmovedor, es fuerte cuando se trata del tema de la dignidad, del que va a pedir un plato de comida y siente vergüenza. Ahí vuelvo a lo de García Linera, el trabajo es al lado de la gente y no desde arriba. Ahí en la olla hay una forma de trabajo que es muy socialista. Somos todos iguales y las decisiones se toman en conjunto.

 

¿Perder el gobierno le bajó ciertos humos a la izquierda, esa arrogancia de las alturas?

Ojalá uno pudiera definir en cinco minutos por qué la izquierda perdió el gobierno. Creo que la izquierda adoleció de cosas muy fuertes: el tema de la soberbia es uno. Hubo compañeros que pensaron que íbamos a gobernar por 100 años. Y lo otro es que cuando la izquierda pierde la ética pierde todo. Un militante de izquierda cuando pierde la ética, perdió el mayor capital que puede tener. Después se fue desvirtuando aquello que se decía que si es de izquierda no puede ser deshonesto, no puede ser corrupto. Un militante de izquierda tiene la obligación de no ser corrupto y no ser deshonesto. Tiene la obligación ética de serlo, cuando lo deja de ser, es otra cosa y lo perdió todo. Seguramente en quince años de gobierno se deben haber mezclado algunas de estas cosas en relación a la soberbia y también a la pérdida de la ética. Y eso afecta, se trasluce y la gente de alguna manera lo ve.

 

Desde el alma
Gustazo Zidan es papá de Julieta, Leandro y Mateo. Apasionado del fútbol, «en este momento un poco más hincha de Juventud Unida de Libertad que de Peñarol», es gestor y productor de artes escénicas; desde 2011 es el director de la Sala Verdi; egresado de la EMAD, fue director ejecutivo del Auditorio Nelly Goitiño del Sodre, coordinador de programación del Teatro El Galpón, integró la Comisión Ejecutiva de Montevideo Capital Iberoamericana de la Cultura 2013 y ha ejercido la docencia en el programa Emprende Cultura de la Universidad ORT, dictando la asignatura Gestión de Emprendimientos Culturales y en el Programa de Formación de Desarrolladores Culturales de la Fundación Zelmar Michelini. Durante años, ha sido miembro de la Red de Promotores Culturales de Latinoamérica y el Caribe y actualmente integra la Red Eurolatinoamericana de Artes Escénicas, organización de la que es miembro fundador. En su fugaz pero intenso paso por las canchas de fútbol, siendo manya jugó en Nacional de San José y jugó en la sexta de Peñarol. Compartió en vestuarios de inferiores con la generación de Jorge Tito Goncálvez, Gustavo Matosas y Jorge Bomba Villar, aunque no llegó a jugar con ellos. El teatro le dio amigos entrañables como Héctor Manuel Vidal, «que para mí fue como un padre, maestro y amigo, al que extraño y cada vez que lo recuerdo, me emociono».

 

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