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La ética es rentable

Por Marcia Collazo.

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Estoy preparando materiales para mis próximas clases. Como siempre, el principal desafío es hacer atractivo el curso, o por lo menos mínimamente entendible. No trivial o esquemático, ni pobre de solemnidad, sino algo más sustancioso. Mientras leía sobre ética, igualdad y justicia, me sorprendieron unas palabras de la filósofa española Adela Cortina en su obra ¿Para qué sirve realmente la ética? Aclaro de entrada que la ética, devaluada durante mucho tiempo (tal vez durante toda la historia de la humanidad) está volviendo por sus fueros de la mano de pensadores como Cortina.

La ética, para la filósofa, no es solamente una perspectiva moral y unos valores más o menos loables, sino una real necesidad para poder construir ciudadanía decente e instituciones justas y fiables. Y mientras la leía, recordé un incidente que presencié hace ya unos cuantos años en Ciudad Vieja. Tenía que pagar una cuenta a Gaseba, Gaz de France, ubicada en un histórico edificio de la calle Cerrito. Cuando llego, me encuentro con varios obreros encadenados a un costado de la puerta de entrada.

Era un 23 de diciembre. El espectáculo era tan desolador, bajo un sol implacable, con un calor salvajemente recrudecido por la acción del cemento, que podía conmover al más escéptico. Yo venía con el ánimo soliviantado porque la cuenta que me había enviado la compañía era absurdamente alta. Como le expliqué al joven empleado que me atendió, tendría que haber usado ininterrumpidamente el gas durante seis meses para generar semejante deuda, y no estaba dispuesta a someterme al abuso del “pague primero y reclame después”. Pero cuando vi a los obreros mi indignación llegó al colmo.

Mientras esperaba que revisaran mi factura y solucionaran el problema, pedí hojas y lapicera a otra funcionaria, y me puse a escribir una carta dirigida a los dueños de la empresa, o por lo menos a sus directores. Una carta larguísima, de tres o cuatro carillas, en la que no solamente les recriminaba el lamentable espectáculo de los obreros encadenados a la vista de todo el mundo, sino que además les recordaba que incluso el capitalismo debe tener una ética (aunque usted no lo crea) y que tal ética incluye ciertos valores irrenunciables, por más que se esté en presencia del lucro más feroz. Les pregunté también cómo iban a pasar la navidad los gerentes y los propietarios de la compañía, y cómo la pasarían los obreros atados a sus puertas, y terminé declarando que en el acto dejaría sin efecto mi contrato con una institución capaz de comportarse con semejante bajeza moral.

Pasaron dos semanas, y recibo un sobre de Gaz de France. Ahí estaba, blanquísimo, elegante y mudo. Lo primero que se me ocurrió fue que me habían entablado una demanda por difamación e injuria o alguna cosa parecida. Todo era posible, y todo sigue siendo posible, en el reinado del dios dinero. Pero no. Se trataba, insólitamente, de una carta de disculpa, en la que la gerencia se lamentaba de no haber sabido proteger la sensibilidad de sus clientes y un largo etcétera. Pensé que, al fin y al cabo, mi indignada nota les habría tocado alguna fibra, aunque más no fuera por el clima navideño que rodeó al incidente, o por mi mención a la ética empresarial. Vaya uno a saber.

Ahora, al rememorar la anécdota, descubro que no solamente está vigente en sus rasgos filosóficos y humanos esenciales, sino que es interesante a la hora de aplicarle las ideas de Adela Cortina. En efecto, la obra que mencioné comienza con el capítulo “Abaratar costes y crear riqueza”. Allí la autora muestra que las condiciones económicas, sociales y políticas actuales están atravesadas por una desconfianza generalizada hacia los actores políticos, lo cual demuestra –contrario sensu– que la ética es rentable.

¿Por qué? Porque el eje central de las relaciones humanas, sobre las que se construye todo el edificio de las restantes relaciones (económicas, políticas y sociales) está basado en el establecimiento de compromisos y en la confianza. Si así no fuera, nadie construiría vínculo alguno con nadie, ni menor, ni mayor ni mediano. Y cuando esos valores son vapuleados, manoseados o bastardeados, lo que sucede es que se generan en la sociedad enormes sufrimientos, de los que no se arreglan así nomás.

Cultivar la confianza, tanto en los trabajadores de una empresa como en los clientes o usuarios de esa firma (por poner solo un ejemplo) es vital desde el punto de vista económico. Y eso es verdadero sea cual sea nuestra filosofía de vida. Hasta el más despiadado neoliberal estaría de acuerdo en esto, puesto que la falta de confianza de la gente podría restarle unos cuantos miles o millones de dólares. Como dice Cortina, cultivar la confianza haría “que nuestro mundo sea más económico en dolor evitable, y también en dinero”.

Un primer paso esencial para cumplir con esta tarea es reconocer que no todo es justificable, y que el cinismo o la falta de argumentos solo contribuyen a crear “vacíos éticos”. Si yo mantengo a un corrupto en un cargo, bajo la sola explicación de que es mi amigo, esto no es un argumento ni mucho menos. Estoy cayendo en un vacío ético, y eso es precisamente lo que favorece la corrupción en diferentes ámbitos.

Cortina agrega que se debe dejar atrás la idea de que “la economía sigue su curso sin que la perjudiquen la codicia o la insolidaridad”, y reivindicar el carácter moral de las instituciones (Estado, mercado, familia, fuerzas armadas, sindicatos, iglesias, partidos políticos y muchas otras), porque solo así dichas instituciones serán capaces de reconocer la responsabilidad social de sus acciones y decisiones.

En el caso de los obreros encadenados, sería muy fácil aseverar que la decisión de encadenarse fue de ellos y solamente de ellos, que no quisieron avenirse a razones, que no desearon llegar a un acuerdo, y que por lo tanto, si terminaban comiendo pan dulce en la vereda y tomando sidra en un vasito de plástico, la culpa no era de la empresa. Semejante razonamiento (¿razonamiento?), además de cínico, es irresponsable, y contribuye a minar la confianza de la gente y a demostrar que podrán estar forrados en billetes, pero que andan muy bajos de moral, cosa que a la larga les dará pérdidas económicas. Como advierte Cortina, “la moral tiene algo que ver con no dañar, pero también con no defraudar la confianza”.

Las actitudes que individuos y colectivos toman a lo largo del tiempo van forjando cierta imagen que evidencia mayores virtudes o mayores vicios, según sus prácticas y su naturaleza. La ética tiene sentido porque nos permite ser conscientes de unas cuantas cosas. Primero, de nuestra capacidad de cambiar, o sea de mutar desde una menor a una mayor moral. Segundo, de nuestra libertad; siempre podemos elegir entre varios cursos de acción, y no vale echarle la culpa a otro de lo que uno ha elegido. Tercero, de nuestra transformación en seres más virtuosos o más hipócritas (el maquillaje de la ética es solo eso, un maquillaje que siempre se termina derritiendo y deja expuesta nuestra verdadera cara).

Continuaré con estas reflexiones en un próximo artículo. Ahora me quedo con la anécdota triste, y sigo buscando entre mis papeles la dichosa carta de Gaz de France.

 

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