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Columna destacada | LUC |

La filosofía de la esperanza

Por Marcia Collazo.

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Apenas pasado el referéndum del 27 de marzo, pude ver en las redes sociales, entre los votantes del Sí, muchos mensajes de variado signo. Unos eran de desaliento, otros de perplejidad, en especial en relación a aquellos votantes del No que se encuentran notoriamente sumidos en la necesidad y en la pobreza. Muchos de ellos, incluso, marchan día tras día a buscar su plato de comida a las ollas populares. No se entiende, no se puede entender, que los más vulnerables, los que solo pueden esperar más miseria de aquí al final de este período de gobierno, voten a favor de los planes de un gobierno que no vela por ellos y que, por si fuera poco, ni siquiera se molesta en ocultarlo. Sin embargo, la acción social y transformadora, la heroica militancia de las mujeres y los hombres de buena voluntad, desplegada en medio de perpetuos obstáculos, abusos de poder y adversidades, sigue siendo una auténtica misión, anónima y porfiada. Esa acción, alentada y sostenida por la esperanza en un mundo mejor, no puede bajar los brazos, ya que en el apoyo a los más vulnerables radica la esencia última de sus empeños y de sus sacrificios. Déjenme decirles que no están solos. Durante siglos han surgido ideas, desde la filosofía y la ciencia política, que dan razón de ser a esta causa. No solamente en América Latina, sino especialmente en Uruguay, ha sabido florecer un pensamiento poderoso en torno a conceptos como la educación popular, la lucha por la democracia y la justicia, y la construcción de la esperanza. Destaco, en este caso, al filósofo José Rebellato, que en el marco de la filosofía y la ética de la liberación latinoamericana realizó una valiosa contribución al proceso de maduración del pensamiento crítico latinoamericano. Entre los elementos que conspiran para que la gente advierta cuáles son sus verdaderos intereses, y para que los defienda, se encuentran la miseria, la ignorancia y el miedo. Sin esos tres puntales, la política del capital no puede prosperar, dado que sus cimientos se nutren en la desigualdad, en la represión y en la sumisión. El miedo nos ha azotado con especial virulencia durante la última campaña electoral. El equipo del actual gobierno enarboló esa consigna  entre la población y la llamó, literalmente, “Vivir sin miedo”.

Los políticos del pasado nos prometían la felicidad. Los políticos de hoy se fijan en nuestros miedos y nos prometen resolverlos, porque el miedo vende mucho más que la utopía. Nos hablan, por lo tanto, de seguridad (que en su concepto solo significa acción policial contra los más pobres y cárcel para los más pobres), pero jamás de libertad, de igualdad y de derechos; esas han pasado a ser malas palabras. Ya Maquiavelo era partidario de la utilización política del miedo y la amenaza. Hoy Maquiavelo, o más bien su Príncipe, habría estado en su salsa. Ahora las campañas del miedo son más fuertes porque los medios son globales. Las derechas neoliberales esconden los conceptos de libertad, igualdad y bienestar; los barren bajo la alfombra. En su lugar promueven el recelo al cambio y el odio al diferente, para lo cual criminalizan la pobreza y sus supuestos rasgos distintivos. Pero así como el miedo paraliza y somete, la esperanza libera y permite levantar la cabeza. Rebellato elaboró en sus obras un proyecto ético político transformador, anticapitalista, democrático y liberador, cuya base es la esperanza. Una de las claves de su pensamiento es la contradicción entre el capital y la vida.

El capitalismo neoliberal, afirma, construye subjetividades sobre el modelo de la violencia. En efecto, hay modos violentos de ser y de estar en el mundo, en la oficina, en el trabajo, en la calle y en las redes sociales, en las que un puñado de cobardes vocifera escondido tras un seudónimo. En ese contexto el otro (el potencial competidor, el que piensa distinto) es la amenaza. Para Rebellato, así “se pierde el valor del otro como alteridad dialogante y se lo reemplaza por una alteridad amenazante”. Quien proponga alternativas políticas y sociales, quien pretenda desenmascarar esa política, es presentado como un enemigo. Frente al cuestionamiento, la política del miedo responde con sus palabras favoritas: el orden exige represión, el orden exige policía, el orden exige cárceles. El orden exige mordaza. Para Rebellato, las ideologías de la violencia producen “democracias de baja intensidad, sin participación”. Por eso considera que el neoliberalismo y la democracia son incompatibles en América Latina, pues el neoliberalismo aplica un modelo de “gobernabilidad conservadora o sistémica” en el que la ciudadanía no debe pensar ni participar (salvo para votar las propuestas de esos mismos gobiernos), no debe interrogar, no debe quejarse y no debe pedir explicaciones. Quien lo haga pasará a ser un potencial enemigo. En esa reducción drástica de las libertades ciudadanas y en esa vigilancia radica también la política del miedo. Por eso sus frutos son particularmente fuertes en el interior del país, sobre todo en comunidades pequeñas en las que todos se conocen y en las que todos quedan bajo la mira de los caudillos del pueblo. Y, sin embargo (el reciente referéndum es el mejor ejemplo), una y otra vez la esperanza, la liberación y la acción transformadora vuelven por sus fueros. Rebellato, cuya vigencia es hoy más decisiva que nunca, propone una educación popular liberadora como instrumento para generar una conciencia crítica, una perspectiva contrahegemónica en lo cultural y un modelo histórico alternativo.

La educación popular liberadora es para nuestro filósofo “una apuesta y una confianza en las potencialidades de los actores sociales populares”. Es necesario trabajar allí donde pueden surgir nuevas voces, nuevos poderes y nuevos saberes sociales. Esto es bien sabido por los gobiernos conservadores, y por eso estrechan el cerco (al borde ya de la violación de los derechos humanos), en el ámbito de la educación pública. Por eso, también, los docentes han pasado a ser sus enemigos. El gobierno conoce la importancia y el rol transformador de la educación (y frente a cualquier desvío de sus propósitos y discursos habla de violación de la laicidad), y por eso ha creado nuevos instrumentos de amordazamiento, vía LUC, que conspiran contra una auténtica formación liberadora. No se trata de una política  nueva, ni mucho menos. Ya en los años 90 el capitalismo neoliberal comenzó a desarrollar estas líneas de acción en el seno de la educación. Por si a alguien le queda alguna duda, recordemos que las políticas educativas, con su correspondiente financiación, han sido llevadas adelante en América Latina, desde el exterior, por un banco (sí, un banco como educador): el Banco Mundial, cuya sede está en Washington. Y aunque el último referéndum ha sido un duro sacudón para semejantes prácticas y objetivos, está claro que los cambios introducidos por la LUC en la educación pública serán implementados a fondo. La esperanza, sin embargo, ha renacido, a porfía y a despecho del miedo, porque la esperanza tiene eso. Se levanta una y otra vez de sus cenizas, como el Ave Fénix. Como dice el filósofo J. Habermas, “La esperanza de lo futuro solo se cumple mediante la memoria del pasado oprimido”. El futuro aparece así como promesa y como proyecto. Es precisamente la ausencia de un proyecto lo que favorece la desesperanza. Y por eso no podemos bajar los brazos. La lucha por una alternativa liberadora debe seguir dándose, en especial entre los más oprimidos (esos mismos que acuden a las ollas populares, esos mismos que duermen en la calle, esos mismos que no tienen ni tendrán dónde caerse muertos), ahora más que nunca.

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