A la tradicional pelea por una distribución más justa de la riqueza, pero principalmente del ingreso, de la mejora del salario y las condiciones de trabajo, le surgió hace muchísimo tiempo una nueva consigna, una nueva estrategia, un nuevo camino que reivindica la posibilidad de que el emprendimiento laboral fuera gestionado por sus trabajadores.
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No se estaba asistiendo a la tan temida, por parte de los capitalistas, abolición de la propiedad privada, de la revolución social y de clases que los despojaba del poder, sino que era una estrategia que planteaba que allí donde el capitalismo y los capitalistas con sus lógicas y métodos habían fracasado, era la oportunidad de que los laburantes expusieran sus conocimientos y capacidades, como verdaderos generadores de riqueza, sólo que esta vez para su propio interés.
La idea no tiene patente “Made in Uruguay”, aunque vale la pena recordar que allá por los 60, con la lucha por parte de UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas) por expropiar el latifundio de Silva y Rosas, una organización sindical ponía arriba del tapete la propiedad y gestión de la fuente laboral en manos de sus trabajadores; en algunos países de Europa (Raúl Sendic en los 80 narraría aquellas experiencias de jóvenes franceses en la campaña en proyectos productivos colectivos o de fábricas alemanas en manos de los trabajadores), en algunos países de América Latina, en Vietnam, que fueron bases de la lucha anticolonial, en los kibutz en Israel, habían surgido estas experiencias autogestionarias.
Y contra todas ellas, cooperativas o asociativas en sus diversas formas, se levantaron varas que median día a día su gestión y logros, esperando, por supuesto, los errores que pusieran fin a esa aventura; las varas de los capitalistas, que, como no podía ser de otra manera, auguraban rotundos fracasos al experimentar esa forma que desconocía la naturalizada y lógica relación entre capital y trabajo, patrones y empleados, burgueses y proletarios.
Pero también la vara de cierto sindicalismo que creía ver en aquella experiencia trabajadores que salían de sus filas para tomar un atajo, como si desertaran de la lucha por resolver la contradicción capital-trabajo, sin tomar en cuenta que aún este avanzado sindicalismo uruguayo tiene muchos tics de corporativismos a combatir y todavía no ha logrado desarrollar una lucha que no sea meramente economicista.
En síntesis, el gran problema de fondo de estos emprendimientos, es que tienen que correr la misma suerte de otros sectores productivos para conseguir la compra de su producción, en un mercado que además ha jerarquizado lo financiero sobre lo productivo, pero por ahora a ese fatal destino no se le reconocerá su poderosa capacidad de condicionar todo y se pondrá la mira en los errores de gestión por parte de los trabajadores autogestionados.
Nuevas tensiones
La historia de la humanidad es un constante derrotero en el que la resolución de ciertas contradicciones hace emerger nuevas tensiones.
El determinismo histórico ha sido un error conceptual de la filosofía eurocentrista y de aquel llamado socialismo real.
En estos proyectos autogestionados, el primer desafío para el laburante es tener delante de sí la resolución y la toma de decisiones que antes eran exclusiva preocupación del patrón.
A la aplicación de sus conocimientos y capacidades en la elaboración del producto, ahora debe agregar la obtención, acopios, traslados y costos de las materias primas, y la acumulación, reservas, venta, distribución, cantidad de producción y calidad de sus productos.
Muchos han elegido la cooperativa como forma asociativa, pero para poder cumplir con ciertos niveles de producción, algunos emprendimientos se han visto obligados a contratar mano de obra, esto es, cooperativas que tienen trabajadores asalariados.
No ha sido menor la discusión, dentro de los emprendimientos asociativos, acerca de la definición del salario y horas extras; definir del saldo de ganancias cuánto se adjudica al salario y cuánto a la capitalización del propio emprendimiento ha sido es y será no sólo una discusión de filosofía económica y política, sino de un vital sentido práctico.
No ha sido fácil para todos asumir, luego de generaciones de lucha por la mejora salarial y las condiciones de trabajo, que la suerte de su propio emprendimiento ahora depende de algunas renuncias que permitan la sobrevivencia del mismo a cuenta de un menor reparto de la masa de capital en salarios y de dedicar más horas de trabajo que no se reflejen en la quincena.
Mas difícil ha sido para los trabajadores que este extraño patrón, en forma de cooperativa, les plantee -como cualquier otro jefe- que su suerte laboral y su mejora salarial dependen de la marcha del emprendimiento.
En todo caso, estas experiencias, para quienes piensan que es un atajo a la resolución de la lucha de clases, deberían servir como antesala de lo que, en caso de producirse la tan ansiada emancipación de la clase obrera, les deparará.
La teta del Estado
Ningún capitalista en este país ha dejado de prenderse a la teta del Estado; aun los más radicales antiestatistas, los enemigos históricos de José Batlle, los que pregonan el achique del mismo. Los ruralistas podrían dejar de hacer gárgaras antiestatistas si pasaran lista a cuántos de sus afiliados han vivido al resguardo del cobro de seguros y cuántos de ellos han utilizado el dinero de esos seguros, por ejemplo, para cambiar sus vehículos personales o para hacer viajes internacionales en lugar de invertirlos en maquinaria o siembra.
Muchos industriales, antes de llevar sus fábricas a las ruinas, han sido deudores contumaces, generando carteras incobrables en la banca nacional.
Pero el demonio de la política estatista es el Fondes (Fondo de Desarrollo) que respalda financieramente alguno de estos emprendimientos.
En el movimiento internacional de empresas autogestionadas, el rol de la ayuda del Estado no sólo es un tema cotidiano de discusión, sino que, en el caso de Argentina, ha llevado a la creación de dos asociaciones de empresas autogestionadas: las que se basan en sus propias fuerzas y las que entienden que no les da la nafta.
En esta lucha no hay improvisadores y hay una vasta experiencia acumulada.
Soplando velas
José Mujica ha dicho que esta experiencia es como una luz de vela en el marco global del capitalismo. No sólo debe convivir con otra lógica dominante en las relaciones de producción, sino que debe batallar desigualmente en el mercado.
¿Por qué entonces ese ensañamiento de salir a apagar esas tenues velitas? ¿Cuál es el temor a una experiencia que no incide en mover la aguja del PIB y que ni siquiera es una alternativa productiva a la industria tradicional, ni siquiera en la generación de un mercado de consumo que funcionaría con otras lógicas?
Lo primero, porque sacude la comodidad y el espacio de confort. En la denuncia pública levantada por el programa Santo y Seña, referida al trabajo en negro y el cobro del subsidio, se desnuda, más allá de las responsabilidades, la hipocresía que hace el manto de lo políticamente correcto.
Las relaciones laborales en Uruguay están lejos de ser al menos justas y están a años luz de ser equitativas; antes de los gobiernos progresistas eran peores, claro, y de ahí las bajas pasividades que obligan a jubilados a salir a hacer changas; y el subsidio por desempleo no impacta igual en un trabajador que vive solo que en uno que tiene que mantener una familia numerosa o enfrentar pensiones alimenticias. A la hora de asegurar el plato de comida, el límite de la legalidad es un hilo de coser y nadie, claramente, se enriquece ilegítimamente.
Segundo, porque buena parte de los empleos tal cual los conocemos tienden a desaparecer, y algunos se han percatado de que, justamente, el rol de un dueño y jefe de todo puede ser prescindible; que, además de la conducción llevada adelante por una persona o un pequeño grupo de personas, todas las tareas parasitarias de gerentes, capataces, asesores, pueden ser prescindibles o al menos no seguir justificando que representen la masa salarial más grande.
Tercero, porque sin cambiar las relaciones de poder, al poder lo va minando en sus cimientos; va lentamente generando un proceso en que las relaciones de jerarquización dejan de ser naturalmente concebidas para pasar a estar cuestionadas.
Cuarto, porque si el problema de fondo es un mercado liberal o regulado, bien vale la pena el esfuerzo de convocar y competir desde una forma colectiva, solidaria y cooperativa de asociación.
Quinto, aunque hay más razones, porque la síntesis política de estas experiencias está exclusivamente en las fuerzas de izquierda, las que pueden asegurar o al menos convalidar un entramado social y económico en el cual la autogestión es un valor fundamental.
Apagando velas con dedos ensalivados, soplando hasta escupir la torta, las fuerzas de la reacción vienen caminando y la legalidad burguesa, aun con sus avances, se convierte en un corsé.