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Editorial

Blanco y radiante

La indetenible ascensión de Juan Sartori

Por Alberto Grille

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Caras y Caretas Diario

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Un gran conocedor de la historia, la política y la idiosincracia de nuestro pueblo me dijo sorpresivamente el año pasado que “2019 va a ser la elección de los políticos muertos”.

Creo que quiso darme a entender que son muchos los senadores, diputados y aun precandidatos conocidos que van a quedar por el camino, distanciados de sus aspiraciones previas y acercándose al desprestigiado “basurero de la historia”, donde terminan, como en el “viejo cafetín de Buenos Aires”, los que tienen definitivamente perdida la fe.

Mirándolo bien, este proceso electoral, que está resultando tan singular, puede terminar con una sentencia que me confesara con cierta complicidad el más eficaz y cercano colaborador de Juan Sartori, el día que me dijera en su bellísimo domicilio de la calle Mar Ártico: “A Cuquito le vamos a romper el culo (sic)”.

Si alguien, cuando termine de leer este artículo, cree que el estilo de Juan Sartori me resulta elogiable, o que comparto sus ideas o que me beneficio en algo con su probable éxito, se equivoca.

Sólo escribo estas líneas porque su irrupción me sorprendió como a todos y su éxito me sorprendió aún más.

Además, pienso que estas reflexiones harán que meditemos mucho antes de opinar sobre el fenómeno y no hagamos la tontería de Astori de exponerse, al cuete, para que un muchacho inimputable le responda irrespetuosamente que de economía no sabe porque nunca fue patrón.

Esta tan curiosa irrupción de candidatos outsider y la propia fragmentación partidaria es lo que está ocurriendo en la elección uruguaya.

El fenómeno sorprende a editorialistas, políticos, analistas y politólogos y hasta a la propia vicepresidenta de la República y, a decir verdad, no parece tan singular.

Es más, el mismo suceso viene siendo repetido en muchos de los procesos electorales en el mundo desde que en noviembre de 2016 el impresentable Donald Trump le ganó a la “número puesto” Hillary Clinton (que tenía a su favor todo el poder del establishment político, económico y cultural, así como el terror que concitaba su contrincante).También pasó algo parecido en Francia y más recientemente en Ucrania, donde ganó un actor que sorpresivamente actuó el mismo libreto que en una telenovela que la televisión emitió hasta unas semanas antes de la elección presidencial y convirtió en realidad la ficción que entretenía todas las tardes a millones de televidentes que lagrimeaban detrás de la pantalla.

De la mano de este curioso evento, la extrema derecha se extiende como un reguero de pólvora por Europa un siglo después de que comenzara el proceso que llevó a la Segunda Guerra Mundial; y en Brasil tuvimos la espantosa sorpresa de que ganara la presidencia Jair Bolsonaro.

Sea por la decadencia feroz de las clases políticas tradicionales, “cansancio social” con la política, procesos generalizados de corrupción, influencia impredecible de las redes sociales, opción por los líderes autoritarios y “antisistema”, o por otros factores, es indudable que en este proceso que ha transformado la política mundial hay una confluencia de causales múltiples con un resultado coincidente: el triunfo de los candidatos más inesperados.

Siendo un desconocido, cuyo anuncio de que se presentaría en nuestras elecciones concitó sólo sonrisas y escepticismo desdeñoso en un principio, el millonario -que hace 20 años no pisaba el país y está casado con la hija de un multimillonario ruso del círculo íntimo de Vladimir Putin- pasó por etapas cuidadosamente planificadas que transformaron a un ilustre desconocido en un personaje presente en todos los debates políticos, en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero.

Mientras Luis Alberto Pompita Lacalle Pou cayó de 57% de intención de voto en la interna de su partido a 44%, según Factum el 3 de abril (perdió casi 13 puntos, la cuarta parte de su electorado), Sartori creció de 13% a 21%, y si la curva se mantiene, es posible y hasta probable que supere el 25% de Jorge Larrañaga y se ubique segundo en la interna blanca. Antía subió a 8% y Verónica Alonso (que se sumó poco después a Sartori) cayó de 4% a 2%.

Tiene dos meses (que en política es una eternidad, y más contando con los recursos económicos e instrumentos con los que él cuenta, entre ellos un call center propio, ubicado en el edificio de cinco pisos en el que tiene sus oficinas), asesores muy especializados y una billetera que parece interminable, al menos para los gastos electorales habituales, aun en una campaña política muy disputada.

Para alcanzar a Pompita, que viene en una muy mal disimulada caída libre, no le faltan recursos y parecería que tampoco simpatía, carisma, ideas y estrategia.

Algunos analistas consideran que Luis Lacalle Pou ha dejado de ser el favorito del establishment uruguayo (que ahora es Julio María Sanguinetti) y hasta piensan que Sartori, que dentro de pocos días empezará a llamarse Juan, puede llegar en los últimos metros a derrotar al tal Luis.

¿Que no es posible? ¿Que no le da el tiempo? Lo mismo decían de Donald Trump y Jair Bolsonaro.

No somos los únicos que piensan así

Hace unos días, el simpático y sagaz periodista, escritor y performer Gonzalo Cammarota publicó un artículo titulado ‘¿Y si Juan Sartori gana la interna?’. En él afirma que “hasta hace unos meses la hipótesis que manejo en el título de este artículo se hubiera tomado como descabellada… hasta hace unos pocos meses, Sartori ni siquiera existía en la vida política del país”, para concluir, tras un extenso análisis que “Sartori no es un chiste, es una realidad. Y cuidado con aquellos de afuera del Partido Nacional que se regodean pensando en la suerte de esta fuerza política, porque el plan de Sartori no es ser el candidato del Partido Nacional, el plan de Sartori es ser el presidente de Uruguay, no en 2024, no en 2029, no, él quiere ser presidente ahora y viene ejecutando el plan a la perfección”.

Cammarota analiza la figura del outsider, ejemplificada en el caso del empresario Edgardo Novick y señala que su gran error estuvo en actuar “como si Usain Bolt se hubiera anotado a una carrera de 10 kilómetros corriéndola como si fueran 100 metros”.

Señala coincidentemente que “el plan de Sartori (porque me imagino que todos estamos de acuerdo que acá hay un plan y que este hombre no es ningún improvisado) es de un año. Un año de una intensidad inédita en la política de nuestro país y que pretende en ese breve período convertir a un anónimo en presidente de la República. Un plan inédito en la política, pero bastante común en el plano publicitario: hay muchísimos productos o servicios que en un tiempo muy inferior al año se consolidan fuertemente en el mercado y, por tanto, en el imaginario de la gente”.

Naturalmente, el recurso que hizo posible ese plan es una cuantiosa cantidad de dinero, que le permite publicar su publicidad en portales y redes y hacerlos pasar por TV y radio y pagar carísimas páginas en los grandes medios, apuntando a un objetivo central: mostrarse como capaz de crear 100.000 empleos, meta que sus equipos (se nos dice que trabaja con Gallup Estados Unidos), deben haber identificado como la mayor necesidad nacional, al menos en el imaginario colectivo.

Es obvio, aun con el diario del lunes, señalar que en un medio tan opaco e intrascendente y falto de creatividad como el de la oposición uruguaya, una figura como la de Sartori, convenientemente trabajada, tenía por fuerza que concitar atención y brillar.

El personaje y su trama tienen todos los ingredientes de un culebrón: un joven buen mozo, una esposa bella y rubia, además de rusa, un bebé que toma la teta, una isla griega que fue de Onassis y Jackie Kennedy, un suegro un tanto loco, rico y peligroso, que además dos por tres cae entre rejas, una educación atildada en Suiza, una madre wilsonista y un club de fútbol inglés de su propiedad, un apartamento en Mónaco, empresas en varios países del mundo, amigo de Cánepa, fabrica intrépidas maniobras en la bolsa de valores mientras sorbe un mate con yerba Canarias y una misteriosa deuda con el “banco país”, que ascendería, según las malas lenguas, a 40 millones de dólares. Todo ello hace de Juan Sartori el candidato ideal del partido de Aparicio Saravia, del cual, por otra parte, dice ser la reencarnación.

Sartori cumple rigurosamente los patrones de la cultura dominante y los medios ignoran absolutamente que, bien visto, representa, al mismo tiempo que un cuento de hadas, lo peor de la política. El muchacho agradable que matea con el peón flaco que cuida las vacas gordas de los doctores del partido de Oribe baila, anda a caballo, toca el tambor, va a un partido de la divisional C.

“Sus primeros pasos en el país fueron muy simpáticos -dice Cammarota-, una suerte de alien que se acerca a nuestra cultura. Y ahí estábamos todos como unos boludos viendo si tomaba mate o calibrando si sabía quién fue el último goleador del Campeonato Uruguayo. Todos hablando de él y ayudando -y de qué forma- a que se respondiera la pregunta que él mismo hizo que nos formuláramos: ¿quién es Juan Sartori?”.

Curiosamente, la misma pregunta que se hiciera la prensa inglesa cuando un uruguayo ignoto que hizo su fortuna en el otro mundo compró 20% de un club de fútbol inglés que tiene más años que Peñarol, aunque menos títulos y, según me dicen, lo llevó a la tercera división otro uruguayo, nuestro querido Gustavo Poyet.

En este punto me parece muy importante señalar que, al menos en el comienzo, los grandes medios (el buque insignia de nuestra derecha) apostaron fuertemente contra él.

Hubo editoriales que lo denostaron en Galería (¡en la revista Galería!), Búsqueda, Noticias Uruguay, El País y El Observador, que dedicaron largas páginas y sesudos informes a vilipendiar su pasado y negocios. Cuquito, que recibió aportes de él, como tantos otros, lo ninguneaba alevosamente. Gente como Larrañaga, el hombre que resuelve todo con una nueva Guardia Republicana y no entiende de ningún otro tema, y Jorge Gandini, el “wilsonista” que dice que la dictadura hizo cosas muy buenas, trataban y tratan de escupirlo.

La verdad que tanta repulsa a Sartori por parte de estas “personalidades” hasta casi movían a la simpatía y daban para pensar que nunca se atacó tanto a un candidato que entraba en la liza interna de un partido y evidenciaba que para disputar la candidatura se necesita mucha plata, que el pibe no ocultaba, y que hacía patente la razón por la que sus competidores se negaban a transparentar el origen de los cuantiosos fondos que gastan en sus campañas políticas.

A Sartori le han dado como adentro de un gorro y sigue tan campante como su tocayo Walker. Poco a poco fue consiguiendo que toda la gente hablara de él.

A lo Trump, pero mejor que sus contrarios

Dice inteligentemente Cammarota: “Piensen en la campaña de Trump; el gran logro fue ese, todos discutían sus propuestas por más descabelladas que estas fueran, colocándolo en el centro del debate y Sartori ya está logrando esto. Tomemos los últimos diez días como ejemplo. Después de lanzar su ¿propuesta? de crear 100.000 puestos de trabajo salieron al cruce de la misma Talvi, Andrade, Martínez… hasta el Pit-Cnt lo recibió y regaló uno de los titulares de prensa más increíbles de los últimos 100 años: ‘El Pit-Cnt está de acuerdo con Sartori en que se pueden crear 100.000 puestos de trabajo’”.

Señala con total precisión que Pompita, en otra de sus “banderas”, fue el que le dio su mejor lugar en la interna y en el imaginario colectivo: “La frutilla sobre la torta la puso Luis Lacalle Pou. Una semana después de llamar a la unidad de los blancos y pedir una campaña limpia, lanza un furibundo ataque diciendo que no cree que Juan Sartori esté capacitado para ser un buen vicepresidente… y eso que el puesto quedó bastante bastardeado por una de nuestras últimas experiencias. Cuando uno lidera, puede darse el lujo de elegir a sus rivales […] salir a ‘golpear’ a Sartori fue un paso en falso no menor, pues lo está embistiendo como contendiente, le dio ese lugar. Para colmo, Sartori, en menos de veinticuatro horas, lo abofeteó: ‘Yo no reparto cargos antes de ganar… pero creo que Lacalle Pou sería un buen vicepresidente’, dijo el millonario”.

Para revolcarse de risa por el suelo.

Con generales y estrategas así, ¿quién no logra un lugar en la política, mucho más si tiene dinero como para estar sonriendo y prometiendo un futuro maravilloso, todo el tiempo, desde todas partes?

Cammarota desmenuza la pesadilla por la que está pasando Cuquito (además de ver que Sanguinetti pasó a ser el candidato oficial y también quiere aplastarlo, justo a él, que lo creía bueno): “Lacalle Pou presentó con bombos y platillos una propuesta de ahorro de 900 millones, no pasó prácticamente nada, acaso Cosse le hizo el favor de recordar la motosierra de su padre, el resto del espectro político y la opinión pública prácticamente lo ignoró. Parecería como si Lacalle se hubiera quedado sin buenas noticias para dar en esta primera etapa de la campaña, sin un caballito de batalla: la seguridad quedó en manos de Larrañaga, las propuestas de transformación en educación y planes sociales no parecen tener llegada y el trabajo (la principal preocupación de la población) es el eslogan de Sartori”.

El columnista señala que las próximas semanas serán claves y la estrategia de Lacalle Pou será muy difícil de elegir y fundamentar. “Ignorar a Sartori ya no puede […] ¿le puede pegar? Imaginemos por unos segundos que Lacalle atacara la ‘propuesta’ de Sartori de crear 100.000 puestos de trabajo. ¿Qué va a decir? ¿Que no se puede? ¿Quiere aparecer como el candidato que está seguro de que en Uruguay no se puede crear empleo? ¿Quiere ser el que grita ‘no le crean, no le crean, el miente’? Para Sartori es muy fácil, él dirá que sabe crear empleo porque por algo es un empresario millonario, su vida ha sido crear trabajo, algo que es más que discutible, pero en tiempos en que los políticos se venden en comerciales como pasta de dientes, los análisis profundos no tienen cabida”.

Sólo le faltó agregar que, como muy bien se ha dicho, si hay algo de lo que Pompita no sabe nada (y no sabe nada de muchas cosas), es precisamente de trabajo. Menudo lío para el chico que solamente ha vivido entre Carrasco y La Tahona y que a pesar de ser abogado por una universidad privada, nunca presentó un escrito en un juzgado.

Juan Sartori va en camino de ganar la interna del segundo partido en intención de voto en Uruguay, el partido desafiante al de gobierno y, aunque pierda, quedará con una importante porción de poder en senadores, diputados y acaso intendentes.

Además tiene la ventaja de que es él solo. Al contrario de sus adversarios, que tienen sus listas totalmente comprometidas, Sartori no tiene ningún problema en disponer, para negociar apoyos, de al menos cuatro senadores y media docena de diputados.

No es un improvisado, es forzoso pensar en un plan de largo aliento.

El fenómeno de los migliardarios, como Berlusconi, que Óscar Bottinelli definió tan bien en uno de sus inteligentes análisis, se instaló con todo en Uruguay.

Quedan muchas preguntas para hacer sobre Juan Sartori y habrá tiempo. Pero ya es una de las primeras figuras de la política nacional y va por todo. De eso, nadie debe tener dudas.

Tal vez Sartori sea, a la larga, una gran desgracia para la política, pero a mí me parece que, hoy por hoy, el que no puede dormir es Pompita.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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