Ni el más andante de paso triunfal por la vida puede negar la sensación de incertidumbre que la pandemia y el manejo de las autoridades sobre la misma generan en nuestra vida cotidiana y nuestros pensamientos más profundos. La psicología ha estudiado los impactos de la covid-19 y la imposición del tapabocas, el aseo y fundamentalmente el confinamiento, sin dejar de tomar en cuenta la muerte de seres queridos y la depresión.
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Por esta razón, Caras y Caretas decidió abordar el fenómeno desde la óptica del psicoanálisis con el especialista uruguayo Gustavo Castellanos, que posee una visión crítica y calificada con más de 30 años de práctica en la materia.
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La humanidad está ante otra pandemia, aunque nos parezca nueva.
Otra pandemia más que viene arrastrando cosas desde hace muchísimos años que nos deja en un lugar de “experimento social”, no en el sentido de que alguien esté experimentando con nosotros, sino que se produce una experiencia muy fuerte, en que algunos se pueden estar aprovechando de esta situación. Creo que de las repercusiones que esto va a tener en lo particular y en lo social nos vamos a enterar algún tiempo después.
¿La pandemia ha generado un estado de cosas nuevas o ha arrojado luz sobre cosas que ya pasaban?
Yo soy de la idea de que ha iluminado algunas zonas y ensombrecido otras. Por fuera de la clínica analítica y pensando más en macro, la Peste Negra en el siglo XIV también nació en Asia y demoró cuatro años en llegar a Florencia, y arrasó con un tercio de la población europea, el mundo civilizado de la época. La covid-19 demoró algunos días en llegar y se desparramó en un suspiro por toda Europa y llegó unos meses más tarde a América Latina. Tiene que ver con la aceleración de las comunicaciones, el tráfico aéreo, la gente viaja y se mueve y eso sí es novedoso con respecto a otras pandemias. Es sorprendente, pero los aviones siguen volando y solo hay dos antecedentes en que los aviones no volaron: el año 2000, cuando se pensaba que iban a saltar todos los sistemas de computación del mundo, y en 2001 después del 11 de setiembre, pero luego hay estudios que dicen que hay más aviones en vuelo que en tierra. En 2005 hubo una gripe muy importante la H1N1, que en su momento la OMS anunció que iba a ser imparable, pero el encare fue distinto, porque, volviendo al tema de las comunicaciones y su incidencia, por ejemplo Facebook tiene más público que cualquier Estado nación en el mundo. Facebook, Google, Amazon, sacan una novedad y le llega a más gente que la población de Brasil, que son 180 millones de habitantes. Eso es muy novedoso y creo que es la primera vez que todos podemos tener clara la idea de globalización, una globalización que está teniendo serios problemas por las grandes desigualdades que hay en el mundo. Lo que se invierte en salud es mínimo y algunos sistemas de salud que han colapsado, como el italiano, colapsaron porque les quitaron los fondos públicos; en Uruguay, en cambio, hay un sistema montado que veremos si colapsará o no.
Los afectos.
Venimos sufriendo en lo más singular de la gente y en lo colectivo los efectos de los año 90; en Argentina están estudiando cómo las políticas neoliberales en su momento y este nuevo retorno a esas políticas macroeconómicas son productoras de subjetividades marcadas por la lógica neoliberal. En mi práctica cotidiana se percibe en el campo del lenguaje; la gente habla por ejemplo de gestionar la pareja, administrar el amor, invertir en una relación, vocablos de la lógica ‘yo invierto tanto para ganar más’ que se meten en la vida cotidiana. Yo entiendo que eso está condenado al fracaso, pero escucho generaciones que sostienen que no van a invertir en el amor si no consiguen algo a cambio, en lo posible, más. Modifica la figura del amor que nosotros conocíamos, modifica el amor como entrega, por ejemplo, el amor cristiano de dar la otra mejilla y entregar los mejores años de mi vida, conceptos a revisar, pero que no son esta lógica del amor que yo llamo el amor contabilizable, las relaciones contabilizables, dando solo si aumentan nuestras ganancias o nos aseguran algo a cambio.
¿Qué ocurre con el ideal de la salud?
La otra punta a observar es con la fuerza que se instaló en lo social el ideal de la salud, y comprendiendo por salud el ideal de belleza y de la eterna juventud. Tengo la impresión de que mucha gente a partir de la pandemia se “aviva” de que se va a morir, la gente no creía que se iba a morir.
Le arruinó la teoría a Harari, quien postulaba que la humanidad no iba a sufrir más pandemias y que un puñado de la especie iba a sobrevivir hasta los 130 años de vida.
Sin dudas que la humanidad vive mucho más que hace 100 años, que no sé si es bueno; antes, cuando el amor se prometía para toda la vida, el promedio eran diez años. Ahora si prometes algo así, te vas a ‘clavar’ 60 años, muchos años para que no se generen situaciones complejas. Cambió radicalmente la tecnología médica para anticiparse y detectar en fases muy tempranas enfermedades como el cáncer y eso permite prolongar la vida, aunque no lo curan, por ejemplo un cáncer de páncreas, pero eso ha generado la idea de la expectativas de ser casi inmortales o vivir 130 años, o de que podríamos no envejecer, o que gracias al genoma podríamos tener órganos de repuesto en un freezer y cambiarlos cuando algún órgano se enferme, pero claro, para unos pocos, la desigualdad es un problema, estas realidades no son para alguien que viva en Casavalle. Pero sin dudas la pandemia volvió a poner en el tapete nuestra condición de mortales y un aprendizaje que ojalá hagamos de esto es que no podemos tener control sobre las cosas que pasan, es relativamente azaroso lo que pasa en el mundo, a pesar de las advertencias que se vienen haciendo desde hace tiempo. Un estadounidense, Perrou, hizo un estudio de Seguridad Industrial y habla de accidentes normales argumentando que con la complejidad del mundo del trabajo, lo anormal sería que no hubiera accidentes, que lo hay que proponer es atenuar las posibilidades de accidentes, o de virus nuevos que generalmente vienen de animales, que vivían tranquilos, hasta que llegamos nosotros a explotar y desfoliar esos lugares, y esos virus necesitan un huésped y el ser humano es un huésped maravilloso para los virus, come mucha carne, viaja por el mundo, es ideal.
En este contexto hay un retorno a ideas conservadoras que hacen énfasis en la seguridad. ¿La pandemia impuso la incertidumbre cuestionando esa sensación?
Hay una tensión vieja en la sociedad que el primero en exponerla fue el filósofo Hobbes, que es entre la libertad y la seguridad, perder libertad para estar más seguro, otorgándole la tarea al aparato del Estado de que vele por mi seguridad y no por mi libertad. Hay una oleada conservadora, luego del momento progresista, que ha generado fenómenos como Bolsonaro, resignando libertad por una promesa de seguridad, una demanda de control sobre cosas presuntamente descontroladas. Es una demanda que en mi profesión se expresa como una restricción porque el psicoanálisis propone una subjetividad que apunta a que uno está jugado en la vida, que no quiere decir andar a los tiros o poner en riesgo la vida, sino que se hace una apuesta a tener pequeños espacios de libertad y decisión sobre nuestra vida.
Me dificulta pensar una vida donde estemos encerrados, sobre todo no sabiendo la fidelidad de la información que recibimos, creando socialmente ficciones como que todo puede ser curable. El virus ha acelerado quizás en muchísimos casos la muerte de gente de 94 años con enfermedades previas, situación irremediable sin el virus posiblemente, pero eso también aumenta el temor a los contagios y mueve la aguja hacia la responsabilidad de la actuación de los médicos, que en algunos casos cometen errores de diagnóstico o tratamiento, pero hay gente que desecha la idea de que la gente se muere porque se muere, como si el cuerpo humano fuera infalible, una máquina perfecta, producto de ese ideal de la inmortalidad.
El confinamiento preventivo ha iluminado zonas oscuras de nuestra sociedad, como el abuso sexual infantil y la violencia doméstica, que responden a una lógica patriarcal y de relaciones de poder en el seno de la familia.
¿El concepto ‘libertad responsable’ es correcto entonces?
¿Por qué tuvo que llegar la pandemia para que nos lavemos las manos y desinfectemos los zapatos al venir de la calle? ¿No debió ser así siempre? ¿No debíamos tener responsabilidad con el otro antes? Lo que pasa es que si, al igual que con el amor contabilizable, mis vínculos con el otro son a cambio de algo, está complicado. La seguridad pasa por cuidar al otro, sé que es utópico sostener esto cuando se suben a YouTube dos personas peleando y hay terceros filmando, pero eso tiene que ver con cosas que tienen origen en un exacerbado individualismo, entre otras cosas. Pretender lo contrario, mundo ordenado desde el poder, va hacia el autoritarismo y, al decir de Quijano, del autoritarismo al exceso y la corrupción, hay un paso.
La libertad tiene mucho de irresponsable en el sentido de improvisación, de creatividad, algo que le falta al mundo, que el mundo puede ser la cuadra, nuestro alrededor. Necesitamos el desafío de cuestionar nuestras creencias. Ese mensaje de libertad responsable es una política comunicacional nefasta para una sociedad que fue segmentada y que no puede ejercer los mismos niveles de libertad, que compró la pastilla del individualismo sin que todos tengan los niveles de vida de los grandes empresarios. ¿Qué es eso de nueva normalidad? ¿La desigualdad del mundo va a desaparecer en la nueva normalidad, cuando hay un aumento de ganancias fabulosas por ejemplo de las empresas farmacéuticas y no precisamente para repartir?