Habitualmente si un valiente detecta y denuncia una confabulación, la primera respuesta es ignorarlo y, cuando no es posible, se procede a ridiculizar la imputación y descalificar al denunciante por paranoia. Esa es la estrategia de protocolo de todos los conspiradores, y cuentan a su favor para ello con la muy la mala fama construida alrededor de las teorías conspirativas pese a la frondosa evidencia de que, sobre todo en política, la hipótesis conspirativa debería ser la primera elección racional para explicar las casualidades. La carta remitida por el prosecretario de la Presidencia, Juan Andrés Roballo, al cardenal arzobispo Daniel Sturla no corrió mejor suerte. Roballo la escribió como católico practicante para manifestar su desagrado con el documento emitido por la Iglesia el pasado 14 de abril, cuyo título es Construyamos puentes de fraternidad en una sociedad fragmentada, porque lo consideró sustancialmente injusto con todos los avances que ha tenido Uruguay en materia de lucha contra la pobreza, porque observó una sintonía palmaria en varios tramos del documento episcopal con el discurso del movimiento ruralista autoconvocado, pero además le llamó la atención la utilización de la expresión “tendiendo puentes”, que ha sido adoptada como consigna y nombre de gira por el sector Todos del Partido Nacional, liderado por Luis Lacalle Pou, el más serio aspirante a la presidencia con el que cuenta la oposición. Rápidamente, los representantes de la Iglesia Católica respondieron a las afirmaciones de Roballo, desmintieron estar confabulados con los autoconvocados y con Lacalle Pou y hasta consideraron gracioso (por delirante) el contenido de la acusación. Los dirigentes opositores no se quedaron atrás y, para muestra, el senador Pablo Mieres, líder del Partido Independiente, le puso como título a una columna de opinión: ‘Paranoia y ofuscación en el entorno presidencial’. Ahora bien, luego de una cuidadosa lectura del documento de la Iglesia, no cabe otra que darle la derecha a Juan Andrés Roballo. El texto se explaya sobre los problemas de la pobreza y la fragmentación social y la convivencia en un tono apocalíptico, aun cuando lo matice con algunas valoraciones positivas sobre los avances sociales de los últimos años, las políticas redistributivas o la recuperación de espacios públicos. En el primer capítulo, las cosas que dice son terribles. Hace un diagnóstico feroz bajo el título ‘Nuestra mirada sobre la realidad’, pasaje en la que habla de todo, de “las fisuras que nos han ido separando”, “el trabajo” en el que se ha perdido la “carrera ocupacional”, “la familia” que sufre “embates desde distintas filas”, el desbalance generacional, en el que habla de la gente que vive vidas sin sentido, de los suicidios, de los abortos, de “las futuras generaciones de uruguayos que están creciendo con menos oportunidades”. En el siguiente ítem sobre “el campo y la ciudad”, hace referencia al movimiento de los autoconvocados, aunque sin nombrarlos, y aboga por ellos: “Nuestros hermanos del campo [que] muchas veces tienen la percepción de que no son comprendidos por quienes viven en las grandes ciudades y por quienes toman las decisiones en el país”. Finalmente consigna que “no es constructivo un espíritu de división que estigmatiza al que está “del otro lado” a través de prejuicios o simplificaciones que engañan”. En ese fragmento, al documento episcopal le falta el hashtag #UnSoloUruguayNomás. El diagnóstico sigue con “el territorio”, “el acceso a los servicios y el papel de la educación” y “la convivencia ciudadana”. Por momentos hace algún reconocimiento positivo a lo que se ha venido haciendo los últimos años, pero en general es palo, palo y palo, no siempre sin razón, pero conformando un todo demoledor sin cortapisas. Más adelante, luego de este primer capítulo, viene un segundo de autovalidación para pontificar desde un marco doctrinario trascendental, titulado ‘Discernimos a la luz de la fe’, pero es en el último episodio en el que desarrollan la línea estratégica, el “qué hacer”, pero de los obispos, y se llama ‘Tender puentes y construir fraternidad’. A Roballo este título le debe haber irritado especialmente. Es que, simultáneamente, el precandidato nacionalista Luis Lacalle Pou usa esa consigna para sus actos y sus giras: “Tendiendo puentes”. No hay que ser un genio, ni hay que ser católico ni hay que ser Juan Andrés Roballo para sumar, restar y extraer la conclusión más inmediata de todas: están todos conchabados. Es como una aplicación de un principio del método científico conocido como “la navaja de Ockham”: la explicación más simple y suficiente es la más probable, aunque no sea siempre la verdadera. Es esperable que la Iglesia se enoje cuando el prosecretario de la Presidencia lanza tamaña acusación, como es comprensible que las cámaras empresariales, el movimiento ruralista o los medios de comunicación se ofendan cuando desde el gobierno o desde la izquierda se les acusa de trabajar para la oposición. Es comprensible porque su negocio o la viabilidad de sus postulados dependen en buena medida de una confiabilidad que sólo se obtiene si la gente cree en la independencia política de esos actores. Pero, en oportunidades, en lugar de acusar a los que los denuncian de paranoicos o delirantes, deberían tomar en cuenta algunos detalles que, como rayitos de luz que se filtran por intersticios, iluminan en la penumbra y revelan una realidad oculta. Por ejemplo, habría sido importante que más de 100 cámaras empresariales no se hubiesen sumado como convocantes al acto de los ruralistas en Santa Bernardina, justo cuando algunos movilizados llamaban a la guerra civil con lanzas. Habría sido deseable que los autoconvocados no le dijeran a los gritos al presidente “nos vemos en las urnas” y que no se filtraran los audios de WhatsApp de dirigentes blancos advirtiendo que si tenía que correr sangre, que corriera. Y ahora habría sido mejor que los obispos buscaran eslóganes alternativos a los que usa Lacalle y una posición más equilibrada. Si ninguna de estas cosas hubiese sucedido, la hipótesis de una confabulación opositora habría sido más débil, menos reflexiva, menos sostenible. Pero todas estas cosas sucedieron y, lamentablemente, es probable que sigan sucediendo porque, como afirma el sabio refrán, las brujas no existen, pero que las hay, las hay.
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