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La tregua del piano

Por Leonardo Borges.

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1845. Guerra Grande. La población del recién nacido país al oriente del río de los pájaros urú se disputaba el poder en dos facciones nacidas poco tiempo atrás. Blancos y colorados, divisas, bandos y partidos evolucionaban al son de los disparos y la secesión. Dos Uruguay nacían de esa lógica, uno controlado por los blancos y el otro por los colorados. En setiembre de 1836, con la Batalla de Carpintería, se había iniciado el proceso, durante la presidencia de Manuel Oribe y el levantamiento del expresidente Fructuoso Rivera. Divisas detrás de dos caudillos mutaron en partidos que se disputaban la primacía y poder.

Ya para 1839 había iniciado la guerra franca del lado argentino, aunque las fronteras y nacionalidades eran algo fútil en aquel contexto. Uruguayos y argentinos eran caras de una misma moneda, pueblos separados por los caprichos de la historia y una buena mano inglesa, y que todavía no terminaban de escarmentar y hacer el duelo de la secesión.

Desde 1843 se dio la invasión de las fuerzas de la coalición blanca-federal liderada por Oribe y -de allí en adelante- dos Uruguay despuntaban. Los blancos, apoyados por Juan Manuel de Rosas y sus federales, y los colorados apuntalados por los unitarios de Juan Galo de Lavalle y una fuerza cada vez más multinacional.

El Cerrito, donde las fuerzas blancas sitiaban la ciudad; y la Defensa, prácticamente la actual Ciudad Vieja, resguardada por sus pétreas murallas y con contacto directo con el mundo a través del puerto.

El partido colorado sostenía el sitio con un gran número de aliados: ingleses, franceses, unitarios argentinos y hasta una legión liderada nada menos que por Giuseppe Garibaldi. Miles de personas iban y venían por las minúsculas callejuelas de la Defensa. Una plétora de idiomas surcaban las calles y los rincones de la ciudad. Del otro lado de las murallas, los blancos y el Cerrito de la Victoria, el cuartel, el barrio de la Villa de la Restauración (La Unión), con sus calles, Gral. Artigas cortando al medio (actual 8 de Octubre) y el camino del Comercio (Calle Comercio), que culminaba en el improvisado puerto del gobierno blanco. El Cerrito y la Defensa eran dos países, con gobiernos, leyes y movimientos.

Pero en medio de la guerra, había tiempo para el comercio y los gustos. Se cuenta que la esposa de Oribe -Agustina Contucci, quien además era su sobrina- pidió una tregua y la consiguió para que se comprara un piano de Prusia en la Defensa, para animar las fiestas en el Cerrito.

Según el francés Adolphe Delacour, en su libro Le Río de la Plata: Buenos Ayres, Montevideo, de 1845, la Defensa tenía en tan solo siete cuadras, en 25 de Mayo entre Pérez Castellano y Juncal, 37 tiendas, comercios y negocios. A saber, farmacia, casa de pelucas, de teatro, peluquero, mueblería, sastre, maestros zapateros, sombrerero, grabador de metales, mayoristas, mercerías, más sastres, perfumería, librería, camisero, alta costura, lencería, contador, dibujante, talabartero, y una casa de zapatos en la esquina de Juncal. Sin contar los hoteles, dos espléndidas posadas, el Hotel de París, en 25 de Mayo entre Treinta y Tres e Ituzaingó, y el irónico Hotel de la Paix, en 25 de Mayo entre Zabala y Misiones.

Así, en medio de una guerra que duró de 1843 a 1851 y que dividió al país en dos, hubo tiempo para una tregua por un piano.

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