Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Lana, carne y ¿celulosa?

Por Leonardo Borges.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Los más profundos cambios que se han suscitado en Uruguay, de índole político, social, de las mentalidades y sobre todo cultural, han estado morigerados por cambios económicos profundos, de la estructura productiva, de las formas de trabajo, de la tenencia de la tierra y, sobre todo, de un producto. Si seguimos el derrotero político y cultural del país, veremos con nitidez algunas relaciones entre esos cambios económicos, el advenimiento de una potencia en busca de algún producto, la bonhomía de las clases dominantes para con esa potencia (llevándose pingües ganancias) y a la clase trabajadora completando los procesos. De hecho, un lector atento podrá decir que esos modelos, compartidos por el resto de América Latina. poseen un talón de Aquiles persistente: la dependencia. Detrás de los cambios económicos del país, insignificantes para el resto del mundo, se acomodan en fila el resto de los cambios sociales, políticos y, sobre todo, culturales.

Han estado marcados dos grandes cambios, revoluciones (el concepto es explicativo y no pretende definirse estrictamente desde el punto de vista marxista), relacionados con dos productos (materias primas) que cambiaron hasta el paisaje del país. La lana –a mediados del siglo XIX– junto al extracto de carne y sus derivados; y la carne congelada a principios del siglo XX.

Detrás de estos procesos, que obviamente poseían un factor de alta dependencia para con las potencias de turno (léase Inglaterra y Estados Unidos), favorecieron otros cambios y colocaron a Uruguay en el mapa mundial a partir de 1860. Los dos grandes modelos de desarrollo de América Latina, ya sea el de la economía agroexportadora o el de la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), eran respuestas a factores externos y se complementaban con esas potencias. De hecho la ISI floreció mientras las potencias se encontraban en guerra; tras la misma comenzaron a despedazarse hasta llegar a los años 60 y 70. Un durísimo cambio de carril económico hacia una liberalización de la economía, también relacionada con factores externos. No es en todo caso una crítica a quienes timonearon la economía en esos tiempos, sino una constatación de que los cambios económicos son en gran medida la clave (no por casualidad Barrán y Nahum se sumergieron en el Uruguay rural para comprender esos cambios) y que la dependencia no es parte de un discurso sesentista trasnochado, sino una parte de las reglas de las relaciones económicas en el capitalismo.

Quizás detrás de algunos cambios actuales exista el fantasma de un nuevo cambio, quizás un nuevo producto esté avanzando rápidamente hacia ese sitial. La celulosa desde hace 15 años está encaramándose como ese producto. Tampoco es esto un alegato ni en favor ni en contra de la celulosa, en tanto la dependencia parecería no cesar en estos casos. Además,en nuestros tiempos otros problemas relacionados con la industrialización (que no eran de importancia en otros tiempos) emergen de repente, como el tema ecológico, por ejemplo. Mas allá del tiempo presente, el análisis de esos cambios es fundamental para comprender los otros cambios encadenados.

La lana

A partir de los años 60, se comienza a gestar en el país lo que Barrán y Nahum bautizaron como la “Revolución del lanar”. Inglaterra, potencia industrial, necesitaba una fibra que supliera al algodón; de esta manera, países como Argentina o Uruguay comenzaron a producir esa fibra en grandes cantidades. Poco a poco nos comenzábamos a insertar en la economía mundial porque poseíamos un producto que las potencias necesitaban: lana.

La Guerra de Secesión en Estados Unidos (1860-1865), aparentemente lejana a Uruguay, habría favorecido a los estancieros orientales. El enfrentamiento del norte y el sur en una guerra civil, más que nada una guerra de modelos económicos solapada por la dicotomía esclavismo o abolición, dejó a Inglaterra sin su proveedor número uno de algodón, el sur norteamericano. De esta forma la industria textil inglesa apostará a la lana. Esto generó cambios en el stock ganadero uruguayo. Ahora los estancieros, cada vez más profesionales, veían una oportunidad de oro para hacer una gran diferencia económica; pero para eso necesitaban profesionalizar la estancia, decididamente cimarrona en general. Cambios que se verán más adelante, pero que es bueno marcar en el momento en que suceden. Por ejemplo en 1852 pastaban en las praderas de Uruguay 800.000 ovinos; en 1868, después de un desarrollo notable llegaron a ser 17.000.000. En 16 años se habían multiplicado por 21. Comenzó poco a poco el proceso de mestizaje y cruzas; y ese proceso mucho tiene que ver también con la inmigración, el pasaje de un estanciero caudillo y cimarrón a uno empresario y emprendedor, relacionado con su campo. Comenzaron a utilizar los créditos en el desarrollo de estos campos. Domingo Ordoñana, estanciero emprendedor de aquellos tiempos, escribía poco después: “Su crédito lo aplica hoy a comprar postes y alambres para apartarse del vecino que nada tiene y para precipitarse al perfeccionamiento de sus ganados sea por la selección o por la infusión de nuevas sangres”.

Estos no tardarán en unirse en una asociación (Rural, 1871) para exigir las condiciones para el desarrollo. Serán entonces los estancieros un grupo de presión, dicho por ellos, en Uruguay. Es de esta manera que los cambios se van encadenando; el ferrocarril necesario para llevar la producción al Puerto de Montevideo; el telégrafo, interesante para sofrenar los levantamientos armados, que tanto daño le hacían a la producción, y así sucesivamente.

¿Qué necesita un país para entrar a la economía mundial? Algo que ofrecer. Sin dudas, sin cortapisas; necesita un producto que a las potencias, en medio de un proceso industrial e imperialista, les urja poseer. Sumado a esto, la producción debe ser sistemática (no desordenada) y puesta al servicio de la potencia. Uruguay poco a poco comienza a producir lana, elemento, del que ya se ha hablado, y que era necesario para las potencias en su proceso industrial, ya exponencial. Al mismo tiempo, y por condición necesaria, se comenzaron a desarrollar los comerciantes portuarios en la macrocéfala capital-puerto. La población estaba en franco crecimiento, lo que producía más demanda. La inmigración fue la que generó el crecimiento, por lo cual los europeos forzosamente uruguayos traían consigo gustos y necesidades del viejo mundo. Esto desarrolló el crecimiento de las importaciones de productos que en nuestro territorio difícilmente se producirían.

Y, por último, la lana y el crecimiento. Ahora el cuero era dejado de lado en parte y lentamente por la lana. Los intermediarios, como sucede muchas veces, se enriquecían. Barrán cuenta unas 100 firmas que vivieron, según él, esta época dorada.

La lana, entonces, obligó a los estancieros a cambios cualitativos y cuantitativos que serán la base fundamental para el futuro desarrollo político cultural de Uruguay. De la mano del crecimiento económico, aparecen las bases para el desarrollo cultural y político. Los cambios de fin de siglo se dieron gracias a la lana. Simplificación ex profeso para comprender los vaivenes de la relación entre la economía y la cultura. Tras el gran crecimiento económico por la venta de carne congelada vendrán, tras una generación de oro (900), otros cambios culturales encadenados.

El desarrollo del lanar está íntimamente relacionado con la demanda. Después de la crisis de la Guerra de Secesión en Estados Unidos, en las potencias se incrementó la necesidad de esta fibra. Es así que el gran salto cuantitativo se da entre 1860 y 1868, cuando se llegó a 17.000.000 de ovinos. El salto fue cualitativo también, dado que crecieron los rendimientos y se mejoraron las razas. Se dio la importación de carneros merinos desde Francia y Alemania, que a su vez se mestizaron con la oveja criolla. Y reflexiona Barrán sobre este cambio: “Dieron por resultado majadas que en 1868 rendían, término medio, 1,150 kg por cabeza, siendo la calidad excelente, como que se conocían y apreciaban en Europa mucho más que otras, las lanas llamadas ‘de Montevideo’”. Vale decir que las ovejas, antes de la revolución, daban un promedio de 500 gramos de lana por cabeza.

Las causas son múltiples. La guerra en EEUU, ya mencionada, aparece como una de las más fuertes causas; en realidad, la necesidad de las industrias textiles inglesas. Al mismo tiempo, los productores ingleses y franceses comenzaron desde el decenio 1840-1850 la producción de carne en detrimento de la lana.

Por otra parte, los estancieros, muchos de ellos nuevos inmigrantes o hijos de inmigrantes exitosos comenzaron a apuntar al lanar en desmedro del vacuno. Esto se explica por una crisis de precios de la carne. Era un tema también de rentabilidad. Donde come una vaca, comen cuatro ovejas. Por hectárea, se puede además hacer una producción mixta, que fue lo que terminó sucediendo. Por otro lado, amplió la estructura social de la campaña. La oveja necesita más cuidados, por tanto, se multiplicaron los peones y los puesteros. Esto llevó a la sedentarización de grandes cantidades de hombres de campo y a la llegada de inmigrantes pobres que, con el trabajo de cuidar ovejas, pudieron forjar sus majadas y hasta amasar enormes fortunas. La transformación es impresionante. En 1862 la lana representaba 10,6% de la exportaciones, mientras que 22 años después, supera al vacuno por completo. Se desarrollaba una clase de estancieros empresarios, de una producción mixta, que vendían a varios destinos diferentes. En el puerto, los barcos podían embarcar tasajo para Cuba, lana para Inglaterra o tal vez cuero para Estados Unidos. Uruguay se alejaba en el tiempo del monocultivo y diversificaba su producción; aunque seguía dependiendo empero de las potencias industriales en mayor o menor medida. La dependencia no estaba en discusión, quizás la forma de esta.

Estos estancieros emprendedores serán protagonistas de cambios que irán más allá de los económicos.

Pensemos que más de 90% de las exportaciones de Uruguay provenían del campo, por ende, la patronal que se forma alrededor de esta riqueza será la más rica, poderosa y, en consecuencia, exigirá los cambios que la beneficien. No por casualidad exigieron paz y modernización, y para ello colocaron a un coronel en el poder.

Eran (no de forma altruista) la organización más interesada en la paz, pero también en la modernización de ciertos aspectos del país. Las revoluciones y el desorden, el caos reinante no le eran favorables: los gauchos, el no respeto de los límites de los campos, o sea de la propiedad privada, la inexistencia de marcación de ganado, la delincuencia. Los ejércitos mataban su ganado, los peones partían a las rebeliones. En resumen, no existían las condiciones en Uruguay para producir. Y allí actuaron.

Los estancieros se sirvieron de los militares en su misión. Explican Barrán y Nahum: “La clase alta rural, que no sentía la tradición liberal del patriciado urbano con la misma fuerza que este, apoyó y se sirvió del régimen militarista”.

Carne procesada

Pero esto no explica del todo este desarrollo. Es a partir de 1860 que comienza un proceso de profundos cambios en la matriz productiva de Uruguay y las relaciones con Inglaterra tendrán mucho que ver. Por un lado, se comenzó a ponerle valor agregado al producto por excelencia de estas tierras, y se comenzó a fabricar extracto de carne. Fray Bentos fue la ciudad favorecida con la instalación en 1865 de “Liebig’s Extract of Meat”. El viejo saladero de Hughes comenzó a utilizar el proceso para fabricar extracto de carne, descubierto por el varón Justus Von Liebig: de ahí el nombre del establecimiento. Esta historia comienza en Alemania, más precisamente en la mente de un hamburgués, ingeniero ferroviario de profesión, nacido en 1822, quien llegó en 1861 a tierras uruguayas en busca de negocios. Georg Christian Giebert Maese, tras años en Brasil, decidió buscar un negocio en la cuenca del Plata. El negocio fue una comunión entre trabajo e ingenio llegados desde Alemania. En la Farmacia Real de Múnich, el químico Justus von Liebig había creado un proceso revolucionario para procesar la carne. El problema de este proceso era justamente el precio excesivo de la carne en Europa. Giebert no dudó un segundo: había que producirla en Uruguay, donde el precio del ganado era infinitamente inferior que en el viejo mundo. Liebig le pasó la receta, Giebert la aprendió y hasta la probó en Inglaterra antes de arribar nuevamente a Uruguay.

¿Dónde arribaría tremenda inversión? Después de algunas idas y vueltas se terminó colocando en la “Villa de la Independencia” (Fray Bentos), fundada en 1859. A pesar de lo halagüeño de las perspectivas, Giebert debió lidiar con varios imprevistos y problemas a lo largo de los años, entre los que podemos destacar la ausencia de inversores tanto como el arrepentimiento y las revoluciones, tumor maligno de aquellos tiempos. Hasta que el 4 de diciembre de 1865 aparece la “Liebig’s Extract of Meat Company Limited”. Largo camino restaba. La primera junta directiva de aquella compañía tenía entre sus filas nada menos que a José Evangelista de Souza, mejor conocido como el barón de Mauá, como director general; al mismo Von Liebig como director de los Departamentos Científicos y de Control de los Análisis; y por supuesto Giebert como gerente general en Sudamérica. Cuenta Barrios Pintos que Giebert falleció el 27 de marzo de 1874 en Fray Bentos.

Ya para 1878 se envasan las latas de “Corned Beef” que serán vendidas al mundo entero. La fábrica Liebig se abastecía de ganado a bajo precio, industrializaba la materia prima de forma maximizada y reducía costos, dado que tenía la materia prima cerca y a bajo precio.

Según consta, la fábrica llegó a dar un dividendo anual superior a 20% en 1900, convirtiéndose en la empresa británica de mayores niveles de ganancias en Latinoamérica. No por casualidad se bautizó aquella región como “La gran cocina del mundo”.

De esta manera, y a paso firme, la ciudad apenas fundada en 1859 crecía al son de la modernidad; y se daba el lujo de tener luz eléctrica un año antes que Montevideo.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO