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Las guías sexuales y los extremos

Por Leonardo Borges.

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En las últimas semanas han salido a la palestra pública dos guías sexuales, tan encontradas como basadas en la misma lógica: la de imponer. Cada una de ellas se basa en una realidad irrefutable, la verdad reside en sus manos; una de ellas, santificada por la doctrina de la Iglesia católica apostólica romana, y la otra, por la también santificada “dictadura” estatal de lo políticamente correcto (que, por secular, no deja de estar santificado por personajes que bien parecen gurúes o chamanes posmodernos). Parece claro, ya en el siglo XXI, que nuestros niños y jóvenes necesitan una formación en educación sexual, pero ese terreno se ha convertido, en los últimos años, en una lucha que ya perdió el rumbo finisecular. O sea, en otros tiempos parecía claro que la Iglesia católica no podía formar en nada más que su doctrina a quien así lo decidiera, mientras que el Estado (así con mayúscula) debía ser el encargado de la formación de los niños y jóvenes en la más plena laicidad. Estamos asistiendo en este inicio de siglo a una extraña lucha, a la que muchos ciudadanos nos sentimos por fuera de tirios y troyanos. Claramente la Iglesia católica no está apta para educar en casi nada, una institución históricamente conservadora, arcaica y sostenedora de las más crueles dictaduras a lo largo de la historia, y más allá de que escojan coyunturalmente a un sumo pontífice simpático y altamente politizado, la palabra del papa no es ley, sino que el concilio es el que marca los cambios de doctrina. Ese concilio se ha hecho esperar, por tanto, el uso del preservativo, el aborto, la homosexualidad y otros tantos temas siguen quedando en las garras de un gran número de retrógrados cardenales. Por otra parte, en los años iniciáticos de este siglo XXI se han hecho cada vez más fuertes los gritos de determinados colectivos que se han visto excluidos de prácticamente todo. Ese grito, acompañado por mucha gente, ha generado nuevos espacios y ha ido desde las bases, generando cambios en el establishment comarcal. Nadie puede en su sano juicio no aplaudir esos cambios a la interna de la sociedad que tienen su contracara en lo que se denomina comúnmente el poder. A quienes nos atrae la historia sabemos que los cambios de mentalidad son complejos y a muy largo plazo, como planeaba Fernand Braudel; junto con la economía, son estructuras de larga duración. A pesar de esto, el discurso de género ha producido una impronta de “deber ser” que se parece mucho a una especie de “dictadura del discurso”. Y obviamente quien queda por fuera de esa lógica, de ese canon del lenguaje, de ese convencionalismo de las palabras y los términos, y hasta de los ejemplos, es sindicado como un retrógrado o quizás algo peor. Eso genera inmediatamente que estos ciudadanos se sientan cercanos a los discursos alternativos al de ese Estado sapiencial. O sea, que lo que antes aparecía como “la verdad” era el discurso de la iglesia que se fue enquistando en el poder hasta mimetizarse con él. Hoy día, ese sitio sapiencial lo detenta ese discurso, denominado por algunos “ideología del género”. Obviamente el discurso de la iglesia no podría en ningún caso ser un discurso libertario ni alternativo, mientras sostenga las mismas “verdades” decimonónicas. La nueva guía de la iglesia, que consta de una serie de videos armados por una licenciada argentina con un máster en “comunicación familiar”, sostienen el mismo discurso arcaico de la iglesia aggiornado un poco al nuevo siglo. El mismo perro con diferente collar. En vez de condenar la homosexualidad, mira para otro sitio, sostiene la abstinencia para los adolescentes, la relación causal y absoluta entre amor y sexo, y afirma, como si fuera una verdad absoluta, que el ser humano es un ser biopsicoespiritual, decretando como válida la dualidad cuerpo-alma. Y así estamos, entre dos guías igualmente doctrinarias y absolutas, que levantan la bandera de la verdad al mismo tiempo que juzgan a aquellos que piensan diferente. Alguna vez pensé que en el siglo XXI este tipo de discusiones no serían necesarias. Lo políticamente correcto y la corrección del lenguaje poco menos que han permeado casi todos los discursos, pero en la izquierda ha sido más duro y restrictivo. De allí en adelante se ha ido enraizando en las bases del Estado, más allá de que la fuerza más poderosa electoralmente del país no contiene en general ese discurso, pero se siente atacada por el mismo y no levanta ninguna bandera, sólo acata.

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