Por Ricardo Pose
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En los extensos períodos de gobiernos colorados y el reflejo de sus tensiones internas y en los escasos gobiernos nacionalistas o cívico-militares, lo maldito de una herencia se refiere al déficit fiscal recibido o a la sanción y aplicación de leyes que dejaban atados de manos los planes a llevar adelante.
Se omitían, porque en todo caso la alternancia en el gobierno era como la designación de nuevos gerentes de la misma empresa, las causas estructurales de las crisis económicas y sociales que durante siglos gobiernos de convencido corte capitalista y neoliberal asumían como parte de su modelo político.
Esa herencia perdura y seguramente perdurará por mucho tiempo más; es la herencia que deja sin respuestas al mejor intento socialdemócrata de gestión, que se traduce en el supuesto y real fracaso de soluciones a algunos sectores sociales, generando el constante malhumor y causa de todo descontento.
Así el debate de los temas profundos se ve arrollado por un día a día que justifica la política de lo posible, un razonamiento bajito como vuelo de perdiz, por más intento de vuelo que intente.
Las costureritas
La poesía del lunfardo tanguero describió algunos de los trabajos domésticos de las ciudades orilleras como el de las costureras; a este grupo de mujeres, empezando el oficio en su adolescencia, se sumaban las planchadoras, lavadoras, bordadoras y tantos otros que eran una suerte de estado artesanal del trabajo previo al desarrollo de los talleres y la fábrica textil.
El gobierno de José Batlle asumió con sensibilidad republicana a ese sector de la población e ideó el reconocimiento de un trabajo fácil y socialmente comprobable, al asignar una suerte de pensiones para distinguirlo de las jubilaciones de los que aportaron trabajando dependientemente.
Pero en la construcción y desarrollo de la base social política, el clientelismo prostituyó las buenas intenciones. Mujeres de avanzada edad que daban su voto al Partido Colorado recibieron aquellas pensiones sin nunca haber visto el ojo de una aguja; aquel trabajo independiente, al que se sumarían las changas de sanitaria, pintura, albañilería, jardinería, carpidas, cosechas, esquilas, era mano de obra barata y libre de aportes para el contratista.
Todos ellos provenían de los sectores más humildes del país, de los conventillos, de los rancheríos rurales, de los cantegriles citadinos, de las cuevas de las pensiones, e iban y volvían sin pasar, y sin que nadie pasara por ellos, por las puertas del BPS.
Quienes no cumplían con las condiciones imperantes de la construcción de la partidocracia colorada y blanca y recibían como premio a su lealtad un empleo público, terminaban sus días con paupérrimos o nulos ingresos.
Una buena legión de aquellos sobrevivientes, los que se incorporaron como fruto de gobiernos sin Consejos de Salarios, son una buena parte de nuestros jubilados y pensionistas, que portan un genuino descontento por sus simbólicos e irrisorios ingresos; una distribución más justa del ingreso y de la riqueza podría ser la solución, si no mediaran algunos preceptos burocráticos y la ancestral sospecha sobre los pocos ventajeros.
La fiesta del endeudamiento
Al pobre le cuesta pagar, y al pudiente le resulta un juego divertido evitar los pagos, además de acrecentar sus ahorros. La viveza criolla, entre varias desleales prácticas, implicaba evadir aportes, pago de impuestos, zambullirse en deudas que si nadie en la línea consanguínea asumía, la sociedad de alguna manera absorbería.
La bicicleta en la cadena de pagos, los colgamentos en el viejo Banco Hipotecario, las carteras incobrables al BROU (porque con la banca privada no se jode, porque además se va o se funde), el cobro de seguros sobre cosechas perdidas para cambiar los vehículos personales y otras avivadas, con el consiguiente respaldo de la falta de fiscalizaciones. No hay como un gobierno regulador para que el criollo sienta como enérgicos corcovos de un potro antes manso y sometido.
No existió una prueba más contundente que el IRPF para conocer las razones del lamento de clases medias acostumbradas a tirar las moneditas sobrantes de toda sobra en sus alcancías.
El viejo Vizcacha
Aire libre y carne gorda fue la consigna de aquellos sectores patricios y estancieros alzados en armas; los proxenetas de la fotosíntesis de las pasturas criaban sus ganados sin mayor esfuerzo que mandar peones con perros flacos a las tareas de pastoreo y aquella citadina idea del alambramiento de los campos sería un obstáculo para delimitar las grandes extensiones que no dejaban rastro del Reglamento de Tierras artiguista.
Otro de los sectores de la cadena que consolidan la estructura agraria contra la que se reveló Wilson Ferreira es el de los terratenientes, parásitos de una primaria economía, que se enriquecen en base a la renta de la tierra. Su único sudor es contar billetes y estampar firmas en contratos de arrendamientos; cuentan con una legión de escribanos y abogados prestos a legalizar cualquier tipo de negocio, en trapisondas legales o aunque atenten incluso contra los intereses de la nación.
El impuesto a la concentración de la tierra fue la escupida sobre su asado y, por eso, una medida cortada de cuajo. Contra ellos no pudo Wilson en los setenta, ni quince años de gobierno progresista. Quizás, al decir de Raúl Bebe Sendic, el sistema bancario haya realizado el intento más concreto, pero sin fines sociales, de expropiación de mini y latifundios.
Terratenientes, cabañeros, ganaderos, productores de diverso porte de secano y otros rubros, rematadores, escritorios rurales, agiotistas, transportistas y acopiadores, vendedores de insumos y maquinaria son buena parte de los autoconvocados, de la construcción de un Solo Uruguay, donde el resto de la población sobra.
Un techo por mi país
Tan consolidada y naturalizada como la falta de equidad de la estructura agraria nacional, es la de vivienda. Decenas de planes de hábitat impulsados por lo menos desde la mitad del siglo pasado hasta el presente se convierten en parches que sobreviven la constante herida abierta de ciudadanos sin techo.
Dribleando los preceptos y artículos constitucionales que establecen el derecho a la vivienda y cierto tope en los ingresos para su alquiler, rentistas individuales, la Cámara del Bien Raíz, inmobiliarias y agentes de la especulación, imponen desde siempre sus condiciones, fraternizando tensamente en ese mercado vagamente regulado y arbitrario.
La herencia, la propiedad privada en expansión, hacen de las suyas teniendo de aliado a la necesidad de al menos pernoctar bajo un techo.
La leyenda de la yerba mate
La pasada fuerte suba del precio de la yerba sacudió la leyenda de un pueblo enchufado a una bombilla pero que no producía el vital producto para tan nacional infusión.
El país tomador de precios se sacude y reconoce su condición en los avatares internacionales; el acento como siempre está en la equitativa distribución o no en las épocas de bonanza o crisis, y en estas últimas, en el actual panorama regional, se basa la angustia de los uruguayos que padecen la desocupación, aunque se aliente la falsa expectativa que derribar el ciclo progresista mejorará la economía.
Tu paso dolido
Había que matar sin dudas al maestro Julio Castro; su mayor delito fueron aquellas misiones pedagógicas que junto a Miguel Soler derribaron el mito de la tacita del Plata.
Los gurises nacidos y criados en aquellos pueblos de ratas de mediados del siglo veinte son los tatarabuelos, generación tras generación de muchos de los que hoy viven en el delito, hoy en una categoría, además, cultural. Los personajes del universo de Las Ranas, la obra teatral de Mauricio Rosencof, en expansión de espacio temporal.
No hay un solo programa político en la oposición, en la centro derecha y en el discurso centro izquierdista, que pueda abordar esta suerte de manchas charrúas.