Y ahí, Uruguay se planta como ejemplo. La inversión sostenida en educación pública, el acceso gratuito a la universidad, los programas de inclusión social y la promoción del pensamiento crítico desde la escuela primaria son parte de una receta que, al parecer, está dando frutos.
La inteligencia también se construye
Uruguay no lidera este ranking por casualidad. La apuesta por políticas inclusivas, por garantizar derechos básicos y por formar ciudadanos críticos ha tenido impacto real. Si bien todavía quedan muchos desafíos por delante —como reducir las brechas de desigualdad y mejorar los niveles de comprensión lectora y matemática en secundaria—, este estudio sirve como señal de que hay decisiones que rinden.
A nivel global, países como Singapur, Corea del Sur y Japón lideran el ranking con puntajes que superan los 105 puntos. ¿La clave? Una combinación de inversión intensiva en educación, fomento a la investigación y políticas que priorizan el desarrollo humano. Donde se cuida la mente, florece la sociedad.
El coeficiente intelectual se calcula a través de pruebas estandarizadas que miden habilidades como el razonamiento lógico, la comprensión verbal, la capacidad matemática y la visual-espacial. No es un dato absoluto ni inamovible, y por eso mismo resulta interesante ver cómo puede cambiar a lo largo del tiempo y según el contexto.
Ser el país con mayor CI promedio en América Latina no significa que todo esté resuelto. Pero sí puede ser un incentivo para seguir apostando a una educación más equitativa, crítica y creativa. Uruguay tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de usar este liderazgo como motor para profundizar transformaciones.
Porque si hay algo que este ranking deja claro es que la inteligencia también es una construcción colectiva.
